La cepa actual del coronavirus llamada COVID19 no es una perita en dulce. A pesar de no tener “patitas”, camina rápido. A su paso deja una estela de muerte y dolor, pero no sólo eso, tiene tanto poder que ha levantado el velo que cubría todas las miserias del capitalismo, si, del sistema en el que vive la humanidad desde poco más de dos siglos. El corrimiento del velo ha puesto, de un solo golpe, ante nuestros ojos la cara oculta del sistema, aquella parte oscura que la publicidad y la mentira política encubren de manera sistemática y científica.
Hemos descubierto que el hambre de miles de millones de seres humanos no es una propaganda de subversivos locos y anarquistas, sino una realidad concreta que vive a la vuelta de la esquina de los Centros Comerciales y de las mansiones de la gente adinerada, de un solo golpe hemos tomado conciencia de que la salud es un privilegio de pocos y que las grandes mayorías están desprotegidas, nos hemos dado cuenta que la fiebre irracional del consumo nos hace diariamente cavar nuestra tumba y que la competencia frenética entre nosotros nos conduce a la cárcel inexpugnable del individualismo, se nos ha materializado la oculta verdad de que la caridad lejos está de ser solidaridad, que valemos tanto como tenemos y que si nada tenemos no le importamos ni al prójimo ni a los poderes del Estado; el virus nos ha hecho ver que consumimos más de lo que necesitamos y que acumulamos debido a una atávica manía de escasez, nos ha hecho ver las heridas que provocamos en el cuerpo de la Madre Tierra y nos ha puesto frente al tenebroso rostro de la muerte.
¿Es esta una crisis de humanidad? No, definitivamente. Es una crisis del sistema, esta vez cabalgando sobre las espaldas de un virus que no hace otra cosa que ponerle una mancha más al tigre de la pobreza planetaria que camina desde mucho antes de que él apareciera, desde la gran depresión de comienzos del siglo XX, de las crisis cíclicas que confluyeron todas en la crisis financiera de 2008, de un sistema caduco e inoperante que ha venido apuntalando su derruido edificio para que no se venga abajo, de un sistema que ya no puede satisfacer los niveles básicos de una humanidad que sobrepasa los ocho mil millones de habitantes.
¿Cómo, si no, explicar las advertencias hechas por la propia ONU del peligro de una hambruna planetaria que matará doscientos setenta millones de seres humanos en el lapso de los próximos tres meses? ¿Cómo entender que más de mil millones de personas están amenazadas de morir de hambre en el mundo? No es una crisis de la humanidad, sin duda, es una crisis del sistema capitalista. El virus ha servido para abrir los ojos de una parte de esa humanidad que hasta hoy ha vivido engañada por el espejismo de la sociedad de consumo.
Pero esa apertura positiva de la conciencia trae, lamentablemente, aparejado un peligro intangible que es el del optimismo. De otra forma el virus nos ha hecho descubrir la importancia de la solidaridad, nos ha hecho ver lo grave del aislamiento social, ver el crimen del ego sobrevalorado, la importancia de la hermandad humana, el crimen sin nombre de despreciar el trabajo manual y la producción de valores de uso, nos ha puesto frente a la imperiosa necesidad de volver a la tierra como fuente de vida y de cuidarla y preservarla, así como nos ha enseñado, con una terapia de shock, que el gasto superfluo es un suicidio lento de nuestra especie y que la “obsolescencia programada” de las industrias mundiales es la forma más perversa de llenar de basura el planeta.
La humanidad que se está dando cuenta de esta realidad es la esperanza de nuestra especie, porque está tomando conciencia de que no es por su culpa que hemos llegado a este punto, sino del sistema en el que vivimos. Es esa humanidad que desde el surgimiento de la sociedad de clases ha sido víctima, la humanidad irredenta, relegada e ignorada que ha crecido exponencialmente y ahora es la mayoría absoluta de la sociedad humana. Esa parte de la humanidad que ha creído en los valores de la democracia occidental, de todas las religiones, de la moral dominante, es la que ahora cree haberle llegado su hora. El virus, como un despiadado maestro que cree que la letra con sangre entra, se ha convertido en su aliado y le está enseñando que, con dolor, tiene que levantarse del lodo de la Historia. A carcajadas dramáticas le está enseñando que nada en lo que le enseñaron a creer vale la pena defender.
Esa humanidad buena ha vivido por milenios en el seno de una sociedad mala, cuya crueldad radica en su naturaleza. Genialmente Rousseau señaló que el ser humano era bueno, que era la sociedad la que lo corrompía, coincidiendo con Marx en que no era la conciencia la que determinaba el ser social, sino el ser social el que determinaba la conciencia. Una sociedad mala por naturaleza, sólo puede engendrar por excepción hombres buenos, cuyo primer rasgo distintivo sería su rebeldía contra el sistema que lo domina.
No hay maldad en la naturaleza del ser humano, como Maquiavelo pensaba. Un empresario es bueno dentro de la escala de valores que asimiló desde la cuna, defiende con pasión y da la vida, de ser necesario, por sus intereses. No se percata que su riqueza es la antípoda de la pobreza de sus trabajadores y de llegar a darse cuenta actúa conscientemente contra los intereses de la humanidad. Ese es el velo más importante que ha levantado el cruel maestro del virus. A golpe de muerte y sufrimiento nos está diciendo que tenemos que cambiar. Pero, ¿qué tenemos que cambiar?
Ayuda la actitud, es verdad, que puede ser el comienzo del cambio, pero no es suficiente. Los límites de las religiones están en que crean parcelas, “ciudades de Dios” en las que viven los que están predestinados a salvarse para después de muertos pasar al paraíso; igual sucede con los partidos políticos, con la diferencia de que su accionar es para defender un poder terrenal que sirve para organizar legalmente la explotación del hombre por el hombre. Aquello que ahora es un lugar común de que para cambiar el mundo primero tenemos que cambiar nosotros, no es sino una mentira con apariencia de verdad, un sofisma. Ese principio genera heroínas como la Madre Teresa de Calcuta que le apuestan a la caridad en un mundo comido por la lepra, pero que no es suficiente para acabar con la lepra. Para acabar con la lepra se necesita cambiar el mundo, que es igual a cambiar el sistema en el que vivimos.
En este punto es donde el optimismo se vuelve peligroso. Comienza a regarse por la conciencia de la humanidad irredenta como un bálsamo medicinal que promete cambiar la vida. Legiones de optimistas se van convirtiendo en una fuerza estéril que sólo servirá para humanizar el rostro descarnado del sistema. Mentes lúcidas como la de Zizek son presas de la calentura del optimismo estéril, al afirmar que el virus acabará con los nacionalismos y los populismos del mundo y que la solidaridad global no es sólo un idealismo sino un acto racional que nos salvará de la crisis, como si lo racional alguna vez ha sido respetado por las fuerzas oscuras que nos dominan. Los chamanes del mundo nuevo también baten palmas estimulando a sus seguidores a construir los “baptisterios” de la conciencia ampliada en medio de un mundo enfermo y decadente, ocultándoles, a propósito, esa elemental verdad de que sin política individual y colectiva no hay salvación para nada ni para nadie.
No puede haber cambio si no se cambia el sistema. A un sistema que intrínsecamente es injusto (malo en la visión religiosa) no se le puede pedir que de frutos buenos (en la visión filosófica). El ser humano, educado por el sistema, siempre tendrá más peso en la balanza que los que rompen el cerco del adoctrinamiento sistémico (estadísticamente uno de cada millón), lo que demuestra cuan inútil es el camino de la transformación individual.
Las fuerzas oscuras del mundo actúan con celeridad, tanto peor si consideramos que la tesis de que ellas mismas crean la enfermedad y nos suministran el remedio es cierta. No se puede negar la fuerza poderosa que tiene el argumento de que todo está pensado por el cerebro dinámico del capitalismo. ¿Cómo, si no, explicar que organismos mundiales como la ONU o la OMS han iniciado una campaña global para implantar un chip en cada habitante del planeta? El virus ha hecho posible que en las sociedades asiáticas se lleve a cabo este control electrónico, previa una campaña de adoctrinamiento que ha convencido al ciudadano asiático que es por su bien. Las fuerzas oscuras vuelan, mientras nosotros caminamos. Es por eso que hay que advertir de lo peligroso que resulta un optimismo pos endémico. Las fuerzas oscuras están normalizando las sociedades autoritarias, bajo el pretexto de que de otra forma no se puede controlar la expansión de la enfermedad, están reforzando el aislamiento estructural de la gente con la finalidad de evitar la fuerza de la unidad de los irredentos.
La expansión de la conciencia debe significar elevar nuestra espiritualidad con el propósito, individual y colectivo, de empujar el cambio, no de los individuos, sino del sistema. El cambio masivo de los individuos será un fenómeno lento en el tiempo que dará frutos sólo en la medida que podamos cambiar la naturaleza del sistema y será el resultado de la lucha permanente de lo viejo que se niega a morir y lo nuevo que está naciendo. No hacerlo es mantenernos en la “conciencia del rebaño” que marcha tras líderes políticos locuaces y corruptos, o de pastores religiosos que, en nombre de Dios, refuerzan la naturaleza perversa del sistema o chamanes de nuevo cuño que, a título de haber rescatado el pensamiento ancestral, estimulan el individualismo conciencial y ocultan la necesidad de la transformación del “capitalismo salvaje”.
El optimismo pos endémico, si quiere ser útil y fértil, tiene que estar encaminado a cambiar el sistema, porque el capitalismo sólo dejará de ser como resultado de la insurrección de las masas. Si no existe esa conciencia, el entusiasmo pos endémico será un peligro porque sólo servirá para cambiar el capitalismo salvaje por un capitalismo más “humano”, menos evidente que el que el coronavirus nos está mostrando ahora. Sólo mejorará su apariencia favorecido por la inconsciente ayuda de sus propias víctimas.
Dicen que el coronavirus es un virus creado en los laboratorios, dicen también que lleva dedicatoria para los viejos y dicen que los mismos creadores del virus ya tienen la vacuna que dicen, además, que la venderán al mundo entero. Todo es posible, nada es comprobable.
Lo único comprobable es que una ola de miedo ha recorrido la columna vertebral de la humanidad en este último mes, miedo tan poderoso, que ha logrado callar y paralizar la frenética actividad de la sociedad de consumo que es en la que vivimos inmersos. Se ha hecho el silencio y los miles de millones de seres humanos que viven apiñados en las grandes urbes, han vuelto a descubrir el canto de los pájaros y la limpia melodía del agua. Era tanta su enajenación, que dos cosas tan simples y naturales, les han parecido un milagro. Es algo similar a los postreros minutos de la vida, cuando frente a nuestros ojos se hace la luz, una luz tan pura que ya no queremos volver atrás.
Pero, ¡oh fatalidad! Como sociedad no nos está permitido seguir adelante, tenemos, fatalmente, que regresar, regresar a la frenética actividad de la sociedad de consumo en la que todo tiene un precio, hasta la dignidad y la honestidad, regresar al mundo de la feroz competencia, en la que triunfa el más fuerte o el más corrupto, regresar al cambalache brutal del que nos habla el viejo tango de Disépolo.
Ahora me pregunto, ¿hay lugar a un cambio cuando esto haya pasado? No, definitivamente, no. El mundo seguirá en manos de los poderosos de siempre que dominarán mejor porque habrá menos gente y por ende menos problemas, porque la conciencia social seguirá siendo la del hombre como lobo del hombre.
Todo lo que se dice del coronavirus es probable, pero no comprobable, como he dicho al principio, pero de algo estoy seguro, el miedo que se ha creado es tan comprobable como los océanos que existen, o las montañas o el latido de mi corazón.
La pregunta que se desprende, entonces es, ¿para que sirve el miedo? Yo respondo: para retrasar el cambio, para impedirnos volver a escuchar el canto de los pájaros y el rumor del agua, para obligarnos a seguir, sin protestar, en la infernal licuadora de la sociedad de consumo, que todo lo tritura y todo lo convierte en mierda.
“…no admitan que nadie crea nada que no comprenda. Así se producen fanáticos, se desarrollan inteligencias místicas, dogmáticas, …Y cuando alguien no comprenda algo, no cesen de discutir con él hasta que comprenda, y si no comprende hoy, comprenderá mañana, comprenderá pasado, porque las verdades de la realidad histórica son tan claras, y son tan evidentes, y son tan palpables, que más tarde o más temprano toda inteligencia honrada las comprenderá”
Fidel Castro Ruz
Sólo los odiadores de derecha e izquierda cierran los ojos ante la evidencia palpable de que el proceso político en el Ecuador tiene un antes y un después de Rafael Correa Delgado. Las acusaciones de corrupción hechas a raíz de la traición de Lenin Moreno Garcés no pueden, ni podrán, negar el intento de “asaltar el cielo” hecho por Rafael Correa y la llamada Revolución Ciudadana. La prisión de Jorge Glass no simboliza la corrupción del régimen correista, por el contrario, simboliza la traición de un enano que se declaró incapaz de sostener el mundo en sus espaldas y decidió entregar el poder a sus enemigos. La corrupción sistémica salpicó, también al correísmo, qué duda cabe, pero la gangrena en este caso, no llega a la cabeza, que ahora está volviendo con fuerza. Las élites y sus sirvientes se niegan a aceptarlo, pero la política en el Ecuador, por lo menos en los próximos cincuenta años, no se podrá hacer sin Rafael Correa o lo que él representa. Como el peronismo en el Argentina, Lula en el Brasil o el chavismo en Venezuela.
Lo hemos sostenido en más de una ocasión, el progresismo es la izquierda posible en los actuales momentos a nivel latinoamericano. Las FARC y el ELN en Colombia son la demostración de que la insurgencia guerrillera puede ser manejada a su antojo por la reacción interna y el poder mundial. El zapatismo en México sobrevive aislado, como una especie de Estado dentro del Estado, sin llegar a ser un peligro real. La única alternativa con futuro en la región es el Progresismo Latinoamericano. Contra él apuntan todas las armas del establishment, de la democracia liberal, del neoconservadurismo mundial.
QUE LES ASUSTA A LA ÉLITES Y AL PODER MUNDIAL QUE LAS DIRIJEN
En primer lugar, les asusta que los procesos progresistas despierten la conciencia de las masas. No aceptan que pueda haber fisuras en el bloque de dominación. Se trata de preservar la creencia ciega de que las élites son sus benefactoras y no sus victimarios. De hecho, en el Ecuador, por ejemplo, después del correísmo un sector de las masas ya sabe que sujetos como Fidel Egas o Guillermo Lasso piensan más en sus negocios que en los intereses de la gente. Haber despertado la conciencia de una parte de las masas es uno de los más importantes logros del progresismo latinoamericano.
Les asusta que esa porción ínfima de las masas entontecidas por el poder hegemónico comience a reclamar sus derechos, no como reivindicaciones sociales, culturales o de simples derechos humanos, sino como derechos políticos tendentes a participar en las decisiones del Estado. Eso no lo puede aceptar el poder tradicional, porque con ellos se apunta al corazón de sus intereses.
Les asusta, entonces, que esas masas pongan en disputa el poder político, terreno q las élites han considerado inviolable desde siempre. Aceptan la disputa Inter oligárquica, pero jamás la disputa inter clasista.
Les asusta ver que el poder progresista se aleja cada vez más de la Casa Blanca y se acerca a los enemigos del hegemonismo norteamericano y, por ende, se vuelve menos dependiente.
Les asusta cualquier intento de mejorar la educación con proyección libertaria, esto es, con el fin de liberar a las masas de la ignorancia. Excelencia para la educación privada, mediocridad y mala calidad para la educación pública.
Les asusta disminuir el desempleo porque, por esa vía, se eleva el valor de la fuerza de trabajo.
Les asusta un plan de incrementos tributarios porque los sectores productivos prefieren asegurar sus ganancias en los paraísos fiscales a reinvertirlas en el país.
Les asusta la existencia de una prensa libre, independiente y crítica que sea la voz de la ciudadanía y no la caja de resonancia de los intereses privados.
Les asusta la existencia de una justicia desde el pueblo y para todos los ecuatorianos, sin clasificarlos en de primera, segunda y tercera categoría.
Les asusta el desarrollo científico y tecnológico autónomo, con talento nacional y libre de dependencias.
Les asusta los procesos de integración de los pueblos latinoamericanos.
Les asusta la modernización y desarrollo del campo porque la malformación desarrollista es la garantía de sus negocios privados.
Les asusta la democratización de las Fuerzas Armadas y la modernización de la Iglesia católica, apostólica y romana.
Les asusta que se difundan y fortalezcan las culturas que en el Ecuador existen, manteniendo solapadamente la hegemonía de la estética y contenidos de la cultura blanco-mestiza y pro norteamericana.
En fin, les asusta un cambio en las formas y los contenidos de la vida nacional.
Todo lo que atente a estas ideas hegemónicas ha sido combatido por las élites, habiéndose incrementado ese combate desde la llegada de Rafael Correa al poder, no tanto por su capacidad real de realización práctica, sino por su audacia de poner los temas fundamentales de la política y de la economía sobre el tapete de la discusión nacional.
LOS LIMITES DEL PROGRESISMO LATINOAMERICANO
El Progresismo se enmarca en la era de la hegemonía del capitalfinanciero. El viejo imperialismo, entendido como “fase superior del capitalismo”, sigue siendo el mismo, pero actúa de otra manera.
El eje principal de su dominación es la deuda externa. Entre 2009 y 2018, según la CEPAL, la deuda externa de América Latina aumentó en 80% y la deuda externa de países como Argentina y Brasil sobrepasa el 80% del PIB, lo que demuestra que el desarrollo de nuestra región se mueve en el ámbito del mito y no de la realidad. Los intereses de los prestamistas sobrepasan lo económico y entran, de lleno, en los terrenos de la política. A estas obligaciones de hierro es que el progresismo latinoamericano tiene que enfrentar.
La contradicción está en que, para poder cumplir sus planes de atender a los sectores marginales de la sociedad, el progresismo se ve obligado a pactar con el capital financiero mundial y sus aliados locales y permitir la exportación de sus recursos naturales, con lo cual, de hecho, contribuye a fortalecer el régimen de dominación internacional que existe. La deuda, entonces, actúa como un condicionante poderoso equivalente a una camisa de fuerza.
La naturaleza del progresismo nos hace pensar, incluso, que es una estrategia del mismo capitalismo financiero mundial, lo cual no le quita su potencial fuerza transformadora, dado que el impulso que pueden tomar las masas podría desencadenar un auténtico proceso revolucionario, lo que dependería de la existencia de una vanguardia político-espiritual capaz de dar dirección revolucionaria a este proceso. Como en las artes marciales, sería posible usar la fuerza del mismo enemigo para alcanzar el triunfo.
El progresismo actúa como inversor del sector privado, bien sea mediante las asociaciones público-privadas o las concesiones de los activos públicos, lo que es funcional a la estrategia de reacomodar el capitalismo a las exigencias de la dominación corporativa mundial.
El progresismo necesita mantener contentos a los sectores menos favorecidos de la sociedad, motivo por el cual recurre a programas de asistencia social y mantiene fuertes rubros de subsidios que alivianan muy relativamente la grave situación de los desposeídos y sirven, a la vez, para crear grandes expectativas de mejoramiento personal y colectivo, convirtiéndoles a esos sectores en clientes electorales del proceso.
El progresismo tiene al “ciudadano” como sujeto histórico del cambio, lo que para nuestras sociedades no deja de ser una interesante novedad, pero que lejos está de ser un axioma político que no necesita demostración. De hecho, en el Ecuador, por ejemplo, en la experiencia del correísmo durante una década no puede decirse que la “ciudadanía” como categoría y concepto sirvió para empujar el carro de las transformaciones irreversibles que el sistema necesita. Más bien, la elevación del nivel de vida de algunos sectores bajos de la ciudadanía los convirtió en una precaria clase media que, pronto, olvidó su compromiso con el cambio. Esa limitación merece una profunda reflexión que puede aportar en la comprensión dialéctica de los cambios cualitativos que la “ciudadanía” puede ir sufriendo en la medida que el proceso de cambio avanza.
En fin, los límites del progresismo son estos y muchos más, que deben ser tomados en cuenta para avanzar en la marcha a las transformaciones profundas que países como el nuestro necesitan.
¿A QUÉ LE TEME RAFAEL CORREA?
La razón por la que Rafael Correa inicia una nueva etapa de la política y cierra otra, es porque estaba prevalido de la necesidad de cambio que el Ecuador tenía. No era posible mantener el país de la partidocracia en el que los sectores dominantes actuaban como gerentes de una empresa capitalista, con todos los vicios de los empresarios inescrupulosos e insensibles. Correa vino con fuerza a tratar de cambiar esta realidad. Habiéndose dado el marco jurídico que necesitaba (Constitución de Montecristi) Correa inició la tarea. Se trataba de un proceso que debía ir de manos a más -menos radical en sus inicios, más radical en la medida que avanzaba-. Los trecientos años de duración se explicaban sólo en el marco de esta concepción. A lo que Correa le tuvo miedo fue, precisamente, a la radicalización de este proceso, a sobrepasar los límites que el progresismo latinoamericano como concepción tiene.
El argumento que más se escucha para explicar esta situación es que no había condiciones para avanzar, pero suena más a excusa que a una explicación válida. Cuando se gana una elección con más del 70% de la voluntad popular hay que saber utilizar ese poder legal y legítimo para avanzar sin titubeos en el proceso de cambio. Rafael Correa y la Revolución Ciudadana hicieron el trabajo a medias, dejando truncas, o a medio hacer, casi todas las tareas de la compleja transformación.
Sucedió en la economía, en cuyo nivel no fue capaz, la revolución ciudadana, de superar el deficiente desarrollismo que por más de medio siglo no había dado resultados positivos. La heterodoxia económica no fue suficiente.
Rafael Correa tuvo miedo de avanzar a la realización de una verdadera reforma agraria que transformara radicalmente la estructura de la propiedad de la tierra en el Ecuador y rescatara el sector agrícola en el que está la verdadera vocación productiva de los ecuatorianos. La infraestructura construida fue importante, pero no suficiente. Las reivindicaciones del agro siguen siendo una deuda que el Estado tiene con los campesinos, los pequeños agricultores y hasta los medianos empresarios agrícolas.
Igual sucedió en el nivel educativo. Acabar con las universidades de garaje no fue suficiente, ni tan siquiera la creación de Yachay y tres universidades más. La transformación real del sistema educativo consiste en unificar la educación a nivel nacional, dándoles a las nuevas generaciones una educación nacional y unificada que haga ciudadanos comprometidos con los procesos de cambio y no ciudadanos de primera, segunda y hasta tercera categoría. La concepción misma de la Revolución Ciudadana sobre la educación nunca trascendió los límites de la excelencia académica para formar profesionales defensores del sistema, lejos se estuvo de sentar las bases para implementar una educación liberadora, que lleve a los jóvenes a tomar conciencia de la solidaridad y la conciencia social.
Poco puede decirse que Rafael Correa hizo por la cultura. Tuvo temor de tomar ese toro por los cuernos, porque significaba avanzar en el proceso de crear un nuevo Estado, plurinacional y multicultural. Entró en conflicto con los diversos pueblos y nacionalidades del Ecuador, dejando entrever, en sus concepciones culturales, una sesgada preferencia por la hegemonía de la cultura blanco-mestiza.
Escandalizó sobre los privilegios dentro de las Fuerzas Armadas, pero su brazo no fue lo suficientemente fuerte para acabar con los mismos y crear unas Fuerzas Armadas del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Toda la enjundia represiva y reaccionaria de los militares quedó intacta, como ahora se demuestra con el gobierno traidor de Lenin Moreno.
En una década se pudo realmente transformar la matriz productiva, que fue, durante este tiempo, uno de sus más importantes caballos de batalla, pero no se avanzó más de un metro en ese propósito. Tuvo miedo a transformar la matriz productiva, se conformó con barnizarla. El nuevo Ecuador venía de la mano de la transformación que en este nivel se podía hacer. Correa prefirió la modernización del capitalismo ecuatoriano a entrar en conflicto con las fuerzas internas y externas que lo defienden y sostienen.
Esa falta de decisión le llevo a conflictuarse con los sectores populares de la ciudad y del campo. La modernización del capitalismo trajo como consecuencia la reacción de los sectores populares que exigían de un gobierno que hablaba en su nombre mayor atención a sus reivindicaciones históricas. Cuando Correa vio que el pueblo podía trascender su proyecto de creación del Estado Nacional y encaminarse a otro tipo de democracia, se detuvo y no quiso seguir adelante. Al finalizar la década del gobierno correista la fuerza transformadora de los inicios pasó a estar en manos del pueblo y no del gobierno que decía representarlo.
Antes del triunfo de Lenin Moreno, la Revolución Ciudadana de Rafael Correa había comenzado a volver al redil de los intereses corporativos del capitalismo financiero mundial. Lenin Moreno fue la continuación de la decadencia de la llamada Revolución Ciudadana, la demostración práctica de los límites de un proyecto que, sin dirección revolucionaria y con clara perspectiva de trascendencia del sistema capitalista, termina siendo una exitosa estrategia de recomposición del capitalismo, esta vez, con apoyo popular y cánticos revolucionarios.
Han transcurrido catorce años del primer triunfo de Rafael Correa Delgado, se impone preguntarnos: ¿qué queda del proceso iniciado por él?
Quedan los ideales del Progresismo Latinoamericano que se ha convertido, hoy por hoy, en la izquierda posible y queda el prestigio del líder que en el Ecuador lo representó. Toda la artillería de la CIA imperialista y el odio de las élites internas no han podido manchar todavía su figura. El apoyo popular a Rafael Correa Delgado crece de forma exponencial y, aunque la reacción interna logre sacarle de la próxima contienda electoral, no dudemos de que quién lo represente tiene amplias posibilidades de triunfar.
Hoy la garantía del triunfo de los ideales del progresismo es una alianza del correísmo con el movimiento indígena-popular y pequeños grupos de la izquierda revolucionaria como Ñukanchik Socialismo que, sin ser fuerzas electorales, pueden contribuir a la creación de esa dirección revolucionaria que le ha faltado al Progresismo Latinoamericano, en un nivel de honestidad diferente al que plegaron las fuerzas de la “izquierda histórica” en los años iniciales del proceso..
El regreso de Rafael Correa no puede repetir los errores cometidos en la primera etapa de la transformación del Ecuador. Una segunda oportunidad debe ser para vencer o morir.
Noam Chomski ha dicho, en alguna parte, que los pueblos aborígenes están llamados a salvar a la humanidad. Para que esta afirmación tenga valor político real, se tendrá primero que aceptar que, más allá de la filosofía occidental, existen otras filosofías, independientes, que han nacido y florecido fuera de los cánones gnoseológicos de las matrices griega, romana, hebrea o musulmana. Existen en Asia, África, en el Abya Yala, ahora América y otras partes del planeta. No “para-filosofía”, no “etno-filosofía”, no “cosmovisión” o “seudo-filosofía”, sino filosofía, entendida como “un conjunto de saberes” que organizan la comprensión de la realidad, así como el “sentido del obrar humano”, según definición de la Real Academia de la Lengua.
El haber negado la existencia de otras raíces gnoseológicas ha sido, a través del tiempo, la forma más eficaz de quitarle la voz “al otro”, al diferente, que equivale a haberlo, no sólo invisibilizado, sino negado en sus derechos culturales, políticos y económicos. La negación de la “alteridad” es, sin duda, la raíz de los fundamentalismos y se constituye en el germen nocivo de todas las formas de colonialismo que existen. Aceptar la existencia de otras filosofías comienza a ser, en la actualidad, un acto revolucionario además de justicia histórica, cuya comprensión y desarrollo será el punto de partida de la salvación a la que Chomski se refiere.
El haber negado la existencia de otras raíces gnoseológicas por parte de los colonialistas europeos fue un acto brutal de fuerza ejercido por ellos, sin excepción, para desconocer el pasado de los sometidos y borrar de su memoria todo mérito de su grandeza histórica. Durante quinientos años se ha ido elaborando, en todos los niveles, un edificio de silencio en torno a los pueblos originarios que ha sido imposible de desmontar porque, al no reconocer su episteme, no era posible demostrar su existencia.
Esta realidad ha comenzado a cambiar. Poco a poco vamos descubriendo que tenían otra forma de vida que, como es lógico, respondía a bases epistemológicas opuestas, en todos los sentidos, a las de Occidente. La cultura invasora no podía negarse a sí misma reconociendo méritos o valores en la cultura sometida, de ahí que su anulación es uno de los primeros actos de guerra que los colonialistas ejercen sobre los colonizados y que está simbolizado en la bárbara incineración que el cura inquisidor Diego de Landa hace de los códices Mayas y Aztecas en 1562. Con ello se pretendió borrar la memoria histórica de pueblos milenarios que habían aprendido a relacionarse con su entorno natural y cósmico y que habían organizado un sistema productivo que les permitía satisfacer sus necesidades materiales y espirituales.
Antes de preguntarnos si el colonialismo logró su objetivo, acerquémonos brevemente a aquellos aspectos que el colonizador pretendió destruir, primero, y ocultar, después
LA BASE PRODUCTIVA DE LAS SOCIEDADES PRECOLOMBINAS
Las sociedades del Abya Yala, todas, sin excepción, no llegaron a superar el nivel de desarrollo de la Comunidad Primitiva. Se han encontrado vestigios que van desde sociedades nómadas y recolectoras hasta grandes imperios organizados en torno a un colectivismo agrario, sin que en ninguna de ellas haya surgido la propiedad individual de la tierra. Fueron sociedades jerárquicas y verticales en las que la disciplina del trabajo servía de argamasa para la cohesión social. Sus jefes, reyes o mandatarios -en los imperios que llegaron a organizarse-, no sólo eran representantes de la divinidad a la que adoraban, sino que eran la misma divinidad encarnada en sus personas, lo que las convertía en sociedades teocráticas en las que la conducta de sus individuos respondía, dualmente, al miedo y al amor, miedo a la autoridad indiscutible del rey-dios y amor a su divina sabiduría y bondad. Los grandes imperios del Abya Yala, Maya y Azteca en el norte e Inca en el sur, se construyeron sobre estos pilares.
Las sociedades que encontraron los europeos no eran sociedades improvisadas. Por lo menos cincuenta mil años de historia les antecedían. En ese largo periodo de tiempo llegaron a dominar un conocimiento esencial de la naturaleza, la sociedad y el ser humano que les permitió vivir en armonía con la naturaleza y sus semejantes. Construyeron caminos sorprendentes, edificios y fortalezas aún más, ciudades portentosas, milagrosos complejos productivos, domesticaron plantas, conocieron el cielo en su infinita vastedad y fueron capaces de trabajar primorosamente el oro y otros metales. Crearon un tipo de ciencia que no necesitaba destruir la unidad para desentrañar su esencia, yendo del todo a las partes, respetando de esta forma el infinito sistema de procesos entrelazados que constituye, en esencia, la vida en todas sus manifestaciones. No inventaron la rueda porque no la necesitaron, ni usaron ningún animal de carga por la misma razón. Existen muchas fundadas razones para creer que conocían métodos físicos para mover grandes pesos sin utilizar maquinarias igual que para trasladarlos. Vestigios pétreos como la ciudad de Machu Picchu y fortalezas como las de Saccha Huamán, en el sur y monumentos urbanísticos como los de Teotihuacán en el norte, así lo demuestran.
Las evidencias físicas de estas antiguas civilizaciones son elementos que sorprenden, pero hay otros aspectos que deben sorprendernos más todavía. Tenían un sentido de justicia social, por ejemplo, que se reflejaba de manera práctica en un sistema de repartición justa y equitativa de la tierra. Su sabiduría había llegado a determinar el tupo como unidad de repartición de la tierra siendo este la cantidad exacta que un hombre en plena capacidad productiva podía trabajarla y hacerla producir. En el ayllu, que era el núcleo familiar ampliado, se otorgaba un tupu por cada miembro varón y medio tupu por cada miembro mujer, la suma de lo cual constituía la unidad productiva familiar que, a su vez, era la base estructural de la producción general del imperio, organizada de forma escalonada desde la base hasta la cúspide. Tierras comunales como las del Sol en sur América o, en menor grado, las de la familia real, eran trabajadas de forma rotativa por una parte mínima de los miembros de cada ayllu. El fruto de todo el trabajo era centralizado para volver a sus productores en un acto justo de distribución de la riqueza social. Niños, viejos y enfermos eran considerados en la distribución siempre como una parte integrante del conjunto y nunca como una carga.
La funcionalidad de este sistema productivo dependía de la existencia de una especie de método de contabilidad que los incas llamaban quipus. Cuerdas de colores específicos que servían para registrar y contabilizar casi todos los aspectos de la vida social. Desde el crecimiento vegetativo de la población, hasta el movimiento natural de la distribución de la tierra estaba registrado en los quipus, permitiendo que los funcionarios del imperio llevaran un registro pormenorizado de todo lo que al poder real le interesaba.
Todo esto era posible porque, al momento de la llegada de los europeos, como hemos dicho, todavía no se había disuelto la Comunidad Primitiva. Eran sociedades en transición a sociedades clasistas, probablemente, cuyas características no podemos imaginar en razón de la “solución de continuidad” que significó la conquista europea, pero que al momento de suceder conservaban los fuertes rasgos del colectivismo primitivo. Caso todavía más admirable en razón de que en el incario, así como en el imperio azteca, no surgió la esclavitud individual, como si sucedió en Europa, lo cual condiciona la evolución general de las sociedades occidentales.
Las sociedades americanas eran naturalmente comunitarias, lo cual era una exigencia del bajo nivel del desarrollo tecnológico que en ellas existió, lo que forzaba a la colaboración comunitaria, no sólo para producir, sino para vivir. Lo admirable es que la comunidad humana de entonces, desde el ayllu común hasta el ayllu real, así lo entendieron e hicieron de ese rasgo el elemento esencial de la vida social. El individuo estaba subsumido en la comunidad a tal extremo que la comunidad era una especie de individuo múltiple.
“Esclavitud generalizada” la llamó Marx, sin tomar en cuenta, en el caso de las sociedades pre colombinas, la cuota de amor y veneración que las masas pudieron tener por sus reyes y que los anarquistas modernos siguen analizando desde la gnoseología occidental[i], lo que les niega toda posibilidad de comprensión de la lógica interna que movía a esas sociedades. Desde la seudo izquierda latinoamericana y desde el revisionismo marxista actual se incomprende teóricamente el núcleo de un problema en cuyo interior se encuentra la salvación de la sociedad humana.
Sociedades como las precolombinas del Abya Yala eran sociedades rituales en las que el trabajo, como actividad de vida, ocupaba el primer lugar. No existía desocupación y la ociosidad era castigada con la exclusión del individuo por parte de la comunidad. Los rituales del Inti Raymi no eran sólo celebraciones de gratitud al Sol y a la Pachamama, sino actos de reconocimiento a la fuerza de trabajo, es decir, al mismo ser humano como fuente inagotable de prosperidad y vida. Trabajar no era una obligación, era un acto de vida tan lógico como respirar o alimentarse. Las manifestaciones espirituales de mayor relevancia estaban ligadas al trabajo y como eran sociedades agrícolas a la Pachamama y por su naturaleza cósmica al Sol. Todo giraba en torno a estos dos elementos constitutivos de su cosmovisión humana.
Se sabe que las sociedades más equilibradas son aquellas que tienen menor número de leyes, las sociedades precolombinas se regían más que por leyes por preceptos morales y éticos que normaban la conducta de sus integrantes, sin necesidad de cárceles o lugares de “rehabilitación social”. Era la comunidad la que castigaba o premiaba los méritos o deméritos de sus integrantes. Si alguien mentía, caía en desgracia, igual si robaba o se comprobaba su ociosidad. Excluidos de la comunidad estaban destinados al escarnio e inclusive la muerte. Los castigos por esos vicios podían llegar a ser extremos.
En estas sociedades “Los principios de correspondencia, reciprocidad, complementariedad y ciclicidad son aspectos que deduce el pensamiento teórico moderno al estudiar el Sumak Kawsay ancestral y son los que sirven para oponerse a los de individualismo, lucro, democracia, autoritarismo y totalitarismo que prevalecen en las sociedades actuales. Ese equilibrio dinámico que ahora se impone como necesario no es, según la nueva gnoseología en ciernes, un equilibrio eterno e inamovible, sino que se da en un ciclo de duración temporal (500 años o un Pachacutik) a cuyo final la sociedad dará un salto dialéctico hacia arriba y que, en su repetición eterna, va conformando la espiral perfecta de la Historia.”[ii]
Solamente sobre estas bases brevemente pergeñadas es posible acercarnos a definir “que es lo indio”, no tanto como categoría antropológica, sino como concepto sociológico.
QUÉ MISMO ES LO INDIO
Dejemos claro que este concepto no ha sido ni inventado ni usado por los pueblos originarios quechuas que usaban el sustantivo runa para referirse al ser humano. El concepto indio fue introducido por los colonizadores para identificar erróneamente a los nativos del Abya Yala y, desde sus orígenes, tuvo una carga discriminatoria. Indio fue sinónimo de inferior, diferente y, por extensión. vago, sucio e ignorante. Ha sido un concepto racista impuesto a sangre y fuego que durante quinientos años fue reforzado por la conciencia vergonzante del mestizo que quiso identificarse con los sectores dominantes y no con los dominados. Detrás de esa denominación la sociedad blanca-mestiza enterró la grandeza de los pueblos originarios, razón por la cual, también es un sintagma político usado para desconocer a una parte integrante de la sociedad.
En razón de esto y, a pesar de esto, la palabra indio no ha podido ser tirada a la basura de la Historia y sigue siendo usada de forma indiscriminada para designar a aquello que es diferente de lo blanco-mestizo. Su obstinada permanencia ha hecho que la intelectualidad aborigen la use para resignificar su contenido y hacer de él una bandera de liberación. Y es en ese, exclusivamente en ese sentido, que en este trabajo tratamos de definir lo indio.
Lo indio son los remanentes vivos que quedan de las comunidades originarias. A nadie se le puede ocurrir que a estas alturas los diferentes pueblos de los Andes viven en estado puro la misma vida de sus lejanos antepasados, pero tampoco a nadie se le puede ocurrir que han renunciado a una forma específica de vida que les hace diferentes de la sociedad blanco-mestiza dominante. Ileana Almeida, citando al antropólogo peruano José Matos Mar dice que en las comunidades centro-andinas se conservan tres rasgos de su pasado histórico: “uno, la propiedad colectiva de un espacio rural que es usufructuado por sus miembros de manera individual y colectiva; dos, por una forma de organización social basada en la reciprocidad y en un particular sistema de participación de las bases; y tres por el mantenimiento de un patrón cultural singular que recoge elementos del mundo andino. En síntesis, la comunidad desciende de los antiguos ayllus andinos[iii]”. Esto es evidente y nadie lo puede negar, menos el Estado blanco-mestizo que tiene que repensar, en términos jurídicos, la problemática para acercarse más, en lo conceptual y práctico, a la definición constitucional de Plurinacionalidad y Multiculturalidad.
En resumen, para definir lo indio hay que estar claros de que sólo es posible si se acepta la idea de la existencia de una gnoseología diferente a la que ha definido la civilización occidental, esto quiere decir, otra forma de conocer, de adquirir conocimientos, cuyo núcleo central era la comprensión de que no es necesario desintegrar la unidad para develar su esencia. Esta actitud científica ante el conocimiento convertía al sistema en el cual existía en intrínsecamente justo (bueno) por lo cual todas sus manifestaciones contribuían, desde todos los ángulos y niveles, a crear la armonía necesaria para una vida plena y satisfactoria del ser humano dentro de la sociedad que es lo que ahora llamamos el Sumak Kawsay.
Tomando en cuenta lo que acabamos de decir se puede comprender por qué no es posible construir el Sumak Kawsay en el seno de la sociedad capitalista, porque este sistema, por su naturaleza (su epísteme) es injusto (malo) lo que hace que todas sus manifestaciones contribuyan, desde todos los ángulos y niveles, a crear el caos y la desarmonía. Es este mismo sistema el que fabrica, literalmente, sus defensores, en el nivel de la producción (los empresarios) y en todos los otros niveles de la superestructura (soldados, intelectuales, sacerdotes, juristas, etc, etc.,) que lo defienden sin tener conciencia de la maldad estructural del sistema. A esta forma de organización social se corresponde la noción aristotélica del Buen Vivir, cuya esencia es el consumo, el llegar a ser, que no el estar que es la esencia definidora del Sumak Kawsay.
QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS
Quinientos años han pasado desde la llegada de los europeos a tierras del Abya Yala. El pensamiento occidental ha construido otra civilización sobre las ruinas de las nuestras. Quinientos años les han tomado a los colonizadores construir lo que ahora tenemos. ¿Qué tenemos?
Tenemos una sociedad polarizada que concentra en pocas manos la riqueza y distribuye “igualitariamente” la pobreza entre las grandes mayorías; que concentra en un extremo el conocimiento y en otro la ignorancia, que a unos pocos les ofrece oportunidades y a las inmensas mayorías las condena al fracaso, en la que el afán de lucro ha convertido en fieras a los seres humanos, en la que hasta los sueños se han convertido en mercancías, en la que la violencia de género ha convertido en víctima a la mujer, en la que matar por encargo es una práctica común, en la que se agrede sin compasión a la naturaleza a tal punto que la amenaza del cambio climático es una triste realidad, en la que se trafican órganos convirtiendo a los niños en sus víctimas inocentes, en la que producir droga para idiotizar a millones de personas es el negocio más lucrativo del mundo, en la que las naciones favorecidas tienen sus arsenales saturados de artefactos nucleares que en cualquier momento pueden hacer estallar el planeta, que llena de basura plástica los mares y contamina sin compasión las reservas de agua dulce, una sociedad que ha cambiado la espiritualidad por la religiosidad que es la forma de fanatizar a las masas, una sociedad sin ley y con dioses que parecen estar de acuerdo con el crimen y la desigualdad, en fin, una sociedad caótica y desordenada en la que es imposible el recogimiento espiritual y la elevación del pensamiento.
Paradójicamente esta misma es una sociedad de increíble adelanto científico-tecnológico. Se ha comenzado a desentrañar los secretos del micro mundo cuántico, los ordenadores personales dominan el mundo, el internet es un océano infinito de información y conocimientos al alcance de todos, la biología está a punto de descubrir los secretos del genoma humano, se viaja a velocidades supersónicas con lo cual hemos llegado a ser una aldea global y, sobre todo, existen ya tecnologías capaces de elevar la productividad del trabajo a niveles suficientes para producir más de lo que la humanidad necesita para vivir. Una tecnología que, sin embargo, no está al servicio abierto de las necesidades del ser humano, sino de los intereses privados y del lucro. No de otra forma se explica que en este año 2019 más de mil millones de seres humanos estén amenazados de morir de hambre en el mundo y pueblos enteros carezcan de un vaso de agua potable para saciar su sed.
Esta es la sociedad que tenemos que cambiar, de no hacerlo llegaremos a matarnos mutuamente a una escala global o, quizás, lo más probable, seremos víctimas de un holocausto nuclear. La pregunta que surge es: ¿qué tipo de sociedad puede sustituir a la actual?
Una corriente “pachamamista” entusiasta, soñadora e históricamente intemporal cree que regresar a nuestras raíces ancestrales significa volver a construir las sociedades precolombinas, cosa que es históricamente imposible. En el Perú, autores como R. Reinaga, en Bolivia y en Ecuador muchos de ellos levantan la bandera del Tahuantinsuyo como símbolo de vida nueva y libertad, creando la falsa expectativa de que si es posible recrear la organización social de nuestros ancestros. Esta corriente entraña un revanchismo destructivo que, en la práctica, se traduce en un racismo al revés y que, lamentablemente, encuentra asidero entre la población aborigen menos favorecida de los pueblos andinos.
El “pachamamismo” tiene que entender que no es posible reinventar las sociedades ancestrales por dos razones: 1) La teocracia que las hizo posibles ha desaparecido después de 500 años de colonialismo y 2) el actual desarrollo científico-técnico no se corresponde con el nivel de las fuerzas productivas de entonces, habiéndose creado ya las condiciones históricas para un cambio cualitativo del sistema.
Por otro lado, están las posiciones pro sistema, aquellos actores sociales que, siendo fruto del capitalismo, son sus defensores. Hay dos niveles, los que tienen conciencia de lo que hacen (las grandes potencias del mundo) y los borregos seguidores de las ideas dominantes. Ellos defienden a capa y espada la sociedad cloacal que hemos descrito brevemente en líneas anteriores, es más, son sus creadores.
Pero, si no es una ni otra la sociedad posible, entonces ¿qué es lo que debemos hacer?
EL PUNTO NODAL DE LA CONVERGENCIA HISTORICA
El marxismo surge en el siglo XIX como una contra ideología al pensamiento burgués. Se constituye en la crítica más demoledora de todo el sistema capitalista desde su base económica hasta las más variadas manifestaciones super estructurales, pese a lo cual no trasciende la episteme occidental. Es un sistema de ideas que propone un nuevo tipo de sociedad, basada en la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción y la desaparición gradual del Estado y las clases sociales. La construcción de una sociedad socialista es, para el marxismo, la superación de la ley de la acumulación capitalista para ser sustituida por una ley de acumulación social que, estando en manos del Estado, permite una distribución más equitativa de la riqueza social. Lo que Marx concibió como una teoría revolucionaria para enterrar al capitalismo, las sociedades pre colombinas lo hicieron naturalmente en el marco histórico de la Comunidad Primitiva, es decir, en un momento de bajísimo desarrollo de sus fuerzas productivas. Ese es el punto que imbrica, atemporalmente, al marxismo con las sociedades ancestrales del Abya Yala. Este es el núcleo teórico que puede hacer realidad la afirmación del sabio norteamericano Chomski de que las sociedades aborígenes salvarán a la humanidad, porque, el pensamiento de raíces ancestrales, sólo puede coincidir con lo más avanzado del pensamiento occidental, que es el marxismo.
No hay lugar a reconstruir el sistema pre colombino de producción, como quieren los “pachamamistas”, pero tampoco es posible sostener el actual sistema capitalista que hace agua por los cuatro costados. La solución está en rescatar aquello que se demuestra positivo del sistema ancestral y lo que se puede rescatar del capitalismo actual.
Esos elementos nucleares son: 1) De los ancestros: la propiedad colectiva de la tierra, principalmente; también una forma de organización social basada en la reciprocidad, un particular sistema de participación de las bases (nueva democracia) y el rescate de un patrón cultural singular que recoja elementos del mundo andino[iv]. 2) Del capitalismo actual: la libre empresa individual, con límites en su crecimiento y control del Estado.
La fusión de estos elementos en el marco de un significativo desarrollo científico-tecnológico hará posible la creación de una sociedad equilibrada en la cual será un delito la acumulación desmedida y la injusticia social. Desde nuestro punto de vista toda intención de mejorar el capitalismo es un esfuerzo inútil, porque en su estructura está la maldad del mismo. Quinientos años después comienzan a aflorar las virtudes de un sistema sabio que dio alimento y bienestar a millones de seres humanos y que ahora sus elementos esenciales vuelven para, en una fusión dialéctica con lo más dinámico del sistema traído por los colonizadores, salvar a la humanidad. Su triunfo será dar un salto dialéctico para ampliar la infinita espiral de la Historia, siempre hacia arriba, nunca hacia atrás.
La imagen de un país sentado en una silla de ruedas es la que mejor describe la actual situación del Ecuador. En tres años la paraplejia del mandatario se ha trasladado a la nación.
Las
medidas del 1 de octubre no son, ni de lejos, el comienzo de la crisis política
que ahora vivimos, la crisis comenzó hace dos años y medio, en el nivel
económico, no precisamente político. Moreno debió haber dado continuidad al
modelo que logró implantar su antecesor en los diez años precedentes. Los
hechos, desde entonces, demuestran que Lenin Moreno no estaba capacitado para
sostener sobre sus hombros esa responsabilidad histórica. Optó por traicionar
al proyecto correista y entregarse al poder transnacional y a la derecha empresarial
ecuatoriana.
La
traición no es una mera arenga política, es un golpe artero contundente dado
para matar el proyecto progresista que representa la figura de Rafael Correa.
Su intención de fondo es darle vuelta al modelo de un Capitalismo de Estado que
asume, entre sus responsabilidades, las de atender las necesidades sociales de
los sectores menos favorecidos, obligando a los más favorecidos a democratizar
sus ganancias vía la optimización de la recaudación fiscal y la ampliación de
los beneficios laborales de los trabajadores. Un modelo que llevó a sostener a
políticos neoliberales como Alberto Dahik que había que destruirlo si queríamos
conservar la salud de la economía.
Todo
el accionar económico y político de Lenin Moreno se inscribe en ese objetivo y
en eso consiste su traición.
EL
GRAN “SALTO HACIA ATRÁS” DE LENIN MORENO
Pese a su paraplejia el gobierno de Lenin Moreno logra
dar un sorprendente “salto hacia atrás” en la economía nacional. Para poder
hacerlo inicio un plan perfectamente meditado de desprestigio político del
gobierno de la revolución ciudadana. El caballo de batalla utilizado fue el de
la corrupción. Desde su silla ortopédica lanzó la impactante “chalaca” de un
latrocinio de más de 70 mil millones de dólares por parte del correismo, lo que
de inmediato convertía a su antecesor en el “gobierno más corrupto de la
historia”. La cifra colosal, sin sustento real de ninguna clase, tenía como
único objetivo comenzar a justificar el viraje del modelo económico-político
armado hasta entonces por el gobierno correista. Se trataba de posesionar, en
la opinión pública nacional, la idea de que había que cambiar de modelo. Tres
años después ningún ente gubernamental, comenzando por la ridícula Secretaría
Anticorrupción de la Presidencia de la Republica, ni la Asamblea Nacional, ni
la Fiscalía han podido comprobar nada de semejante atraco a los intereses
nacionales, pero, en cambio, al ciudadano común, que a duras penas se entera de
lo que pasa en el país viendo la prensa “libre e independiente”, le han grabado
en la mente la idea de que Correa y su gobierno fueron más corruptos que todos
los de la partidocracia juntos. Ese era justamente el objetivo. Habiéndolo
logrado, el camino estaba expedito para el gran viraje.
Uno o dos ministros fusibles nada significaron en el
desmontaje del andamiaje económico construido por el correismo. La fiesta
comienza realmente con el nombramiento de Richard Martínez al ministerio de
Economía y Finanzas, detrás del cual se van sumando genuinos representantes de
las concepciones neoliberales, hasta que queda conformado un equipo económico
capaz de enterrar definitivamente las concepciones progresistas de Correa.
Equipo afin, por supuesto, con las teorías y concepciones fondomonetaristas. El
nivel político representado en la falsa lucha contra la corrupción correista
aterrizando en el cambio del modelo económico. No es fruto de la “genialidad”
política del mandatario, sino resultado de las exigencias del modelo de
dominación del capitalismo corporativo mundial, que les da empleo a políticos
pusilánimes y corruptos como Lenin Moreno, Iván Duque o Sebastián Piñera.
LOS
EJES DE LA RESTAURACIÓN NEOLIBERAL
Los ejes que conforman el alma del modelo no son muchos
ni tampoco innovadores o nuevos, son los mismo que han llenado los bolsillos de
las élites y han empobrecido a los pueblos y que vienen aplicándose desde la
época de Reagan y Margaret Thatcher, los mismos que mediante la fuerza fueron
impuestos en el Chile pos socialista y los mismos que en la actualidad han
hundido economías como la Argentina de Macri.
La
línea estratégica de este modelo es la recuperación de los activos del Estado
para beneficio de la empresa privada y, sus realizaciones tácticas más
importantes son: la disminución de los impuestos para el sector privado y la
flexibilización laboral para los trabajadores. La ausencia absoluta de
inversión en la matriz productiva obliga al Estado a recurrir al endeudamiento
externo para paliar la crisis estructural que el modelo implica, convirtiéndose
la deuda externa en un mecanismo expansivo del cual es imposible salir y cuyo
efecto real sobre la economía de nuestros países es la dependencia y el
subdesarrollo.
Para
llevar adelante un modelo de esta naturaleza hay que ser genéticamente pro
capitalistas. Alberto Dahik, Guillermo Lasso, Richard Martínez, Pablo
Arosemena, Alarcón, Nebot son parte consubstancial de este rebaño. Lenin Moreno
es su instrumento político, como un piano, que suena sólo cuando le acarician
las teclas.
El
progresismo correista parte de la concepción ética de que la riqueza social
debería ser mejor distribuida. No es una idea radical, ni nada tiene que ver
con las concepciones del comunismo marxista, no llegan ni siquiera a rozar
seriamente el socialismo como concepción teórica, se basa en la idea humanista
de que no es justo que a nivel global la
riqueza se concentre en poco más del 2% de una población mundial que bordea los
8 mil millones de seres humanos, se basa en la lógica, entonces, más allá de la
teoría o de las ideologías, aunque las ideologías contestatarias a esta
realidad coincidan con ese infalible sentido común. Es a esta lógica que Lenin
Moreno traicionó, convirtiéndose en su sepulturero cuando su obligación era
darle continuidad y fortalecerla. Es en este nivel donde su traición alcanza
dimensiones históricas.
¿QUÉ
ES LO QUE LENIN MORENO ES INCAPAZ DE COMPRENDER DE LA REALIDAD ACTUAL?
Personalidades como las de Lenin Moreno son
patológicamente limitadas para comprender cuál es el sentido de la Historia. No
pueden distinguir la delicada línea que separa una época de cambios de la de un
cambio de época. Los fenómenos globales del desarrollo económico ligados a la
transformación inverosímil de la ciencia y la tecnología nos están exigiendo
nuevas comprensiones de la realidad, cuya esencia primordial es aceptar que el
capitalismo ha preparado ya, ahora en el siglo XXI, las condiciones
cualitativas para el cambio de sistema. Ese nuevo sistema es el socialismo que,
por lógica histórica, se tiene que desenvolver sobre la base tecnológica y
científica preparada por el capitalismo desde su nacimiento. Esa transición es
la que vive la humanidad en los momentos actuales y lejos está de ser pacífica
y ordenada, por el contrario, la violencia será una de sus más dramáticas
características. Doble violencia, la que ejercerán los defensores del viejo
sistema y la que desplegarán los aupadores del nuevo. Es el fin del capitalismo
corporativo mundial que no resistirá el empuje del 98% de la población mundial,
asediada por el hambre y las necesidades. Es el momento de la expropiación
revolucionaria de las nuevas tecnologías capaces de producir por arriba de las
necesidades del ser humano y que ahora son aprovechadas de forma privada por
los dueños del capital. Sólo hay un argumento a favor de los defensores del
“ancian regim” y es el de la fuerza atómica. Nada es imposible para los dueños
del poder que no dudarán en hacer volar el planeta si de defender sus privilegios se trata.
Es en el marco de esta restauración neoliberal que se
explican todas las medidas políticas y de economía política adoptadas por el
gobierno de Lenin Moreno. Recortes en los presupuestos de educación que afectan
a cerca de un cuarto de millón de niños, en salud pública, en vialidad, en
infraestructura, en reforma del Estado, la reducción de aranceles que permite
la fuga de dólares en una economía dolarizada y la supresión del impuesto a la
renta que obliga al gobierno a endeudarse más sólo para cubrir el servicio de
la deuda y hace imposible controlar el pago del impuesto a la renta. La ley
Económica Urgente enviada a la Asamblea Nacional para su discusión, refleja de
forma ordenada, los intereses de las élites nacionales y rubrica de forma
agresiva la traición neoliberal de Lenin Moreno a los ideales del progresismo
ecuatoriano. Es esta ley la que configura la imagen de un país sentado en una
silla de ruedas, aquejado de apoplejía e incapaz de afrontar los retos que nos
plantea el futuro.
Lenin Moreno es un político ignorante que confunde la
administración de una empresa con la conducción del Estado. Básicamente no
entiende que desde el poder se tiene que trazar rutas, perfilar derroteros que
permitan marchar a la nación a un futuro mejor. Defender las viejas fórmulas
fondomonetaristas es insistir en el fracaso y cerrar los ojos a las nuevas
realidades que están comenzando a nacer. Si sus decisiones le afectaran a él y
a su familia, poco importaría, pero está jugando con la suerte de quince
millones de ecuatorianos.
LOS
EJES DE LA RESTAURACION PROGRESISTA
Todo hace pensar que avanza una segunda ola del
Progresismo a nivel latinoamericano. En Argentina la conciencia sembrada por el
kischnerismo acaba de dar un golpe contundente al fondomonetarismo, en Chile se
rompió el dique neoliberal impuesto por la dictadura pinochetista, en Ecuador
el pueblo indignado salió a las calles a protestar contra su ignorante
mandatario, Bolivia reafirmó su marcha indetenible a un nuevo tipo de
socialismo reeligiendo a Evo Morales, Venezuela resiste, Haití eleva su voz,
Uruguay se agita, en Puerto Rico crece la conciencia nacionalista, México
mantiene firme el timón del progresismo renovador. La Historia como una fuerza
que sube indetenible en la espiral evolucionista, nos está pidiendo el concurso
de la inteligencia humana, porque sola no es suficiente. Esa inteligencia es la
de los pueblos que han comenzado su marcha para rebozar con su contenido el
continente caduco del “capitalismo salvaje”. Restaurar el Progresismo será el
aporte que el pueblo ecuatoriano hará a la gran marcha de los pueblos, aliado
con las fuerzas revolucionarias que saben que en el horizonte se perfila el
socialismo renovador y profundo. Estas son las claves para avanzar en la lucha
político-económica de restauración del progresismo en el Ecuador:
El
progresismo, “de aquí en adelante, tiene que ser, sobre todo, un movimiento
político-ideológico con una sólida estructura partidaria, capaz de dar
dirección revolucionaria al movimiento. Sin esos elementos no se podría
avanzar.
La clave de la lucha política está en profundizar todas las iniciativas
político-económicas implementadas por el correismo en la primera etapa.
Profundizarlas significa radicalizarlas, pero, por otro lado, se necesita
avanzar, ir más allá en la lucha contra la oligarquía. Para hacerlo se tiene
que tener concepciones político-ideológicas sobre estos tres temas
fundamentales:
El
poder
La
matriz productiva y
La
educación
Sobre el primer punto. Se debe tener claro que toda lucha política gira en
torno del poder del Estado que va, desde una Junta Parroquial hasta la
Presidencia de la República. El poder no es poder si no tiene el respaldo del
pueblo, entendido como la suma de todos los sectores populares, de los sectores
medios pauperizados, minorías inconformes, profesionales progresistas,
feministas, jóvenes, jubilados, ecologistas etc., etc., etc. Tampoco es poder
efectivo si los sectores sociales no están en capacidad de movilizarse
constantemente por sus aspiraciones. Es el partido el que se encarga de
movilizar a su militancia y sus aliados. En el ámbito del poder hay que definir
una política de alianzas bajo el principio de ir de la izquierda (el partido)
hacia el centro, nunca al revés y siempre bajo un acuerdo programático.
Sobre la matriz productiva. Dar
prioridad a la producción agrícola para desplazar paulatinamente al sector
industrial a un segundo plano. El fin es producir más valores de uso, lo que
tendería a una transformación profunda a mediano y largo plazo de nuestra forma
de vida. La base de este proceso es la implementación de una Reforma Agraria
que elimine, de forma definitiva, la gran propiedad terrateniente y el
latifundio, acercándonos al ideal de un Sumak Kawsay actualizado que armonice
la vida del ser humano con la naturaleza y mantenga el equilibrio dinámico de
la economía.
Y tres, la educación. Es en este sector donde comienza una verdadera
revolución. Se debe implementar una educación nacional, igual para todos,
sustentada en el principio básico del servicio y no del lucro, profundamente
humana y solidaria”.[1]
Este
es el sentido de la Historia, aspecto sobre el cual nuestro mandatario no tiene
ni la menor idea. La nación, al igual que él, se encuentra con apoplejía. La
restauración progresista tiene que echarla a andar.
El doctor Diego Delgado Jara plantea que el lei motiv de la presente protesta popular debe ser la exigencia de que se “vayan todos”, es decir, poder ejecutivo, poder judicial y poder legislativo bajo el argumento de que todos han sido elejidos con un fraude científico cocinado durante el régimen correista. No es imposible, pero al no ser capaces de demostrar jurídica, constitucional y políticamente tamaña afirmación, un elemental sentido común nos dice que no podemos actuar fuera de las reglas establecidas por el sistema. Si un político como el doctor Delgado ha aceptado esta legalidad, tiene que jugar con ellas.
Si no es así ¿qué plantea? ¿Una insurrección armada que barra con todo
lo que existe? En el supuesto caso de que la presión popular llegara a
mandar a todos ¿quiénes serían los reemplazantes? Parece que el doctor
Diego no aprende que la honestidad es un cuento inventado por los
burgueses para mantener la dominación sobre los humildes. ¿Su probada
honestidad no se hizo trizas cuando pretendió postularse como fiscal?
Hoy ese cargo ocupa un personaje incondicional a los intereses del
sistema, no un hombre honesto como él.
Una visión
revolucionarista como la del doctor Delgado hace más mal que bien a los
intereses del socialismo. Esa corriente en el Ecuador no entiende que el
progresismo latinoamericano es la izquierda posible en nuestros países.
Si en el Ecuador el correismo no cumplió los objetivos del progresismo,
es el correismo el que fracasa, no el progresismo. Quitarle un bocado a
las élites dominantes no está mal, siempre y cuando junto a ese
progresismo vaya una corriente revolucionaria con fuerte apoyo popular
que obligue al reformismo a girar a la izquierda, cosa que en el caso
del Ecuador nunca sucedió, porque posiciones revolucionaristas como las
del doctor Delgado terminaron coincidiendo con la oposición clasista de
la derecha.
Hoy la izquierda revolucionaria tiene que ser la
estructura ósea del progresismo latinoamericano, hoy hay que plantear
una alianza clasista que vaya de la izquierda al centro, aprovechando la
fuerza que líderes progresistas como Rafael Correa tienen. El
socialismo auténtico, ecuatoriano y creador no tiene miedo de plantear
una alianza con el correismo, como única vía para salir de ese
revolucionarismo estéril que se ha pasado cincuenta años diciendo que es
la verdadera izquierda y nunca a podido ganar unas elecciones.
Ñukanchik Socialismo es esa izquierda sin complejos que quiere darle
una vualta más a la tuerca del progresismo correista.
Si hay
corrupción en el correismo eso no invalida los ideales del progresismo
latinoamericano, así como la corrupción dentro de la iglesia católica,
apostólica y romana no invalida los ideales de paz y amor de Cristo.
En los años setenta del siglo
pasado yo era estudiante del colegio Montufar en Quito. La celebridad estudiantil
que me dio la medalla de oro obtenida en el Concurso del Libro Leído que
promovía ese maestro de juventudes que fue Luis Romo Dávila, hizo que los
grupos de izquierda pusieran sus ojos en mí. El PCML que estaba despuntando, el
partido comunista y el socialismo revolucionario. Un día, por alguna razón que
no me acuerdo, fui a parar en la Federación de Trabajadores de Pichincha (FTP).
Ahí conocí a un dirigente de terno y corbata que hablaba casi en silencio,
echando el brazo sobre los hombros de su contertulio y diciendo cosas que
invitaban a soñar. Se llamaba Telmo Hidalgo. Él, después de mi maestro de
Historia Manuel Oña Silva, fue el primero que me habló del socialismo. Yo solía
ir los martes a la FTP a una especie de audiencia que los dirigentes de la
Federación tenían con sus afiliados, sindicatos, comités de empresa y otras
formas de organización popular. Se me hizo familiar la figura de Telmo y
terminó sugiriéndome que formara una célula del PSR. Tres compañeros del
colegio y dos más terminamos conformando una célula de la Juventud Socialista
Revolucionaria. Ese es mi origen en la política de izquierda. No había cumplido
todavía los veinte años y, desde entonces, el activismo político contra Velasco
Ibarra fue una constante.
Comencé
a trabajar desde muy temprana edad para ayudar a mi madre. Uno de esos trabajos
iniciales fue de reportero en el recién inaugurado Canal 8 de TV que se inició
con una alianza empresarial del grupo de El Comercio con Xavier Alvarado Roca,
de Guayaquil. Fui el primer reportero del noticiero de esa empresa y mi jefe
fue un periodista de Radio Quito llamado Jorge Zaldumbide. Entre compañeros de
ese trabajo recuerdo a Fredy Ehlers y al escritor Rodrigo Villacis Molina. En
mi trabajo entrevisté, en dos ocasiones, al doctor Manuel Agustín Aguirre,
entonces rector de la Universidad Central. La primera fue una entrevista de
análisis coyuntural del gobierno de Velasco y la segunda después que explotó
una bomba terrorista en la Editorial Universitaria. Yo protestaba en las calles
a escondidas de mis jefes. El doctor Aguirre sabía de mi vinculación al PSR. Me
concedió la entrevista y, entonces, todo se derrumbó. Nada de lo que me dijo
salió al aire. Zaldumbide manipuló la entrevista y le hizo decir negro donde
Aguirre había dicho rojo. Aguirre sólo
me perdonó diez años después, cuando regresé de Cuba. Lo hizo también porque ya
se había publicado el libro de Felip Agge en el que cuenta que Zaldumbide
trabajaba para la CIA. En toda esta febril actividad de militante jamás vi en
la calle al doctor Enrique Ayala Mora, que ahora dice haber sido militante del
socialismo desde las aulas colegiales.[i] En la católica había un
núcleo democristiano que apoyaba a Hernán Malo Gonzáles, entre cuyos fervorosos
integrantes estaba Ayala Mora ¿Socialista?
Bueno, pero sigamos. Diez años estuve fuera del Ecuador,
estudiando. A mi regreso, lo primero que se me ocurrió fue ir a la FTP. Como la
primera vez, volví a encontrar al maestro de corbata y sombrerito chagra, Telmo
Hidalgo. Me puse a sus órdenes y, de inmediato, comenzó mi militancia. El
compañero Hidalgo me dijo que había que hacer algunos cambios en el partido,
pero que por nada podíamos descuidar la construcción del Tercer Frente.
Admirado le pregunté que qué cosa era. “El brazo armado del partido”, me dijo.
Me fui feliz ese día a mi casa. Creí que la revolución en el Ecuador iba por
buen camino.
El mismo compañero Hidalgo días antes del XXXV Congreso
del PSR habló conmigo y me dijo que se estaba pensando en el nombre de un compañero
del Azuay para la dirección del PSRE. -¿En quién? -pregunté. -En el doctor
Víctor Granda Aguilar -me respondió. -¿Le conoce? –me dijo -No, -le respondí. -Creo
que es la mejor opción, por el momento –afirmó-. Tenemos que proyectarnos a la
sociedad, compañero. Estamos muy enclaustrados en los gremios sindicales. -¿Cree
usted que el compañero Granda garantiza la dirección revolucionaria del partido?
–pregunté-. –Me parece que si –me dijo y yo le respondí: -Habrá que ver.
Han pasado casi cuarenta años desde entonces. El PSRE ha
desaparecido en su estructura y en sus concepciones. Ha prevalecido una
corriente reformista, electoralista e inorgánica que nunca fue protagonista de
nada importante en el plano político, siempre de furgón de cola del centro
político y de figuras individuales que lejos estuvieron de representar la
doctrina y el pensamiento del socialismo revolucionario. Veamos este proceso a
grosso modo.
EL
FRENTE SOCIALISTA
Después del XXXV Congreso del PSRE una reflexión
colectiva dentro del partido fue la reagrupación de la tendencia socialista en
el Ecuador. Se hizo contacto con los dirigentes de todos los movimientos
socialistas o cercanos al socialismo para explicarles la necesidad de la unidad
socialista. Concurrieron la Izquierda Cristiana en su versión de la Tendencia
Socialista, cuyos dirigentes principales eran, en ese tiempo, Pablo Suarez y
Gerardo Venegas, se habló con la fracción del MIR dirigida por Patricio Icaza,
con José Chávez de la CEOLS y otras expresiones sindicales que estaban cerca
del socialismo. La iniciativa del PSRE tuvo buena acogida y la corriente
socialista tendía a unificarse.
En ese
proceso apareció una figura del viejo PSE que para entonces ostentaba la
dirección del mismo. Se trataba de Alberto Cabeza de Vaca quién planteó la
conveniencia de volver a la legalidad al PSE. Sin previo aviso, ni antecedentes
conocidos, en el preciso momento que surgió la posibilidad de legalizar el PSE,
apareció la figura de Enrique Ayala Mora, convirtiéndose, con Víctor Granda,
Hernán Rivadeneira, Manuel Salgado y otras figuras en los entusiastas
promotores de la integración del PSRE al PSE. La militancia de Azuay, Imbabura,
Loja y Guayas encabezada por Jorge Reinols, advertimos, en sucesivos Comités
Centrales del Partido, lo peligroso de la propuesta dado que el PSRE podía ser
subsumido por el viejo PSE y desaparecer. Desde entonces se configuraron dos
posiciones al interior del socialismo: una que defendía la existencia del PSRE
como una estructura selectiva, de centralismo democrático, concebida bajo los
principios del marxismo-leninismo y la otra que abogaba por un partido abierto
de masas al que había que prepararlo para la confrontación electoral.[ii]
El
triunfo de Edelberto Bonilla a la diputación por Chimborazo anuló toda polémica
en torno a la naturaleza del partido. La corriente revolucionaria, que
sintetizaba toda la tradición de lucha del socialismo desde su fundación,
incluida su ruptura ideológica en el año 63, fue de inmediato anulada por los
dirigentes agrupados alrededor de la secretaría de Víctor Granda, siendo uno de
los que mayor peso tenía el doctor Ayala Mora. Con la acusación de infantilismo
de izquierda y con la tesis de “avanzar sin discutir” impusieron la línea
electorera en el socialismo ecuatoriano. Granda Aguilar, Ayala Mora,
Rivadeneira y, posteriormente, Germán Rodas y otras figuras, ahogaron al
socialismo revolucionario en aras de una participación electoral que, según
ellos, terminaría llevando al socialismo al poder. Diego Delgado en el Azuay,
Jorge Reinols en el Guayas, yo en Pichincha y muchos otros compañeros en todo
el país, dimos la batalla por preservar las concepciones revolucionarias del
PSRE y su estructura orgánica. Entre 1984 y 1995 produje muchos documentos que así
lo demuestran.[iii]
En 1984 el PSE candidatizó a Manuel Salgado Tamayo a la
presidencia de la república con lo cual estuvo de acuerdo la militancia del
socialismo revolucionario, porque era una oportunidad de proyectar, a nivel
nacional, la imagen y las tesis del socialismo, que la corriente revolucionaria
pensó siempre serían las suyas. Nada de eso sucedió. Ayala Mora y la camarilla
socialdemócrata que se había tomado la dirección del partido anularon lo que
ellos llamaban infantilismo de izquierda y dieron rienda suelta al entusiasmo
electoral. Dos años después de la candidatura de Salgado Tamayo el socialismo llevó
ocho diputados al Congreso Nacional. Figuras como la de Fernando Guerrero, el
propio Ayala Mora, Segundo Serrano, Diego Delgado, Raúl Patiño y otros
aparecían como una muestra palpable del triunfo de la corriente electoralista.
El socialismo revolucionario quiso sacar provecho del éxito electoral momentáneo
y planteó un agresivo plan de organización partidaria y educación política a su
militancia. Yo era su Secretario Nacional de Organización.[iv]
AYALA
MORA CANDIDATO A LA VICEPRESIDENCIA
En 1988 esta corriente
electoralista, a la que nada le importaba la preparación ideológica de la
militancia ni su estructura orgánica, hizo un pacto con el APRE del General Frank
Vargas Pasos para presentarse a las elecciones presidenciales, siendo el
militar el candidato a la presidencia y Ayala Mora a la Vicepresidencia. El
fracaso fue rotundo, pero, después de esta triste aventura electoral, Ayala
Mora se convirtió en entusiasta partidario de fusionar al socialismo
ecuatoriano con el APRE, demostrando con ello, no sólo desprecio por la teoría
revolucionaria, sino una descarada conducta electorera. Los socialistas
revolucionarios nos opusimos, como puede verse en este documento que yo hice
circular entre la militancia nacional[v]. La posición
liquidacionista de Ayala Mora hacía mayoría en el Comité Central del partido, pese
a lo cual, la militancia histórica del PSRE no permitió su liquidación.
EL
TRIUNFO DE DIEGO DELGADO A LA SECRETARÍA GENERAL DEL PSE
El triunfo de Diego Delgado a la Secretaría General del
Partido Socialista Ecuatoriano en el año 1991 fue el triunfo de la corriente
revolucionaria. Lastimosamente, a nivel de dirección, el doctor Delgado estuvo
secuestrado por la corriente electoralista que seguía haciendo mayoría en el
Comité Ejecutivo y el CC del partido. Una muestra de esto fue que ese Comité
Central resolvió la candidatura de León Roldós Aguilera para las elecciones
presidenciales de 1992. La corriente de izquierda logró que se aceptara como
binomio de Roldós el nombre de Santiago Pérez Romolerux. Roldós no estuvo de
acuerdo y, en un Comité Central realizado en Quito, impuso, con amenazas de
renuncia a la candidatura, el nombre de Alejandro Carrión Pérez. Yo era el
Secretario Administrativo del CEN, había sido nombrado secretario ad
hoc de ese Comité Central y también coordinador nacional de la campaña
electoral. Tenía derecho a voz en ese Comité Central pero cuando quise
intervenir para protestar por el proceder grosero y autoritario de Roldós el
doctor Granda, por pedido de Ayala, me lo impidió, aduciendo mi condición de
empleado del partido. Nunca antes se habían violado de forma tan flagrante los
derechos de un militante histórico y destacado. Ayala Mora lo hizo, con lo cual
le estaba quitando la voz a la militancia revolucionaria que nunca estuvo de
acuerdo con la candidatura de León Roldós Aguilera.
En esa
misma línea estos dirigentes se aliaron a Sociedad Patriótica y apoyaron la
candidatura del Lucio Gutierrez en 1996, dejando de lado todo desarrollo
teórico y de formación política de la militancia para aprovecharse de las
ventajas que da una diputación y mover influencias para sacar provecho personal
como fue la creación de la Universidad Andina que, en el colmo de la ironía,
Ayala Mora dijo, en algún momento, sería la escuela de cuadros del partido. Los
sueldos y las prebendas personales obtenidas, así como haberse convertido en el
refugio pagado de todos sus aduladores, demuestran las santas intenciones del “brillante
académico” Ayala Mora. Roldós se
comportó como un capataz en esa campaña[vi] y el socialismo “patiamarillo”
que lo apoyó quedó apaleado por el fracasó electoral. La militancia histórica
de izquierda decidió reagrupar sus fuerzas. Desde la Secretaría Provincial de
Pichincha, Fernando Maldonado y yo, tratamos de hacerlo.
EL
XXXIV CONGRESO DEL PSE
La gestión de Diego Delgado Jara en la dirección nacional
del PSE no permitió tampoco avanzar en el proceso de construcción partidaria.
El mismo doctor Delgado parecía no tener mucha conciencia de la importancia de
consolidar orgánica e ideológicamente el partido, pero su gestión como diputado
socialista en el Congreso Nacional ubicaba su figura como uno de los más
destacados dirigentes de la izquierda nacional. El intento de asesinato que el
régimen febrescorderista hizo con él, le había convertido en un referente de honestidad
y consecuencia del pensamiento socialista. Al final de su período la corriente
revolucionaria trató de mantener la dirección del partido lanzando mi candidatura
a la Secretaria General. Hice una campaña nacional, recorriendo provincia por
provincia, incentivando a los compañeros a dar la batalla por conservar el
pensamiento socialista y combatir la corriente electoralista. En cada provincia de costa, sierra y oriente
encontré núcleos de compañeros revolucionarios dispuestos a dar la batalla. Al
fin se realizó el Congreso.
Diego
Delgado confió la conformación de las delegaciones a Rubén Andrade, quién para
entonces fungía de Secretario de Organización del PSE. El resultado fue que en
casi todas las provincias se inflaron las delegaciones con nombres, muchas
veces ni siquiera militantes, partidarios de Granda y Ayala Mora. A tal nivel
de descaro llevaron las cosas que a mí me negaron el derecho de ser delegado por
Pichincha, donde había militado y luchado por más de treinta años. Las
delegaciones de Pichincha, Manabí y Esmeraldas fueron descaradamente
manipuladas por Andrade para favorecer la candidatura de Víctor Granda Aguilar
que era mi contrincante. Pese a todo, Granda ganó esas elecciones con apenas
cuarenta votos por arriba de mi candidatura, como puede verse en el acta de escrutinios
que estoy adjuntando.[vii]
A partir de este Congreso el Partido Socialista Ecuatoriano
quedó en manos de la corriente electoralista. Granda Aguilar promovió mi
expulsión del partido valiéndose de Tartufos como Eduardo Paredes, Jorge Granda
o Germán Rodas. Por salud mental y corporal decidí alejarme de la militancia
partidista, convencido de que una vez más la corriente “patiamarilla”, presente
en el socialismo desde su sesión fundacional en 1926, se había blindado en la
dirección del partido por otro largo período.
LA
IRRUPCION DEL PROGRESISMO LATINOAMERICANO EN EL ECUADOR
A comienzos del
presente siglo la ola del progresismo se extendía por todo el continente. El
chavismo en Venezuela, el krishnerismo en Argentina, el PT en Brasil, el MAS en
Bolivia, en Uruguay, Paraguay. El Ecuador estaba asfixiado por los gases
tóxicos de casi dos décadas de partidocracia. Habíamos sufrido el duro golpe
del feriado bancario, la corrupción reinaba en el sector público y privado, la
inestabilidad política nos había hecho padecer siete presidentes en menos de
una década y, en fin, el Ecuador estaba comido por la deuda externa y al borde
de la disolución.
El
nombre de Rafael Correa Delgado comienza a oírse como propuesta para sacar las
castañas del fuego. Su discurso, prestado a la izquierda revolucionaria, llamó
pronto la atención. Todos los sectores, políticos y sociales, del centro a la
izquierda, le brindaron su apoyo, incluido el FADI-Socialismo que no era otra
cosa que la fusión orgánica e ideológica del Partido Socialista Ecuatoriano con
el Partido Comunista. Lo que no había sucedido en más de 90 años, Ayala Mora y
su camarilla, juntándose con el reformismo comunista, lo habían logrado. “Es la
unidad natural de la izquierda” declaraba el académico. La reflexión de esa
izquierda, a la que yo he denominado boba, era que, estando adentro, ellos
tenían “gobierno propio”. Correa les resultó blando por fuera, duro por dentro.
“Los que vinieron con agenda propia” –les advirtió en su primer discurso-, “pueden
tomar el camino y regresar por donde vinieron”.
Parece
que Correa no consideró el nombre de Ayala Mora para un ministerio o la
cancillería y, desde entonces, comenzaron a combatirlo, por odio, ahora con el
insólito argumento de que ellos representaban la corriente revolucionaria
dentro del Fadi-Socialismo. Ellos que tenían una agenda reformista coincidente
con las del comunismo tradicional y ahora con el correismo, se amparaban en el
membrete del PSRE al que habían hecho desaparecer y combatido de forma
inmisericorde por “infantil y radical”. Los sepultureros del SR ahora se
proclamaban sus salvadores. ¡Jamás se ha visto un nivel de desvergüenza
política como la que tienen Ayala Mora y su camarilla! La fracción comunista,
encabezada por Rafael Quintero, se quedó dentro del correismo, sumisa al
caudillo y siendo corresponsable de la actual situación que tiene el Ecuador.
El socialismo ““patiamarillo”” ha tomado distancia del correismo amparándose en
el membrete del Socialismo Revolucionario, pero sin aportar ni una sola idea de
cambio y enriquecimiento de la teoría revolucionaria, suscribiendo las mismas
tesis del correismo pero advirtiendo que, para que sean válidas, tienen que
estar dirigidas por ellos, es decir, con otro estilo, mas laigh y rosadito, con
chaleco y leontina, importados desde Inglaterra, probablemente. Una forma de
fraude ideológico que tiene engañadas a las nuevas generaciones de socialistas.
Casi medio siglo de historia de la izquierda socialista
en el Ecuador culmina ahora con la elección inducida a la Secretaría General del
PSE -que ahora ellos reivindican Revolucionario-, del académico Enrique Ayala
Mora al que no se cansa de echar flores y mieles ese estentóreo político socialista
llamado Manuel Salgado al que en nuestra época llamábamos “Trucutú” por ser muy
ruidoso y no hacer nada. Esa es la historia. Veamos ahora sus consecuencias.
¿PUEDE
EL SOCIALISMO “PATIAMARILLO” SER LA IZQUIERDA EN EL ECUADOR?
La izquierda boba que nació con el pecado original de ser
de clase media y de clara tendencia arribista nunca pudo, ni puede ahora, ni
podrá mañana, definirse como la izquierda auténtica del Ecuador. Para hacerlo
tendría que demostrar estar a la izquierda de Correa. Pero eso es imposible por
dos razones:
1.- Su historia les condena. Telmo Hidalgo, Laura
Almeida, Manuel Agustín Aguirre, que son los referentes del Socialismo
Revolucionario, deben revolcarse en sus tumbas cada vez que los actuales
dirigentes “patiamarillos” reivindican sus nombres. Esos dirigentes sepultaron
el Socialismo Revolucionario y han definido, por cerca de cuarenta años, una
línea política socialdemócrata, reformista, claramente de centro, coincidente,
en lo esencial de lo teórico, con el pensamiento de líderes reformistas como
Rafael Correa al cual denostan y combaten únicamente por animadversión
personal. Una especie de envidia histórica porque ven en su figura lo que ellos
jamás podrán ser ni hacer. Dirigentes como Ayala Mora demuestran menos
honestidad que dirigentes como Rafael Quintero que se identificó de manera abierta
con el correismo en la equivocada idea que, desde adentro, ellos podrían llevar
adelante el proceso con más éxito y menos ex abruptos que Correa. Ayala vuelve
a cometer un crimen político al membretarse Socialista Revolucionario para
diferenciarse de Correa y el correismo a sabiendas de que nunca, en estos
últimos cuarenta años, ha aportado con una línea de definición teórica para
hacer avanzar la teoría revolucionaria. Y es esa, precisamente, la segunda
razón por la cual el socialismo “patiamarillo” de Ayala Mora, Granda y
compañía, jamás llegará a ser la izquierda auténtica en el Ecuador.
2.- En la línea “patiamarilla” del socialismo ecuatoriano
todo es falso. Que tienen una línea propia y creadora del socialismo en el
Ecuador, en ellos sólo es una fraseología vacía. Ninguno de estos dirigentes se
ha acercado siquiera al arduo trabajo teórico de conceptualizar una posición
propia del pensamiento socialista. Tienen el descaro de definirse marxistas y,
muchos de ellos, leninistas, cuando en su práctica política desprecian esa
teoría y apenas llegan a la socialdemocracia.
Por estas dos razones, jamás esta izquierda boba y “patiamarilla”
llegará a ser la izquierda auténtica del Ecuador
¿DONDE
ESTA ESA IZQUIERDA AUTÉNTICA?
La línea mariateguista de peruanizar al Perú, define la
corriente revolucionaria del socialismo ecuatoriano. Belisario Quevedo nos
enseñó a pensar en lo nuestro. Nombres como el de Manuel Agustín Aguirre nos
recordaron siempre la importancia de ser fieles a los instrumentos teóricos del
marxismo y dirigentes como Telmo Hidalgo nos han servido de ejemplo para
mantenernos junto al pueblo.
La
irrupción de Rafael Correa en el ámbito político nacional no es un hecho
intrascendente como la izquierda boba nos quiere hacer creer. Correa y el
correismo marcan un antes y un después en la política nacional. La acción de
Correa abarcó dos niveles, el material y el ideológico.
En lo
material su accionar se ve en la construcción de una red vial sin precedentes, en
la generación eléctrica, en la construcción de puentes, multi propósitos,
aeropuertos, puertos, una reforma del Estado, de la educación y del sector de
la salud que nunca fueron tocados por el poder de la partidocracia, dando con
ello término a la trunca revolución alfarista y consolidando la creación del
Estado-nación.
En el
nivel ideológico Correa se ocupó de elevar el nivel político del pueblo a
través de sus discursos y las comparecencias de alcance nacional que cada
sábado hacía. Tampoco es un mérito menor su defensa de la soberanía nacional y
su enfrentamiento con los organismos internacionales de crédito y el poder
norteamericano. Su defensa de bloques económicos y políticos como UNASUR y su acercamiento
a procesos revolucionarios como el venezolano son, qué duda cabe, méritos de
este líder que, sin ser revolucionario, hizo lo que nunca los dirigentes de
izquierda llegaron a hacer. Lástima que Correa no tuvo una oposición de
izquierda que con respaldo popular le obligara a radicalizar paulatinamente el
proceso. Ahora está claro que el progresismo sin dirección revolucionaria sólo
sirve para fortalecer el desarrollo y modernización del capitalismo. En las
condiciones económico-sociales en que se desenvuelven los pueblos
latinoamericanos, entre ellos Ecuador, ya no es suficiente sacar de la pobreza
a unos cuantos millones de seres humanos, sino que va siendo necesaria una
verdadera transformación revolucionaria.
Ayala
Mora, Rafael Quintero y toda esa izquierda oficial jamás comprendieron la
necesidad de construir una oposición pro activa desde afuera, capaz de obligar
al correismo a depurarse sobre la marcha y radicalizar, cada vez más, sus
acciones, pero si fueron capaces de sumarse a la campaña de odio orquestada por
la derecha con lo cual se convirtieron en responsables directos del fracaso de
un proyecto que, de haber sido llevado con sabiduría, podía haber llegado a ser
irreversible.
Si podemos
interpretar correctamente la Historia, es posible avanzar. La dialéctica
marxista lo hace posible. El abandono de las concepciones revolucionarias y la
obstinada negación que la corriente “patiamarilla” hizo de la discusión
teórica, obligó a la corriente revolucionaria a replegarse sobre sus propias
concepciones como único recurso para conservarlas y desarrollarlas.
Una
concepción socialista, enraizada en el pensamiento ancestral y la forma de vida
de los pueblos y nacionalidades aborígenes que comprende la importancia del
aporte marxista en la teoría de la lucha social de los pueblos, está en proceso
de formación. Esa corriente se esfuerza por integrar una nueva visión
epistemológica de la realidad y asume, con frontalidad, los errores cometidos
por el socialismo del siglo XX para superarlos y avanzar al cambio. Son
justamente esas concepciones las que ubican a esta corriente de pensamiento a
la izquierda de procesos reformistas como los que representa Rafael Correa
Delgado y cuyos contenidos le dan pleno derecho para reclamarse parte
integrante de la verdadera izquierda revolucionaria en el Ecuador y América
Latina.[viii]
Ñukanchik
Socialismo es la expresión de la corriente revolucionaria que nació en 1926 en
el seno del PSE y durante noventa años ha sido asfixiada por el socialismo “patiamarillo”
en todas sus versiones. Recoge, en sus concepciones, el acumulado histórico de
la teoría y la lucha del socialismo revolucionario; plantea, como una necesidad
histórica, una alianza político-programática que vaya de la izquierda al centro
con el progresismo correista, con independencia absoluta y libertad para
aportar, criticar y conducir el proceso de cambio revolucionario que el Ecuador
necesita.
05-09-2019
[i] El
mismo cuenta, en una nota en la que detalla sus méritos, haber sido miembro del
club “Domingo Sabio”.
[ii] Entonces,
como un aporte a la discusión teórica yo puse a consideración de la militancia
del partido un Documento titulado: Nuestro partido de cuadros es nuestro
partido de masas que fue leído con interés por la militancia nacional e
ignorado olímpicamente por la camarilla patiamarilla de Granda, Ayala y
companía.
[iii]
Véase: La teoría leninista del partido, mimeo, agosto de 1985; Socialismo
revolucionario, mimeo, Quito, octubre 1986; Partido Socialista Ecuatoriano,
proceso y construcción, mimeo, Quito, junio 1988 y muchos otros
documentos coyunturales sobre la construcción del Partido, que reposan en mi
archivo.
[iv] Véase:
El
carácter y los objetivos del PSE, documento de discusión, mimeo, Quito,
abril de 1989; Sobre la construcción partidaria, mimeo, Quito, noviembre de
1992 y mucho más material que demuestra el afán que el socialismo
revolucionario tenía de discutir cuestiones teóricas de vital importancia.
[v] Oviedo
Rueda, Jorge: Defendamos nuestro partido! Digámosle no a la fusión con el APRE,
mimeo, Quito, marzo de 1995.
[vi] En
carta dirigida al doctor Delgado Jara para renunciar a mi cargo de Coordinador
Nacional de la Campaña electoral, entre otras cosas decía: “Y por último
(renuncio), porque todavía creo en la dignidad. No soy de aquellos que piensan
que la dignidad se la puede guardar en un cajón para usarla sólo cuando el
peligro haya pasado. Me es imposible trabajar con y para un hombre que es
incapaz de distinguir la diferencia que hay entre los términos compañero y
sirviente. Si Roldós no acepta ser nuestro compañero, mal haríamos nosotros en
aceptar ser sus sirvientes.”
[viii]
Véase otros documentos como: Proyecto Ecuador, una propuesta socialista,
mimeo, Quito, 1993-documentos sobre la discusión teórica necesaria para
levantar una propuesta socialista ligada a nuestras raíces ancestrales, pueden
verse en mi blog: nucanchisocialismo.com
Lo más parecido al paraíso prometido
por la religión católica estuvo en lo que ahora son las tierras americanas.
Caciques cojonudos reinaban en naciones soberanas que respetaban la naturaleza.
Tempranamente un monje inglés ubicó a la Utopia en estas tierras
señalando que sus habitantes no conocían ni la propiedad privada ni el Estado.
Para la voracidad de la empresa privada que sostuvo la conquista el “nuevo
mundo” era tierra virgen, en la que estaba permitida la muerte y el
latrocinio. Derribaron el Templo del Sol en el Cuzco y El Templo Mayor de Tenochtitlan,
con lo cual enterraron miles de años de nuestra Historia. Cuando un sacerdote
jumento quemó los códices de la sabiduría maya y azteca, nos estaban pinchando
los ojos con el fuego de la ignorancia. Desde entonces sólo hemos escuchado la
voz de los sátrapas. Es hora de volver a la grandeza de nuestras raíces.
LA CONQUISTA
Sangre, dolor y enfermedades trajo la ignara tropa de conquistadores. Con la riqueza de América apuntalaron la civilización del lucro y el egoísmo que ahora prevalece. De no haber habido la “solución de continuidad” que hubo en la historia de nuestros ancestros habríamos llegado a las estrellas sin naves, con la ciencia del corazón, sabiduría con la que los hombres de metal que vinieron del “viejo mundo” se limpiaron el culo. Nos quitaron la tierra y nos dominaron por el hambre. Es hora de volver a la ciencia que tiene en el corazón su laboratorio.
LA RELIGIÓN
La religión católica, apostólica y
romana convirtió en microbio al ser humano, lo denigró y lo sembró en la
inferioridad. Los curas hijueputas han sido una plaga peligrosa y persistente
que nos ha chupando la sangre desde hace más de quinientos años. Con sus
letanías de odio persiguieron las creencias panteístas que los pueblos
originarios tenían. Creer en el sol o en una montaña era tener una religiosidad
racional que ponía al ser humano junto a la deidad y no debajo de ella. A más
de crearnos ese sentimiento de inferioridad y de culpa -que nunca
experimentaron nuestros pueblos originarios-, nos hicieron ver al trabajo como
una maldición, para colmo, a la que estábamos condenados sin beneficios ni
esperanza. Junto a la espada, la cruz puso de rodillas a los pueblos pre
colombinos y todavía mantiene su heraldo de ignorancia sobre los actuales
pueblos mestizos. Es hora de volver a la religiosidad de nuestros ancestros y
enterrar la religión de nuestros verdugos.
LA COLONIA
El conquistador construyó una
pirámide que tenía en la base a los indios, los negros y los mestizos, en el
medio a los criollos y en la cima a los chapetones. Inventaron una etiqueta
para cada raza: indio de mierda, negro vago y cholo apestoso. Identificaron al
blanco con Dios y a lo no blanco con el Diablo. Trescientos años de desprecio
son más dolorosos que Cien Años de Soledad. Es hora de entender que no hay
razas inferiores, que lo que hay son clases sociales dominantes.
LA INDEPENDENCIA
La atronadora voz de la razón llegó
desde la Enciclopedia a los oídos de los hombres más visionarios de América.
Hidalgo, Nariño, Espejo, Miranda marcan la ruta que han de seguir Bolívar,
Sucre, O’Higgins en América Latina. Los criollos se llenan de gloria apoyando
la gesta independentista y llevándola a feliz término. En sus alforjas
escondían el áspid de la cabrona dominación política y económica. Su lema fue:
“todo para nosotros, nada para los indios” Fundaron en 1830 una república
que lejos estuvo de considerar “ciudadanos” a los que no tenían la
piel blanca y la alforja llena de dinero. Es hora de enterrar para siempre lo
que todavía nos queda de colonia.
LA REPUBLICA
Los mismos que lamían las botas de
los chapetones asaltaron el poder político de las repúblicas independientes.
Patriotas de un sólo hervor. Con el poder en la mano engranaron un mecanismo
perfecto de explotación al indio, al negro y al mestizo. Pisotearon los ideales
de Bolívar y prefirieron ponerse a la sombra de un águila voraz que comenzaba a
planear sobre el hondón americano. Bolívar murió solo e incomprendido y las
huestes de ese malparido de Santander se adueñaron de los destinos de nuestros
pueblos. Desde entonces reina la oscuridad. “Es la hora de los
hornos” -como dijo la luminosa frente del último de los mártires de la
independencia-, “y sólo se ha de ver la luz”.
LA HERENCIA
COLONIAL
Salvo nuestras costumbres, nuestras
tradiciones entremezcladas con las de los conquistadores, los llapingachos y la
tripa mishki nos tatuaron en el alma un complejo de inferioridad que nos cuesta
trabajo superar, heredamos la emputante idea de que trabajar es malo, que lo
más “cool” es vivir sin trabajar. Nos embarraron la piel de blanco
haciéndonos avergonzar de nuestro color. Desde entonces aprendimos a mentir, a
no decir lo que pensamos, a mirarnos en el espejo y maquillar lo que somos, a
adular al que tiene más, a querer ser lo que no somos, a odiar a nuestros
semejantes, a desconfiar, a sobornar, a vivir sin esfuerzo, a incumplir la
palabra dada. La herencia colonial nos tiene atrapados en el temor de sentir
orgullo de lo que somos impidiéndonos la liberación mental y facilitando la
dominación política de los que representan esas ideas. De ahí que podemos ver a
los putos esclavos votando por los putos esclavistas cada cuatro años, en un
círculo vicioso de mierda. Va llegando la hora de superar esas taras y esos
complejos.
EL LIBERALISMO DECIMONÓNICO
La fuerza expansiva del capitalismo
viajaba a una velocidad vertiginosa por el mundo entero. Lo mismo en Europa
como en Norte América el humo de las fábricas y de las locomotoras comenzaban a
contaminar el ambiente del mundo. La democracia liberal ponía su marca en casi
todo el planeta, excepto al sur del Rio Bravo, en dónde la independencia sólo
fue un cambio formal de dominación. Ahora los terratenientes, dueños del poder
político, soñaban con modernizar nuestras naciones sobre las espaldas de la
servidumbre indígena. Contra tal huevonada se alzó la ideología liberal que, en
el caso del Ecuador, tuvo mártires desde el comienzo de la vida republicana. El
liberalismo modernizante de El Quiteño Libre mantuvo su chispa
civilizadora hasta finales del siglo XIX, cuando la espada de Alfaro rasgó el
prolongado velo de la oscura noche colonial. El Ecuador llegaba a la modernidad
casi con un siglo de retraso, cuando el capitalismo mundial y norteamericano
entraban ya en la fase monopólica de su desarrollo. La traición del liberalismo
plutocrático al liberalismo machetero de Alfaro, hizo posible que el
neocolonialismo yanqui cayera sobre nuestras espaldas sin que, hasta ahora, sus
afiladas garras suelten nuestras carnes. Pero, hoy, más que ayer, vamos comprendiendo
que en esa cabrona coyunda está nuestro verdadero problema.
EL LIBERALISMO
MACHETERO DE ALFARO
Alfaro fue un caudillo que
supo defender sus ideas con el fusil en la mano. Tenía conciencia de patria
porque, al igual que Bolívar, tenía fiebre por construir un Estado Nacional
fuerte, moderno, en el que el beneficio de la libre empresa llegara hasta los
sectores populares. Un capitalismo de amplia base montonera, fue su ideal.
Tenía una concepción avanzada de la democracia. “No vamos a perder con papeles
lo que hemos ganado con las bayonetas”, dijo una vez, que ubicado en la época
que lo dijo quería decir a estos curuchupas care vergas no les vamos a devolver
lo que tanto nos ha costado conquistar. Pero, así como Bolívar no pudo ver
realizado su sueño, a Alfaro la traición le llevo al cadalso y, también, su
sueño se vio truco. Los nuevos amos del Ecuador, colusionados con los viejos,
se dedicaron, durante todo el siglo XX, a sacarle la “ishpa pura” al pueblo ecuatoriano.
SURGE EL
SOCIALISMO
Creo que es cierto
aquello de que el siglo XX comenzó con la Primera Guerra Mundial. Treinta
millones de muertos fue el aporte que los trabajadores hicieron a la ambición
desbocada de las viejas y nuevas potencias del capitalismo mundial. Su eslabón
más débil se rompió en la Rusia zarista dónde surgió, con fuerza, la esperanza
proletaria. Sus ecos llegaron a América Latina y, como parte de ella, al
Ecuador. Alumbrado por las Cruces Sobre el Agua, en 1926 se fundó el Partido
Socialista Ecuatoriano. Curuchupas fanáticos y liberales metalizados se
pusieron a temblar. Después de un siglo surgía un partido que comenzaba a
hablar en nombre del pueblo indio, negro, mestizo y blanco empobrecido. Pronto
la mano invisible del sistema se puso a pensar cómo podían contrarrestar la
peligrosa irrupción de los irredentos.
EL CAUDILLISMO
VELASQUISTA
El caudillismo velasquista
fue la respuesta. Cada vez que el pueblo tensaba la cuerda de la protesta,
aparecía la figura de este caudillo ilustrado para neutralizarla. Le bastaba un
balcón y algunas frases de adulo a la “chusma” para triunfar. Cinco veces se
encaramó en el poder del Estado y cuatro de las cinco rodó por el abismo de la
defenestración. Subía con el corazón a la izquierda y los oscuros sabuesos de
la oligarquía conservadora y liberal se encargaban de recordarle que el puesto
exacto de su credo político estaba a la derecha. Como en un sol negro todo
gravitaba a su alrededor, inclusive esa izquierda perfumada que nunca supo
descifrar las verdaderas aspiraciones del pueblo.
LA “REVOLUCION” DE
LOS GORILAS
En la década de los setenta una ola nacionalista recorría el
continente, traía charreteras. En el Ecuador los yanquis se cansaron de Velasco
Ibarra al mismo tiempo que destaparon los pozos petroleros del Oriente que,
desde la década de los cuarenta, los tenían taponados. Lejos de las veleidades
velasquistas prefirieron la seguridad de los gorilas adiestrados y se vieron
obligados a aceptar una ley de hidrocarburos copiada del nacionalismo militar
peruano. El “bomba” Rodríguez, con bombos y platillos, dio inicio a la deuda
eterna que, hasta ahora, nos aplasta como a cuyes y no nos deja respirar. Todos
los gobiernos, después de los militares, fueron perfeccionando el deporte
nacional del endeudamiento externo, convirtiendo, a las viejas y a las nuevas
generaciones, en esclavas. Dice la propaganda “democrática” que eso no es
cierto, que la deuda es necesaria, pero los que no militamos en el pendejismo
ciudadano sabemos que con deuda nunca alcanzaremos la libertad.
LA PARTIDOCRACIA
CORRUPTA Y CORRUPTORA
En nombre de la
democracia, los partidos políticos de la derecha, en complicidad con una
izquierda boba electorera y arribista, se tomaron el poder del Estado durante un
cuarto de siglo. La nación se convirtió en la empresa particular de banqueros,
comerciantes, industriales, contrabandistas y narcotraficantes. En 1999 le
costó al ciudadano común y corriente más de ocho mil millones de dólares salvar
ese colosal mecanismo de corrupción. Se salvó a los delincuentes de cuello
blanco, acostumbrados al caviar y la champaña. Sobre la tragedia de más de tres
millones de ecuatorianos que tuvieron que refugiarse en la migración para
salvar sus vidas y las de sus familias, bailaron estos hijueputas. La lucha
inter oligárquica nos llevó a ver desfilar por Carondelet siete presidentes en
una década. El populismo oligárquico de Bucaram y el zafio de Gutiérrez
intentaron quitarle la corona a la oligarquía, pero una clase media muy bien
adiestrada por los sectores dominantes se opuso, impidiendo que la lucha
transformadora y revolucionaria del pueblo ecuatoriano arrasara con todos,
tarea en la que la izquierda histórica y boba tuvo gran responsabilidad. Con el
fin del siglo soplaba sobre los cielos de América los aires renovados del
Progresismo Latinoamericano. En la figura de Rafael Correa Delgado el Ecuador
dijo presente.
LA DECADA GANADA
La lógica política del
Progresismo Latinoamericano es quitarle una tajada del pastel a las clases
dominantes para dárselo a los sectores dominados. Nadie puede oponerse a ese
planteamiento que, en el fondo, es como decir del lobo un pelo. El progresismo
descalifica la opción de un radicalismo revolucionario que corte de un tajo el
desarrollo capitalista y plantea disputarle al capital sus privilegios jugando
con sus mismas reglas. A comienzos del siglo XXI esta lógica tuvo el
impresionante avance de triunfar en Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia,
Ecuador y amenazaba con extenderse a todo el continente. La contradicción
interna del progresismo consiste en que sin dirección revolucionaria no sirve
sino para fortalecer el capitalismo local y por su intermedio el capitalismo
corporativo mundial. Ejemplo de esto son los casos dramáticos de Brasil,
Argentina y Ecuador. Venezuela y Bolivia demuestran que este proceso, dirigido
con clara conciencia socialista, avanza hacia metas históricas superiores. Lo
extremadamente grave de esta situación es que el imperio norteamericano y sus
lameculos locales se han dado cuenta que la violencia reaccionaria no es un
buen negocio para ellos, motivo por el cual ahora la contrainsurgencia imperial
es también una lucha por el dominio político “democrático”, para lo cual no
escatiman esfuerzos en desgastar y asfixiar los procesos progresistas, siendo
la lucha contra la corrupción, el pretexto perfecto para desprestigiarlos.
El correismo transformó sólo en un sentido
horizontal el Ecuador. Después de un siglo de la Revolución trunca de Alfaro,
la Revolución Ciudadana intentó culminar su labor. La obra material sin
precedentes en la historia nacional así lo demuestra. La red vial, la
construcción de las hidroeléctricas, la reforma del Estado en todos sus
niveles, el intento de modernizar y elevar la educación nacional se enmarca en
el objetivo de consolidar un Estado Nacional tambaleante que estuvo siempre al
servicio de las élites, no de fundar un Estado plurinacional y popular. Correa
fue un caudillo con suficiente energía para obligarle a la oligarquía, no a
levantar sus negocios, sino a reclamarles esa parte del pastel que se negaban a
compartir. Su falta de formación revolucionaria hizo que el proceso no se
radicalizará lo suficiente para convertirse en irreversible. De ahí que la
revolución Ciudadana, como proceso, también quedó trunca, viéndose reflejada
ahora en una obra material inerte y en una conciencia política más desarrollada
de los que la piojosa oposición de la derecha llama sus “borregos”.
EL PRESENTE
Cuando uno se lanza en
paracaídas no se puede cometer ni un error, porque podemos terminar hechos kaka
en el suelo. La Revolución Ciudadana cometió dos errores imperdonables: 1)
descuidó la construcción de un partido ideológica y orgánicamente poderoso,
dejando todo en manos del caudillo y 2) perdió la sensibilidad de saber conectarse
con los sectores populares. Sin partido y sin apoyo del pueblo se vio obligada
a confiar en la capacidad de su líder y en una clase media volátil que siempre
estuvo dispuesta a trepar que no a sacrificarse por la causa. Las puertas
abiertas del movimiento Alianza País permitieron la entrada del oportunismo que
traía en sus bolsillos la corrupción y la ausencia de apoyo popular convirtió a
Alianza País en un muñeco de trapo, sin vida propia. Para salvar los muebles
tuvieron que confiar en un esquirol de la derecha camuflado de progresista. Si
no encontró la mesa servida, Lenin Moreno debió iniciar una purga interna para
salvar el proceso, pero de forma inmediata se entregó a la derecha y al
imperio, con lo cual hirió de muerte a la Revolución Ciudadana y ha permitido
que el imperialismo le sature con juicios penales por corrupción a Rafael
Correa. Después de la traición que Leonidas Plaza hiciera al liberalismo
machetero de Alfaro, está la traición que Moreno hizo al progresismo de Rafael
Correa. Si no queremos pasar otro siglo en manos de la más corrupta derecha -como
sucedió después de la muerte del Viejo Luchador-, tenemos que actuar de
inmediato
EL FUTURO
Si no se puede rescatar el
Progresismo latinoamericano de manos de la derecha y del poder imperial, las
fuerzas populares tendrán que pensar en la lucha armada como única alternativa.
Cambiarle el collar al perro no lo convierte en felino. Estamos entrando en ese
punto crucial en el que los de arriba ya no pueden ser sostenidos por los de
abajo y los de abajo ya no quieren sostener a los de arriba. Si en nuestro lado
no comprendemos esto, los enemigos lo comprenderán y bañarán el continente de
sangre. El triunfo de Bolsonaro en Brasil es una advertencia. El progresismo es
la válvula de escape que necesita la sociedad actual. Aceptarlo es una actitud
revolucionaria que se opone a la fanática ceguera de las élites, tampoco hay
espacio para un infantilismo revolucionario que sólo nos puede conducir al
suicidio y peor para un “pachamamismo” trasnochado que pretende borrar, de un
plumazo, quinientos años de historia. Es hora de rescatar los ideales y la
esencia del Progresismo Latinoamericano.
Estos años de
contraofensiva neoliberal han logrado, de alguna manera, borrar de la
conciencia popular la idea de que es posible arrebatarle una tajada al pastel
de las élites, porque los errores del progresismo han permitido envolverle en
un colosal escándalo de corrupción, pero a pesar de eso, sigue siendo posible
retomar sus ideales. Caudillos de la primera etapa tienen que ser sustituidos
por nuevos dirigentes que estarán dotados de una ideología progresista, pero
con clara tendencia de izquierda.
En el caso del Ecuador esa ideología nueva hunde sus
raíces en el pensamiento ancestral de los pueblos andinos que va siendo
reconstruido bajo la óptica de una nueva epistemología y cuyo fin último es
edificar una forma de vida yuxtapuesta a la que nos ha impuesto el primer mundo,
en la que, desde su estructura, produzcamos más valores de uso que de cambio.
Esa es la nueva Utopía, el nuevo ideal revolucionario que, comenzando por
privarle de una tajada del pastel a las clases dominantes, terminará
transformando la sociedad para bien de toda la humanidad. La Historia no es un
círculo vicioso, es una espiral que se abre al infinito desde las formas más
elementales a las más complejas. Entender y llevar a la práctica esta
concepción es la nueva tarea de los revolucionarios.
En estos enredados asuntos de la
conciencia posmoderna lo que más conviene es ser directos y sencillos.
Posmodernismo es para mí, como dice el término, todo aquello que se ubica por
delante del modernismo, lo que nos lleva, inevitablemente, a preguntarnos qué
es el modernismo. En la misma línea de sencillez y claridad, lo moderno es el
régimen capitalista que hundió, a finales del siglo XVIII, al imperio feudal.
La modernidad comienza a estar cargada de años, quiero decir, ha entrado en su
etapa de vejez y decadencia. El régimen capitalista, por su naturaleza
económica, no tiene aire para durar mil o más años, como sucedió con el
feudalismo o con el régimen esclavista. La naturaleza dinámica de la economía
capitalista acelera el desarrollo en diez años lo que los regímenes precedentes
lo hicieron en cien. Doscientos años después de su surgimiento estamos ante una
economía globalizada, en la que el poder político se ha vuelto, también, único
y global. No importa dónde está el epicentro del poder, si en Asia, América o
Europa, lo concreto es que hay una tendencia planetaria a la concreción de un
gobierno mundial cuya finalidad última es controlar las fuentes de subsistencia
que le quedan a la humanidad. Los matices que cada bando tiene en ese propósito
son los que le dan contenido al conflicto actual del mundo. Para sostener los
niveles de consumo de la actual civilización puede ser el objetivo de uno de
ellos, recuperar lo perdido y mantener niveles de sostenibilidad para preservarla,
puede ser el objetivo del otro, en ambos casos para sostener una misma
civilización, en la que todos estamos inmersos sin posibilidad de escape o de
cambio.
Desde esa perspectiva la
posmodernidad no ha llegado todavía, en razón de que el capitalismo no ha
terminado de pasar, porque es lo que está pasando. Cierto que ahora no es igual
a lo que fue en el siglo XIX, ni tampoco a lo que fue en el siglo XX, pero
sigue siendo el mismo sistema cuya estructura de concentración de la riqueza
social y explotación de la fuerza de trabajo no ha variado en lo esencial. Como
un árbol que en sus orígenes fue semilla, luego arbusto y finalmente árbol
maduro y pleno. Diferente en cada etapa, pero la misma semilla. Las tres
grandes etapas de la semilla del capitalismo son: 1) capitalismo de libre
concurrencia (s. XIX); 2) capitalismo monopólico (s XX década de los
setenta); 3) capitalismo financiero o
especulativo (fines sXX hasta nuestros días) Cada etapa tiene sus rasgos
característicos, pero por razones didácticas nos interesa la última.
El capitalismo financiero o
especulativo se mueve en la esfera de la circulación. Mueve masas astronómicas
de capital que sus dueños las manipulan como si fueran mercancías. Las prestan
para incrementarlas por medio de los intereses. Las naciones menos
desarrolladas son la fuente principal del negocio especulativo. Ofrecen
“créditos para el desarrollo” que en la práctica nunca cumplen ese objetivo. Al
cabo del tiempo el resultado es más deuda menos desarrollo; pero este sistema
no es sólo una fórmula contable. Los préstamos siempre van condicionados a que
los gobiernos receptores adopten políticas que no sólo tienen que ver con los
movimientos financieros, sino con la adopción de estilos de vida colectivos que
copian, en el subdesarrollo, los hábitos de consumo de los países desarrollados.
Esta práctica está condenando, irremediablemente, a la muerte a la civilización
capitalista, porque próximo está el día en que los recursos serán menores que
las necesidades. Si seguimos por este camino nunca llegará la posmodernidad o,
tal vez, la posmodernidad sea equivalente al “paisaje después de la batalla”.
Un panorama de muerte, desolación y derrota de la humanidad.
El virus del capitalismo está metido
en el alma de las inmensas masas planetarias. En Asia como en Europa, en
América como en África el capitalismo financiero ha logrado uniformar la
conducta y las reacciones de los individuos. En los cuatro puntos cardinales
del planeta los individuos reaccionan como autómatas a los requerimientos del
capitalismo corporativo financiero. Igual un japonés, como un argentino o un
alemán sienten necesidad de consumir Coca Cola con hamburguesa y lo mismo un
norteamericano, como un ecuatoriano o un francés defienden apasionadamente el
modelo democrático que el capitalismo corporativo considera apropiado y
correcto. Sin saber por qué, la gente defiende lo que desde su nacimiento le
han dicho que es lo normal. Uno en un millón
tiene capacidad para distanciarse de esta estandarización de la
conciencia y ese uno, casi siempre, termina sucumbiendo en el océano de lo
normal.
Pesa como un yunque sobre la
conciencia individual la reflexión aristotélica de que la “comunidad precede al
individuo”. Nacemos en el seno de una familia que, al momento de nuestro
nacimiento, ya tiene formadas sus concepciones religiosas, filosóficas,
culturales, gustos, tradiciones y costumbres que a su vez han sido adquiridas
del entorno social en el que esa familia se desenvuelve. Las nuevas
generaciones heredan esas costumbres, ideas y tradiciones, es lo que se llama
el establishment
que asimilamos, más que
heredamos, sin que jamás nos distanciemos de esa herencia, conformándose, de
esa forma, el individuo promedio, que, sin querer queriendo, se ocupa de
reproducir, con el solo hecho de existir, el sistema general en el que vive. La
masa actúa sobre la masa, pero esa masa está presa en el sistema que la oprime.
La posmodernidad tiene sentido,
dentro del capitalismo, sólo en la conciencia de aquellos individuos que son
capaces de volar fuera de la inmensa jaula del sistema, que toman conciencia de
que la libertad está más allá del establishment y que el individuo no
puede estar condicionado por la masa porque sin esa conciencia es imposible la
libertad. El individuo que tiene conciencia de estos dos elementos ha sido
capaz de romper la jaula y se convierte al instante en un luchador. La
contemplación y pasividad no son parte de su personalidad. Empujará el carro de
la libertad hasta triunfar o morir.
Esto es lo que se llama conciencia
política. Ese individuo que se niega a dar caridad a un niño mendigo, porque
piensa que tiene que terminar la mendicidad infantil, o que sabe que la pobreza
tiene su raíz en la explotación, o que la corrupción no está en los individuos,
sino en el sistema que crea las oportunidades, es el que está preparado para construir
un nuevo mundo, es el individuo que trae en sus mochilas la posmodernidad,
porque posmodernidad equivale a nueva vida. Esa nueva vida es la sociedad
poscapitalista, aquella en la que los seres humanos dejarán de tener la
necesidad existencial de comportarse y vivir según el estilo de vida que nos
exportan las grandes corporaciones del capitalismo mundial. Individuos con
raíces, no como el hombre promedio actual que vive en una mansión construida
sin cimientos, en el aire.
Tres años más tarde del triunfo de Lenin
Moreno comienza a aclararse el panorama político-ideológico del Ecuador. Hay
voces que hablan del “legado correista” comenzando a disipar la espesa cortina
de odio que las élites nacionales y sus aliados internacionales levantaron
alrededor del progresismo correista. Sólo el odio clasista puede explicar que
se haya querido negar la labor histórica del gobierno aliancista en la década
pasada. Con ánimo triunfalista su líder anunció, en una ocasión, que la
Revolución Ciudadana iba a durar trescientos años, lo cual era una exageración;
pero negar su trascendencia en la historia reciente del Ecuador, no sólo que es
una torpeza, sino que demuestra la permanencia insolente de la mentalidad
colonial que no acepta ni en el presente ni en el futuro los cambios históricos
que el Ecuador necesita.
Ñukanchik Socialismo siempre entendió la trascendencia
histórica de la Revolución Ciudadana valorándola en su justa dimensión. Sostuvo que Rafael Correa vino a completar la
trunca revolución machetera de Eloy Alfaro, su propuesta histórica de
consolidar el Estado burgués moderno democratizando el capital desde los
sectores populares y fortaleciendo, vía sector público, un sector medio de la
sociedad. Toda la obra práctica del gobierno de la Revolución Ciudadana se
ubica en este marco histórico y en ello radica su límite.
Correa y sus portavoces nunca prestaron
atención a las voces críticas de su gobierno. No me refiero a la “trucha
oposición”, esa que se preocupaba más por el color de los boxers que usaba el
líder, sino a aquella que fue capaz de hacer planteamientos teóricos y
conceptuales capaces de empujar el proceso más allá de sus limitaciones. Comenzaron
a hablar de una sociedad pos neoliberal, de un socialismo de mercado y de un
bio socialismo, planteamientos que bien pudieron encajar con las concepciones
de esa oposición teórica, pero que al ser tratados de manera tan superficial e
irresponsable, no pasaron de ser pinceladas interesantes en el paisaje
reformista general de la Revolución Ciudadana.
La lógica del proceso reformista, sin
dirección revolucionaria, como sucedió al final, tuvo que abandonar la
proyección popular y dar un giro hacia las fórmulas del neoliberalismo
fondomonetarista. El gobierno de Lenin Moreno es la versión decadente del
correismo postrero, de ese correismo que había llegado a la bifurcación del
camino y no le quedaba sino decidir si iba por el camino neoliberal o por la
senda arriesgada y difícil de la radicalización del proceso. Lenin Moreno
decidió lo primero. Sin aliento histórico ni para decidir la conveniencia o no
de un feriado nacional, decidió entregarse a la oligarquía de siempre y a los
intereses norteamericanos. La pregunta es ¿qué hubiera hecho Rafael Correa?
Que contesten esa pregunta los
especuladores profesionales o los adivinos, Ñukanchik Socialismo vuelve a
plantear las tesis que considera están a la izquierda del proyecto reformista
de Rafael Correa, aquellas sin las cuales cualquier líder que sea le seguirá
dando las vueltas a las eternas fórmulas liberales, neoliberales, keynesianas,
neo keynesianas, clásicas o neoclásicas, es decir, le seguirán cambiando el
collar al mismo perro del capitalismo:
El equilibrio.- La piedra angular del pensamiento ancestral es el equilibrio dinámico.
Debe existir equilibrio en la producción, en la distribución, en el
consumo, en la relación del ser humano con la naturaleza. La falta de
equilibrio altera el flujo normal de energías entre los múltiples sistemas que
conforman el sistema general de la vida. Un sistema económico-social pierde el
equilibrio cuando se ha permitido la acumulación de la riqueza en pocas manos.
Desde el régimen colonial se perdió el equilibrio en la sociedad americana.
Quinientos años después se hace necesario restaurar ese equilibrio. La
restauración del equilibrio ahora significa haber cerrado un Pachacutic y
ubicar a la sociedad en un nivel superior que durará otros quinientos años,
momento en el cual se tendrá que volver a recuperar el equilibrio perdido hasta
entonces para ampliar el espiral histórico, sin tregua ni descanso, hasta el
infinito.
Sistema de propiedad comunitaria de los medios de producción.– La sociedad del Sumak Kawsay
Revolucionario no elimina el derecho a la propiedad individual, pero
principaliza la propiedad comunitaria sobre los medios de producción, la misma
que, apuntalada en la noción angular del equilibrio, hace posible la
diferenciación de la propiedad entre propietarios individuales y el Estado y,
entre ellos mismos, impidiendo, por medio de un proceso permanente de control a
cargo del Estado, que se rompa el equilibrio estructural.
La “fuerza necesaria”.- Pero el equilibrio cíclico no es solamente el
resultado del accionar de los “factores” de la historia, sino su conjunción con
la voluntad del ser humano. La restauración es el acto consciente de los
individuos en medio de sus circunstancias históricas. Luego de esta ruptura con
el orden heredado, entonces se inicia –pero sólo entonces-, la transición hacia
el pleno equilibrio de las fuerzas productivas y sociales en el cual nada, ni
nadie, estarán excluidos.
El sujeto revolucionario.– La crisis actual no es sólo la crisis del sistema
capitalista sino la de su civilización. El desajuste entre el ser humano y la
naturaleza es de tal magnitud que la humanidad está amenazada de muerte. De
entre todos los que viajamos en esta nave sideral que se llama Tierra se junta
una vanguardia político-espiritual dispuesta a asimilar la esencia del Sumak
Kawsay Revolucionario. Esa vanguardia se prepara acercándose al poder de las
hierbas sagradas, interpretando las fuentes, vestigios materiales y espirituales
de las sociedades ancestrales y estudiando las ideas auténticas del pensamiento
revolucionario de occidente. Cuando llega el momento de la convulsión
revolucionaria y esa vanguardia triunfa -siempre haciendo uso de la violencia
revolucionaria-, el enemigo de clase se convierte en minoría la misma que va
desapareciendo en la medida que avanza el proceso de construcción de la nueva
sociedad.
La ideología.– No hay
fórmulas ideológicas para construir el equilibrio, sólo el método dialéctico
legado por Marx fusionado, ahora, con la herencia del pensamiento ancestral
americano. Si en algo nos pueden servir las experiencias históricas del llamado
“socialismo real” y la propia historia del capitalismo, será para evitar los
errores cometidos. La construcción de la nueva sociedad del Sumak Kawsay es una
experiencia inédita que cuenta sólo con la sabiduría humana acumulada durante
milenios y el desarrollo espiritual alcanzado hasta nuestros días. Una sociedad
de exclusivo desarrollo material sólo puede terminar en la destrucción; así
como es imposible una de exclusivo desarrollo espiritual. La conjunción de
ambos es la nueva Utopía.
Un Estado en manos de la vanguardia político-espiritual es necesario.- Si una vanguardia
político-espiritual llega a controlar el Estado se produce un cambio
cualitativo en su naturaleza: deja de representar los intereses de una clase y
pasa a representar los de toda la sociedad. Las reglas del juego político del
viejo régimen se vuelven obsoletas, se construyen, sobre la marcha, otras, que
representan las nuevas relaciones de producción y de poder. Otra economía, otro
sistema jurídico, otro sistema educativo, otro tipo de democracia. No existen
fórmulas, todo depende de la dialéctica sustentada en el equilibrio
estructural. La sociedad en su conjunto inicia un proceso heroico de creación
de lo nuevo. Procesos como los del Progresismo Latinoamericano, son el eslabón
previo de la transformación social, pero sin dirección revolucionaria esos
procesos se truncan y sólo sirven para consolidar el capitalismo.
Las formas de lucha.– Toda forma de lucha contra el régimen establecido es válida, sólo que
en las actuales circunstancias históricas se debe priorizar la contienda
electoral. El accionar político del correismo ha permitido que los actores
políticos pongan sobre la mesa todas sus cartas, motivo por el cual, la
izquierda revolucionaria, Ñukanchik Socialismo -que es la nueva izquierda en el
Ecuador-, tiene la oportunidad “democrática” de ser radical sin que eso
signifique levantarse en armas, sino llevar, sin tregua ni descanso, una lucha
ideológica frontal dentro de las normas de la “democracia real” que ahora
existe. Tenemos derecho a demostrar que estamos a la izquierda del proyecto
correista y a competir, electoralmente, con él y con el resto de fuerzas. La
democracia burguesa, para ser tal, tiene que aceptar la existencia de una
fuerza política anti sistema. De no hacerlo se evidenciaría su naturaleza
excluyente y autoritaria, es decir, antidemocrática y quedarían abiertas las
puertas para otras formas de lucha.
La tierra como sustento de la vida.- La tierra será el sustento de la nueva vida. Podemos
prescindir de los bienes industriales; de los que nos da la tierra, no. Un
sistema de producción agrícola en el que la industria sea complementaria a las
necesidades básicas del ser humano, es posible. Ñukanchik Socialismo luchará
por eso, hasta ver al Ecuador convertido en un hermoso emporio agrícola.
Otra educación para refrendar el cambio.- A la par de la transformación de
la matriz productiva se debe iniciar el cambio del sistema educativo, sin lo
cual, será imposible consolidar el triunfo político. Nueva educación significa
nueva ciencia necesaria para hacer realidad la armonía de las necesidades del
ser humano con la naturaleza. Hay que enseñar a las nuevas generaciones a
respetar su entorno, fin que nunca se logrará si se las sigue educando en la
ciencia burguesa. Depurar la tecnología para ponerla a nuestro servicio y no,
como es ahora, el ser humano al servicio de la tecnología.
Crear el instrumento para la transformación.- Para ir a la luna necesitamos un
vehículo, para hacer la revolución, igual; para la luna una nave espacial, para
la revolución, un partido político. Ñukanchik Socialismo es ahora un
movimiento, no dice ser dueño de la verdad ni que es el partido de la
revolución, dice que quiere serlo. Amparado en sus derechos propone el debate,
convencido de que la polémica leal y honesta es el mejor camino para llegar al
corazón del pueblo. Rechaza el silencio cómplice, la tesis criminal de “avanzar
sin discutir”, la falta de interés en la autocrítica como instrumento de
depuración de nuestras filas; condena la indiferencia política y rechaza la
injerencia de la nueva derecha en el debate que la izquierda revolucionaria
libra contra el correismo[1].
Considera que las líneas generales del debate están planteadas entre el
reformismo, con todas sus variantes, y la nueva teoría revolucionaria, aquella
que se ubica a la izquierda del proyecto político de Alianza País y de su
caudillo Rafael Correa Delgado.
[1] Véanse todas las cartas que el periodista José
Hernández ha dirigido a personalidades de nuestro ámbito político como Rafael
Correa y Alberto Acosta. Su crítica “democrática” usando los argumentos de la
izquierda revolucionaria suena falsa, porque detrás de ello no existe propuesta
política, sólo la puja por aclarar quién está mejor capacitado para llevar
adelante el mismo proyecto reformista. Para los voceros de la neo derecha sólo
se trata de una cuestión de “estilo”.
El ibarreño Jorge Oviedo Rueda es narrador, ensayista, historiador, profesor universitario y editorialista. Ha publicado, además de ensayos sobre la realidad nacional, varias novelas entre las que se destacan: Truquito y su gallada, Historias de las dos orillas, Balada triste de la budza y el guerrillero, El monstruo y Viaje al séptimo cielo y Una señora llamada Gugnara por publicarse.
Acaba de publicar: Del Estado, la izquierda y la revolución en el Ecuador, disponible en todas las librerias de Quito.