Cuando Josè Martì hacìa los preparativos para desatar la guerra definitiva contra el colonialismo español, se encontró con Eloy Alfaro en Centro América. Escuchò un plan de liberación que El Viejo Luchador le propuso y, aunque no lo aprobó porque demandaba màs tiempo del que la urgencia liberadora exigía, comentó que Alfaro era “uno de los pocos americanos de creación que había conocido”. Marchò a la gesta libertaria hasta que una bala española le atravesó el corazón.

Esa virtud que Martì viò en Alfaro me parece se ha perdido o, por lo menos, se ha vuelto extremadamente rara, en nuestro tiempo. Me pregunto por què ser hombre de creación resulta ahora tan difícil
El desarrollo tecnológico es una de las aristas que explica esta situación. Como que los algoritmos nos tienen atrapados y todos nuestros movimientos parecen programados. No lo digo de forma absoluta, pero Matrix condiciona nuestra conducta.
La Academia es otra de las aristas. Nos enseña como debemos conducirnos al convertir a la autoridad de la ciencia en una deidad inapelable. Nada que esté fuera de sus edificios son alberges apropiados para que las ideas diferentes y la duda vivan en ellos. El que cuestiona, duda o propone algo nuevo, casi nunca alcanza a pasar por los filtros de la certeza académica.
Otra arista es la tradición, esa maldita costumbre de no querer salir de nuestra zona de confort. No importa que estemos asistiendo al derrumbe del mundo, mientras el polvo de la destrucción no llegue a la puerta de nuestra comodidad, no movemos un dedo para impedirlo. Un iceberg de màs de 1500 kilómetros cuadrados se acaba de desprender de la Antàrtida, pero que nos importa, estamos felices en nuestra zona de confort.
La cobardìa intelectual es otra arista que explica este mal. He descubierto como se puede impulsar un vehículo con agua y no con gasolina, pero prefiero guardar el secreto porque si no las poderosas fuerzas que mueven el mundo me pueden aniquilar. La cobardìa no siempre es del autor, los cobardes son los gobiernos articulados a la cadena del poder mundial que prefiere la destrucción del planeta a la afectación de sus intereses.
Ser hombres de creación es tener la capacidad de desarrollar dos cualidades que han ido desapareciendo en la medida que la nociòn de este progreso que defendemos se ha ido desarrollando: la intuición y la imaginación.
La mediocridad que aqueja a nuestro medio se debe en gran medida a la ausencia de estas dos virtudes. Nadie crea, casi todos se defienden copiando, vistiéndole con otros trapos a la criatura que ya ha sido concebida. Sucede en la literatura, en el teatro y, sobre todo, en las artes plásticas y visuales.
¿Quièn en el Ecuador, en los últimos cincuenta años, se ha atrevido a caminar por senderos desconocidos, lo mismo en la literatura, el teatro, el cuento, la novela? ¿Alguien que rompa esquemas como sucedió con la generación del treinta o mejor con un adelantado como Pablo Palacios? Tal vez alguien me corrija, pero esa misma trascendencia no hemos vuelto a tenerla después de esos fenómenos y de la insurgencia tzànsica de los años 60. Hoy por hoy, ningún viento agita la calma chicha en que ha caído nuestra cultura.
En las artes visuales como la fotografía y el cine hay algunos experimentos interesantes, más importantes mientras màs esfuerzo hacen sus protagonistas por descifrar los secretos de nuestra idiosincrasia, mientras màs se empeñan en universalizar la esencia ecuatoriana. Pocos, muy pocos, que podemos contarlos con los dedos de una mano.
Lo curioso es que hay una nueva generación que se ha lanzado al tobogán de la experimentación a través de las redes sociales. Se están saliendo de los esquemas, están desbrozando caminos, están comenzando a confiar màs en su imaginación y en su intuición que en las fórmulas pre establecidas.
Es una generación nueva, llamada a remover la quietud estéril de nuestras artes. Son tiktokeros del sur y del norte, influencer principiantes, aventureros de la cámara, pájaros atrevidos de los drones voladores, clarividentes del tiempo futuro destinados a conquistar la gloria.
He visto cosas interesantes de un señor Raúl Pillajo y buenísimas de Hamilton Monar. Un cortometraje animado de este último, titulado Niño Caníbal, está hecho para ponernos a pensar.
Esta juventud es la que trae en sus mochilas la esperanza de mejores tiempos para nuestras artes, son los “hombres de creación” de los que hablaba Martí.
Jorge Oviedo Rueda
02-02-2023