La falsa “teoría del péndulo” sirve, de un lado, para explicar el renacer de la derecha neoliberal y, de otro, para justificar el fracaso del llamado progresismo latinoamericano. Ese determinismo inexorable del péndulo se convierte en una explicación anti dialéctica de la historia.
El capitalismo fracasa diariamente a nivel mundial y local, fracaso que se refleja en su incapacidad de dar de comer al hambriento. La miseria crece progresivamente, agravada por otros males que se desprenden del funcionamiento del mismo sistema. La retroalimentación sistémica, en lugar de armonizar su funcionamiento, devora irracionalmente partes cada vez más numerosas de la totalidad, con lo cual aumenta la debilidad del conjunto. No hay solución, salvo un salto cualitativo.
Cuando a comienzos de este milenio se extendió en América Latina la opción progresista, los revolucionarios advertimos que esa fórmula sólo podía servir para retardar la agonía del sistema, pero que no podíamos oponernos a la misma, que la superación de sus limitaciones dependía de la capacidad que sus líderes tuvieran para radicalizar los procesos, que la dialéctica de la Historia nos exigía cada vez más revolución.
Esta es la parte de la ciencia política que no han sido capaces de entender los “líderes” progresistas. Ni Chávez, ni Lula, ni Evo, ninguno, peor Correa, se han podido poner a la altura de las necesidades históricas de la revolución. El “salto hacia atrás” que está experimentando América Latina, no se debe a la capacidad “mágica” de recuperación que se le atribuye al capitalismo, ni a un golpe del péndulo, sino a la incapacidad de los líderes progresistas de dar soluciones revolucionarias a los males estructurales del sistema.
A la izquierda del progresismo está la revolución socialista, profunda y auténtica que, cuando llegue, dará de comer al hambriento.
La Hora, 23-03-2016
Los «progresistas» fracasaron por intentar hacer cambios desde el estado sin cooperación del pueblo y se convirtieron en lideres mesíanicos y corruptos.
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