Basta mirar a los cuatro costados para comprobar la triste realidad de la democracia actual a la cual podemos calificar, sin remordimientos, de anoréxica.
Es un problema a nivel mundial. Ninguna democracia puede ser buena si tiene como fundamento la ignorancia de los electores. No fue suficiente darle al estado llano el derecho a votar, era imperativo educarlo en libertad para impedir que la sociedad sea administrada por una trinca anónima de grandes propietarios. Para ese grupúsculo el mejor negocio ha sido mantener la ignorancia de las masas.
Pero las consecuencias de ese estilo de democracia nos están hundiendo en el abismo. En América Latina, por ejemplo, la violencia en países como México o Colombia se sale de control, el movimiento de los indignados en Europa no es sino una advertencia de que hay que cambiarla.
Porque ese es el punto, hay que cambiarla, no reformarla. No vale la pena defender una democracia que no es capaz de dar de comer a sus niños o garantizarle el trabajo a sus padres, no vale la pena luchar hasta las últimas consecuencias por una democracia que sigue esclavizando a las mujeres y alimentando el machismo entre los hombres.
Esos cambios no se pueden dar en el marco de una democracia por la cual Estados Unidos se abroga el derecho de invadir países o Europa el de negarse a alimentar a sus víctimas.
En el Ecuador tenemos que aprender a sincerarnos. Correa ha estirado la sábana hasta dónde le dan sus tobillos. Su autoritarismo es contra los intereses del pueblo, no de esa democracia restringida que defienden publicistas como José Hernández y otros tantos. Hay que entenderlo: Correa les dio haciendo la tarea.
Tenemos que luchar por otra democracia, no por salvar ésta anoréxica que no vale la pena.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 27-5-2015, Quito.