Si una mujer destaca en la política o en el arte o en los negocios, en cualquier campo, téngalo usted por seguro, amigo lector, que lo ha hecho a pesar de y en contra del poder masculino. La esclavitud femenina, dentro del patriarcalismo, es el peor lastre que arrastra la sociedad capitalista. En una revolución, la liberación de la mujer es el termómetro de su autenticidad.
Los códigos patriarcales están grabados de tal forma en el alma de la sociedad humana, que la inmensa mayoría los consideran consubstanciales a la normalidad, condiciones necesarias para el buen vivir. La misión del Estado es evitar cualquier fisura que pueda poner en tela de duda esa normalidad, potenciar la fuerza de ese agujero negro que se traga todo destello de luz.
Mentes superiores como la de Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir o Flora Tristán, supieron escapar a esa fatal normalidad de la herencia y estuvieron claras que la sumisión disfrazada de amor, obediencia o respeto a la autoridad del hombre era el disfraz con el cual se suavizaba su esclavitud.
Y ahora, después de la heroica lucha del feminismo revolucionario, vienen las jóvenes mujeres del correismo a hablarnos de la necesaria sumisión al proyecto ciudadano. Rafael Correa y su revolución hacen caricaturas de revolucionarias. Veo hasta cierta ingenuidad en las declaraciones de las sumisas, como que la imagen del patriarca grabada en sus subconscientes les impele a pedir su protección.
No, señoras Presidenta y Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, el feminismo, si es revolucionario, es capaz de oponerse o corregir el rumbo trazado por los patriarcas. Recordemos con Germaine Greer que hoy, como ayer, las mujeres deben negarse a ser sumisas y crédulas, pues el disimulo no sirve a la verdad».
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 20-05-2015, Quito.