Hace dos siglos que a Bolívar se le ocurrió convocar una cumbre de los países hispanoamericanos para mirarnos en el espejo de nuestros intereses y ponerle el pecho a los desafíos del crecimiento. Tenía en mente la construcción de Colombia la Grande porque estaba convencido de que éramos una humanidad. Murió solo, sin ruido, odiado por aquellos que se aprovecharon de su espada.
Francisco de Paula Santander fue su enterrador y la razón práctica de su tiempo. Creyó que era más fácil crecer amparados por la sombra yanqui. Los terratenientes de América aceptaron esa promesa, pero en la práctica prolongaron la colonia por todo un siglo, llenando a Nuestra América de soledad. José Martí y Eloy Alfaro volvieron al pensamiento de Bolívar.
Pero para entonces ya era demasiado tarde. La fuerza centrípeta del capitalismo norteño nos hacía girar a su alrededor. Las élites complacientes daban por natural ese orden injusto y nos echaban la culpa a nosotros mismos. Por vagos, decían. Igual que en los siglos de la colonia, la carencia material tenía que estar acompañada de la degradación moral.
En pleno siglo XX, en América Latina, Fidel Castro se permitió recordarles a los yanquis que los pueblos de Nuestra América teníamos dignidad. La respuesta imperial fue la muerte por aislamiento, pero Cuba ha resistido y germinado en procesos que nos acercan al pensamiento de Bolívar.
En la VII Cumbre Correa cometió el error de todo líder reformista: dijo que éramos diferentes con los yanquis, cierto, pero no se trata de ser diferentes, porque eso es natural, se trata de que somos desiguales, que es una condición artificial.
Hay que volver al equilibrio, pero eso no es posible si antes no toman el poder las víctimas. Esa es la Cumbre con la que seguimos soñando.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 15-04-15, Quito.