Llamar revolución a la reforma es la audacia más atrevida que un movimiento político haya inventado en la historia del Ecuador. El centro y la derecha supieron identificarse siempre; el reformismo correista ahora se oculta tras el discurso revolucionario.
Pero las fuerzas revolucionarias auténticas, por principio, no tienen por qué oponerse a las reformas. Son, en esencia, concesiones que la oligarquía hace a los derechos postergados del pueblo. Correa lo hace en el marco de la construcción del Estado-nación que es el proyecto conjunto de la nueva derecha ecuatoriana.
Toda la reforma correista es un cambio cosmético que nada cambia. No es cierta la afirmación de que ahora el poder está en manos del pueblo. Esa es la parte más audaz del engaño. El poder sigue en manos de grupos económicos como La Favorita, NIRSA, bancos, financieras y etc., etc., etc. No habrá revolución mientras el poder no pase de la oligarquía al pueblo. La RC no es el poder popular, es sólo un régimen reformista que miente por cada diente.
Hoy la Asamblea Nacional, con mayoría correista, se aprestar a dar otro golpe maestro. Se trata de la aprobación de la Ley de Aguas. Como dicen sus voceros, estamos de acuerdo en casi todo lo que han planteado los pueblos indios y movimientos sociales y campesinos, pero es ese casi el que no están dispuestos a ceder. Ese casi es el control que el poder oligárquico debe mantener del uso del agua a través del Estado. Correa está dispuesto a ceder en todo, menos en el poder. Igual sucede con la educación, con la matriz productiva, con la cultura, con la reforma agraria, etc., etc.
Las fuerzas revolucionarias harán saltar en añicos el casi correista. Llevarán el proceso hasta el cambio definitivo. Estoy seguro.
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La Hora, 11/junio/2014, Quito