El poder político es mucho más que la simple relación de mando y obediencia. En un sentido vertical es la expresión volitiva de una clase social sobre otra; en otro horizontal, es la ciencia del consenso por medio de la cual se disfraza la dura realidad de la dominación.
Pero hay una interpretación más contemporánea del poder político y es la que Foucault hace. El poder como una intrincada red que cubre toda la sociedad y que de cualquier punto es posible tensarla para provocar cambios. Igual los de abajo, como los de arriba, pueden pulsar la red en procura de concretar sus intereses.
Pero los análisis históricos de Foucault le llevan a la conclusión irrefutable de que el poder político termina convirtiéndose en un poder disciplinario, cuyo objetivo final es moldear un tipo de ciudadano acorde con los intereses del sistema. En la sociedad del capital, no sólo la educación aporta a ese objetivo, sino otros sistemas, como el carcelario, el hospitalario, el cultural, inclusive el farmacéutico. Más que de una formación, se trata de una domesticación.
Ese es el olor que emana ahora de la revolución ciudadana. Nada se hace en procura de la libertad del individuo, sino de su domesticación. Los célebres juicios del régimen no tienen importancia por sus sentencias, sino porque ejemplifican las consecuencias que puede tener la oposición al pensamiento oficial. Hoy el circo romano ha sido trasladado al pensamiento. Los esclavos en Roma no morían por cristianos, sino porque ya no querían ser esclavos. Se los tiraba a las fieras para que la masa sustantiva de esclavos se disciplinara y siguiera aceptando su condición.
A eso es a lo que Pablo Dávalos califica como democracia disciplinaria, un libro que le debe causar rasquiña al régimen correista.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 20/noviembre/2013, Quito