El calentamiento global amenaza a la humanidad, pero nadie crea conciencia sobre este problema crucial y la naciones responsables de esta amenaza no están dispuestos a eliminarlo. No es que no quieren, es que ya no pueden.
El desarrollo del capitalismo a estas alturas ha vuelto inevitable la maldición histórica de que el ser humano se destruye mientras se desarrolla. Más progreso significa acercarnos más al abismo, sentirnos más amenazados por la destrucción y la muerte. Los que tenemos conciencia de esta realidad, vemos con angustia como la humanidad camina con los ojos cerrados a su destrucción.
El cambio climático en el mundo avanza más rápido y más fuerte de lo que se esperaba, dice una funcionaria de Naciones Unidas encargada a nivel mundial de estos estudios. Esos informes dejan poco espacio a la esperanza, pero, lo lamentable, es que son publicados apenas como una advertencia sin que tengan ninguna capacidad para detenerlo.
Se entiende que los gobiernos de las naciones responsables deben tomar medidas inmediatas para resolver el problema, pero es inútil. Nadie puede pedirle al monstruo del capitalismo que deje de alimentarse.
La única solución es cambiar las bases civilizatorias de la actual sociedad. Sin exagerar, la solución está en los fundamentos del pensamiento ancestral andino. Será de esta región de dónde volverá a volar la esperanza. Por eso indigna tanto que Correa, con el pretexto de combatir la pobreza, se haya tomado el nombre del Sumak Kawsay para hacerle el juego al calentamiento global permitiendo que miles de millones de toneladas de Co2 salgan del Yasuní a contaminar la atmósfera. No hay conciencia ecológica ni en los amos, ni en los vasallos.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 2/octubre/2013, Quito.