Uno de los temas más difíciles y, a la vez, más inquietantes de la teoría de la conciencia es determinar cómo se forma. Platón creía que había que viajar hacia adentro de uno para ver la luz. Marx, en el siglo XIX, sostuvo que no era la conciencia social la que determinaba el ser, sino al revés, el ser social el que determinaba la conciencia social.
Hoy creo que nadie puede negar el carácter determinante del medio en la formación de la conciencia. Sin que sea absoluto, pero resulta lógico que la conciencia de un individuo que nace en medio de la riqueza no es igual a la del que nace en medio de la pobreza. No piensa igual el hijo del rey que el hijo del mendigo.
Es la realidad la que establece la confrontación, no la voluntad de nadie. Los individuos chocan entre sí en tanto son parte de una clase social. El hijo del rey se confronta con el hijo del mendigo, no porque son intrínsecamente malos, sino porque su ubicación social les obliga. Como individuos pueden conciliar sus posiciones, nunca como miembros de una clase social.
Nuestro Scout mayor parece cerrar los ojos a esta parte de la realidad. Cree que la justicia es posible en medio de la desigualdad. Como buen Boy Scout anda esparciendo por el mundo las semillas de sus buenas intenciones, sin darse cuenta que desde hace miles de años han caído en tierra infértil. Los límites de su moral no le permiten ver, desde el poder, que la justicia no es posible en un mundo dividido por los intereses económicos. No hay revolución, ni hay revolucionario, si sólo se pretende hacer un poco mejor a este mundo imperfecto, cuando se trata de hacer otro mundo, otra civilización. Nuestro Scout mayor condena a los jóvenes que quieren otro mundo, pero apoya a aquellos que sólo quieren barnizar el actual.
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La Hora, 25/septiembre/2013, Quito