Estamos los ecuatorianos como atontados de tanto que se ha dicho sobre el Yasuní. Unos a favor, otros en contra. Que el gobierno encuentre argumentos para su explotación, no me admira. Es su obligación. ¿A quién se le ocurre pedirle al ratón que no se coma el queso?
Más me admira que la izquierda ecologista desafíe a Correa con la consulta popular. Es un desafío imprudente, que contradice la esencia del ecologismo. Las reservas mundiales de la biodiversidad no pueden estar sujetas a la voluntad de los hambrientos. Esa ha sido la lógica sempiterna del capital. La naturaleza vista como una esclava, a la que hay que sacarle el jugo hasta más allá de la vida a título del progreso y del Buen vivir. Si no hubiera sido así, no estaríamos al borde del abismo. Responder que están de acuerdo con la explotación es algo que está en los genes de la sociedad capitalista.
¿Y la conciencia?, me dirán. No existe, respondo, cuando el hambre social nos amenaza. Hay conciencia individual, sí, pero no colectiva. Si se confunden estos dos aspectos, puede deberse a una dosis aplastante de ingenuidad (infantilismo, diría el que sabemos), o a una pérfida manipulación de los intereses populares a favor de los intereses del capital corporativo. Una consulta popular a favor de la explotación, deja sin culpa a los agentes de la muerte y vuelve culpable al pueblo a nombre de la democracia.
Hoy el argumento a derrotar es el de que se va a explotar el Yasuní de forma responsable. ¿Cómo creerlo si viene de un gobierno manchado por la corrupción y la autosuficiencia? Quienes van a explotar el Yasuní no tienen conciencia ecológica, tienen conciencia mercantilista. Usted, lector, ¿cree que operarán con pulcritud? Que el Yasuní se ahogue en el oro negro, sólo es cuestión de tiempo.
JORGE OVIEDO RUEDA
Escrito para
La Hora, Quito, 11/septiembre/2013.