¡UNIFORMADOS!

Todo proceso revolucionario tiene en las masas populares a su fuerza transformadora. Si es auténtico, crea los mecanismos de retroalimentación que le permiten llegar hasta la raíz del cambio. Un proceso revolucionario transforma a diario, sin descanso, aspectos pequeños y grandes de la vieja forma de vida. Lo contrario a una auténtica revolución es la burocracia, mancha conservadora que se resbala implacablemente por todos los poros de la sociedad, matando, de forma sistemática, la fuerza renovadora de las masas.

El entusiasmo inicial de la revolución ciudadana a estas alturas está controlado por la burocracia correista. La fuerza del pueblo (conceptuada como ciudadanía) ha sido sustituida por el prestigio del líder. No sé si se ha dado cuenta, amable lector, pero ahora en el Ecuador nadie propone nada. La pirámide del poder correista tiene en su vórtice al líder y entre él y las masas populares a una burocracia fanática, incapaz de salirse del libreto establecido. Si usted toma una iniciativa, señor, ahora la respuesta es idéntica en cualquier nivel: eso no está en la ley, no se puede hacer. Lo cual demuestra que hay una sola verdad, la oficial.

Nada se parece más al stalinismo que las formas y los contenidos que va adquiriendo la revolución ciudadana. Recordemos que Stalin impuso una verdad oficial hasta en la ciencia, en la que lo menos que existe es la certeza. Hoy, por ejemplo, en el nivel académico, hay un ejército de burócratas que, a nombre de la ley, van imponiendo, sin prisa pero sin pausa, la voluntad oficial de la revolución ciudadana. Son malos tiempos para el pensamiento libre, al que se lo quiere domesticar a punta de leyes y reglamentos.

¡Correa es incapaz de aprender las ricas lecciones que nos da la Historia!

 

Publicado en

La Hora, 26/junio/2013, Quito.

 

 

 

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