La propaganda de la revolución ciudadana se chorrea por los cuatro costados de la nación. Todo lo que en ella se dice es para convencer al ciudadano común que el gobierno está construyendo el país que queremos. Pero ¿qué país queremos?
El país que queremos va más allá del imaginario utopista forjado en los laboratorios simultáneos de la izquierda y la derecha mundiales que, partiendo de la miseria de las masas, aprendieron a ofrecerles el paraíso como recompensa. No es el país que reposa en todas las propuestas de desarrollo que vienen del primer mundo y que sólo son la zanahoria con la que nos engañan para hacernos caminar. Va más allá de la irrebatible lógica de que no podemos morir de sed junto a la fuente.
El país que queremos tiene que construirse con lo que tenemos: la tierra, el agua, el viento y el fuego. Eso es nuestro y no tenemos que pedírselo a nadie. Tenemos nuestra fuerza de trabajo, millones de brazos poderosos; nuestro espíritu y nuestra inteligencia que, naciendo aquí, tiene que desarrollarse aquí, para el bien de todos, comprendiendo el mundo, pero sintiéndose universal desde su propia raíz.
El país que queremos tenemos que hacerlo sin pensar en las ayudas que vienen de afuera y nos someten. Un emporio agrícola que convierta en un maravilloso huerto a cuencas hidrográficas como las de los ríos Daule o Babahoyo, a los ríos orientales, a las mesetas interandinas; un emporio agrícola en el que millones de ecuatorianos vivamos de la tierra y lo que nos sobre se lo vendamos a nuestros hermanos. El falso desarrollismo sólo nos ha dado frustraciones, está destinado a acabar con lo que tenemos y envenenar nuestra vida.
Un país así queremos, no como el que nos propone la propaganda del extractivismo criminal.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora 12/junio/2013, Quito