Creo que a nadie que no sea el gobierno de Correa le cabe la menor duda de que para hacer otro Ecuador, hay que comenzar por cambiar la educación. No se trata de cambios cosméticos. Hablamos de cambios raigales, gnoseológicos, que sean el principio del fin de una vida caracterizada por el lucro y el egoísmo.
No hay en el gobierno de Correa ninguna intención de ir a ese cambio. Los pichones imberbes que tienen a su cargo esta tarea son piezas inconscientes del mecanismo reproductor del sistema, convencidos, además, de que en este campo cumplen una misión mesiánica.
Me sorprendería si hicieran algo diferente. La gran estafa de la revolución ciudadana está en la educación. Lo que me sorprende y admira es el papel que está jugando la Universidad ecuatoriana en estos momentos cruciales.
Poca batalla se dio antes de la aprobación de la nueva ley de Educación Superior y, lo que es peor, se abrió las puertas a la propuesta del ejecutivo. Voces aisladas advertimos del peligro, pero como Institución, la Universidad hizo muy poco. Los blasones de rebeldía que siempre tuvo la Universidad ecuatoriana, brillaron por su ausencia.
Ahora el rector Samaniego convoca una marcha para pedir a Carondelet que le permita mantener en sus puestos a los maestros que ya cumplieron setenta años y que le autorice contratar maestros extranjeros con PHD y otras minucias. Los pichones del régimen castigan el atrevimiento y le sacan los cueros al sol, diciéndole hasta incapaz.
Como maestro universitario me solidarizo con el rector de la Central, pero más lo haría si convocara una marcha para protestar contra el colonialismo científico que ha iniciado el gobierno de Correa. Por minucias no, prefiero la inteligencia de mi cátedra, en la que germina silenciosa la rebeldía.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 27/marzo/2013, Quito