Cerca del ochenta por ciento de los ecuatorianos somos católicos. Hay un veinte por ciento que no lo somos. Si un presidente de la república lo es de todos, no me parece bien que proclame a los cuatro vientos su filiación religiosa, menos que se autodefina curuchupa. Ser curuchupa es pertenecer a una secta, no a una religión, es por definición ser conservador en el sentido más retrógrado del término.
Así se definió el misho presidente en su última sabatina. Soy curuchupa, dijo, y por eso voy a asistir a la entronización del Papa Francisco en Roma. Creo que a estas alturas ya estará con la rodilla en tierra romana, besando la sortija papal.
¿Sabía usted, lector, que en tiempos pretéritos, la Iglesia católica, apostólica y romana tenía una singular silla en la que el Papa se sentaba antes de iniciar su pontificado y un joven sacerdote palpaba por abajo las partes pudendas del elegido? Si las tenía de varón, entonces, el joven sacerdote proclamaba a voz en cuello una frase en latín que traducida quería decir están en su lugar y cuelgan bien, con lo cual se daba inicio al papado. Tal vez ahora ya no se cumpla el rito, pero nada ha cambiado. La Iglesia sigue siendo la institución mundial que representa la esencia del patriarcado. Dentro de ella hay una secta curuchupa que cuida, pule y da brillo a la religión, preocupándose de que los cambios que se hagan no cambien nada.
El nuevo Papa ha dicho que Dios no se cansa de perdonar a los pecadores. Cabe preguntarse, si los pecadores se acabaran, ¿qué papel le quedaría a la Iglesia? Me parece que el Papa no es el Vicario de Dios, sino el gerente de un gran negocio mundial.
¡Y mashi Rafael se dice revolucionario, siendo profundamente curuchupa.! ¡Que buena papa!
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 20/marzo/2013, Quito