Puedo decir con toda tranquilidad que mi generación fue la generación de los sueños, es más, me atrevo a decir que estábamos hechos de sueños. No los sueños de Walt Disney ni de Hollywood, sino algo más real. Soñábamos que a la vuelta de la esquina estaba la revolución, el cambio de un mundo cruel e injusto, por otro diferente, basado en el amor y la justicia.
Todo nos hacía pensar que así sería. Recuerdo en el norte revuelto y brutal a los Black Panters con Malcom X y Ángela Davis a la cabeza, en Francia la revolución de la juventud con Cohn Bendit, en China la revolución cultural de Mao, en América Latina la revolución cubana, primero y luego la esperanza de Salvador Allende; pero sobre todo el ejemplo del Che, clandestino y luminoso recorriendo el mundo para liberar al ser humano. Sonábamos, estábamos hechos de sueños.
Una parte de la juventud de entonces unimos el pensamiento a la acción, como el Che quería. Sentíamos en la sangre el compromiso de hacer realidad los sueños; nada nos conformaba, todo nos parecía caduco. Queríamos, con nuestras manos, traer el futuro al presente. Lo dejamos todo por la lucha revolucionaria.
Ahora me pregunto, ¿valió la pena? Claro, digo, valió la pena. Creo que mi generación fue derrotada, pero sus sueños, no. Están incólumes, hoy más reales que antes. Lo dice el proceso indetenible de decadencia que vive el mundo capitalista. Hemos comprendido que la revolución no está a la vuelta de la esquina, pero la fe revolucionaria nos dice que vendrá.
Por eso no se puede aceptar que a las generaciones actuales, herederas de nuestros sueños, un gobierno que se auto titula revolucionario, les impida seguir soñando.
Los diez de Luluncoto deben salir libres. Nadie puede impedir que triunfen los sueños.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 24/Oct./2012, Quito