La generación revolucionaria de los años sesenta en América tuvo el privilegio de asistir al primer acto de rebeldía de un pueblo americano en contra del imperio del norte. Fidel Castro se atrevía a decirle al poder yanqui que sí había otra vía de desarrollo para nuestros pueblos, no la que ellos querían, sino la que nosotros creíamos: el socialismo. La estructura imperial tembló empavorecida; presa de convulsiones enloquecidas, se propuso, desde entonces, castigar sin compasión al atrevido. Usó a la contrarrevolución interna para debilitar la fortaleza revolucionaria y terminó pidiendo clemencia en Playa Girón, donde su prepotencia imperial aterrizó de bruces.
La historia de la dignidad en América jamás puede ser olvidada. Nombres como los de Bolívar, Martí, Alfaro nos obligan a mantener la frente en alto, porque junto a los del Che, Allende o Sandino se entrelazan en los cimientos de América para que las nuevas generaciones vayan construyendo el edificio de la verdadera libertad.
¿Qué ha cambiado desde que Raúl Roa calificara a la OEA como un ministerio de colonias? Las formas, nada más. Cuba ha sido tratada por más de cincuenta años como un perro sarnoso sólo porque se atrevió a desafiar a los yanquis. Los gobiernos cipayos de América no pueden ir a una Cumbre a palmearse las espaldas mientras permiten que uno de sus hermanos sea asfixiado en el cuarto trasero. Más que por la fuerza, decía Bolívar, nos han dominado por el engaño.
Cierto que los pueblos no comemos dignidad, pero no podemos vivir sin ella. Al menos los que no inclinamos la servís ante el enemigo.
Una cumbre con un payaso yanqui que piensa usar guayabera americana para contentar a sus incondicionales y sin Cuba, y ahora, también, sin Ecuador, es una cumbre sin lumbre ni dignidad.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en La Hora
11/Abril/2012