LA DEMOCRACIA AUTORITARIA DEL CORREISMO vs. LA DEMOCRACIA DINÁMICA DEL MOVIMIENTO POPULAR

Publicaremos este ensayo en tres partes:

  1. La democracia occidental
  2. La democracia en América Latina y
  3. La democracia autoritaria del correismo vs. la democracia dinámica del movimiento popular.

  1. LA DEMOCRACIA OCCIDENTAL

            Montañas de papel, miles de libros, millones de artículos, conferencias, seminarios, eventos se gastan y realizan a lo largo y ancho del mundo para defender la democracia que caracteriza a la sociedad humana.

            Pero, ¿qué es la democracia?, ¿cuáles los elementos concretos que la definen?, ¿son posibles de llevar a la práctica las fórmulas que dicen definirla?, ¿puede haber armonía entre las normas que la reglamentan y la conducta de los actores que integran la sociedad?, ¿hay una democracia ideal y otra real?

            En perspectiva histórica la democracia, tal cual la conocemos hoy, nace con la Revolución Francesa de 1789. Un nuevo modo de producción está surgiendo en esos momentos. La estructura económica comienza a organizarse alrededor del sistema fabril. El incentivo poderoso de la libre empresa hará crecer, at infinitum, la economía. La esencia revolucionaria de la nueva política se sostiene en la idea del Contrato Social roussoniano en el que se afirma que la fuente del derecho es el pueblo y no Dios. El poder de esta idea, desde entonces, transforma todos los aspectos de la organización social. La democracia griega, restringida al derecho de los esclavistas, pasa a ocupar un puesto en el museo de las antigüedades históricas, junto al “derecho divino” de los reyes feudales que había prevalecido por cerca de dos mil años. Durante el siglo XIX veremos crecer y desarrollarse este nuevo orden de cosas en el marco propicio de la libre competencia. Estamos hablando del poder del capital y de su civilización.

            Pero se trata de un crecimiento desordenado, caótico, no reglamentado, cuyo hilo conductor se reduce, en lo económico, al lucro y, en lo político, al derecho del pueblo a ser consultado. Estos dos elementos son consubstanciales al nuevo régimen. La teoría clásica de la democracia considera, al segundo, la piedra angular de los derechos del ciudadano y, al primero, un aditamento indiscutible e imprescriptible del empresario libre, con lo cual se deja abierta la puerta para la reproducción y ampliación del capital. Así se conforma la nueva democracia: con la libertad del empresario para acumular sin límite y el derecho del ciudadano común a ser consultado.

            Nunca antes se había inventado algo tan perfecto. Las monarquías antigua y feudal quedaban aplastadas bajo el peso de la razón republicana. El más zahorí de los filósofos idealistas de finales del siglo XIX, Jorge F. Hegel, hablaba del nuevo Estado como encarnación de Dios y, por ende, del fin de la Historia. De ahí en adelante, sólo era cuestión de ajustar los engranajes de tan perfecta maquinaria.

            Los intereses de clase que sostienen este sistema no se han cansado de buscar la perfección. Han creado, inclusive, el espejismo de que es un proceso permanente en el cual, la intervención de todos los actores sociales, es un requisito sine qua non para alcanzarla, siempre y cuando cada actor social no se atreva a transgredir el sitio que le corresponde. Por eso, doscientos años después de su surgimiento, tenemos sociedades más o menos democráticas, dependiendo de que, además de los dos requisitos señalados, se cumplan algunas otras normas que se han ido añadiendo[i]. A estas alturas la sociedad humana vive en el marco de lo que llamaríamos las “democracias reales”.

¿CUÁLES SON Y QUÉ SON LAS DEMOCRACIAS REALES?

            Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, España, son las democracias más representativas de nuestro tiempo. Otro grupo de países como Suiza o los países nórdicos estilan una democracia que supone regímenes cuasi socialistas, pero que lo son más en la forma que en el contenido y están las democracias latinoamericanas que, en estas dos últimas décadas, han perfilado con autonomía su identidad democrática.

            En todos ellos está vigente el “contrato social” roussoniano. Hay variaciones formales entre unos y otros que tienen que ver con el régimen de partidos, las formas de elección, la estructura jurídica, la participación de las minorías, inclusive la división del poder; pero son iguales: democráticos, libres, parte integrante y fuente de la civilización occidental. Todos ellos involucrados en un pacto implícito y explícito de defenderla hasta las últimas consecuencias. Uno de ellos, Estados Unidos de Norteamérica, desde comienzos del siglo XX se ha autoproclamado gendarme defensor de esta democracia. Ha acumulado una fuerza atómica “disuasiva”, dicen ellos, que nadie en el mundo puede atreverse a mirarles a los ojos.

            La idea del “contrato social” roussoniano trae implícita una lógica circular difícil de romper: si yo elijo al gobierno que me ha de dirigir, debo estar contento con mi elección. Si no soy parte de la mayoría, tengo que aprender, porque las mayorías nunca se equivocan. Esa lógica obnubila los horizontes y las masas viven empantanadas en ella. La conclusión temeraria que de ella se desprende es que no hay nada mejor que el sistema democrático establecido. Como dice Bobbio, unas sociedades son más o menos democráticas según se acerquen o alejen de los parámetros que la definen[ii]. Si algo no encaja hay que considerarlo errado o inconveniente y hay que ignorarlo, combatirlo y, si se vuelve peligroso, eliminarlo. No importa si en las sociedades democráticas se cumplen unos y no se cumplen otros de los requisitos, si se ubican en ese marco, entonces son confiables. Hacia adelante, todas alcanzarán un nivel mayor de democracia. La exacta imagen de esta democracia es la de la carreta con la zanahoria por delante del asno.

            Pero el hecho objetivo es que en ninguna de estas sociedades la gente común, el ciudadano, o mejor, las mayorías, son felices. Son sociedades marcadas por grandes diferencias económicas, principalmente.

            Si quisiéramos medir objetivamente el grado de democracia en estas sociedades habría que añadir, a los parámetros establecidos por Bobbio, los siguientes: 1) índices de desempleo, 2) atención médica, 3) calidad de la educación, 4) alimentación adecuada, 5) concentración de la riqueza, 6) participación efectiva de los ciudadanos en las decisiones del poder político y 7) impacto ecológico del régimen de producción vigente.

            No necesitamos ser expertos para comprender que esta suma de requisitos establecidos, ‘ni de lejos se cumplen en los países de la llamada “democracia occidental”, por lo que, la “democracia ideal” sólo existe en la cabeza de los demócratas. Lo que sí existe es una “democracia real” que viene fracasando sistemáticamente desde sus orígenes y que, a estas alturas, ha puesto al planeta al borde del abismo.

  1. LA DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA

[i] Norberto Bobbio identifica seis reglas que considera referentes de la democracia. Si una sociedad se acerca a ellas es más democrática, dice, si se aleja, es menos. No incluye el derecho del empresario al lucro indefinido, considerándolo natural, con lo cual ignora la bomba de tiempo destructora que, en su seno, trae “esa” democracia. Véase: Bobbio, Norberto: El futuro de la democracia, FCE, México, D.F. 1986.

[ii] Esas condiciones son: 1) el derecho a elegir, 2) todos somos un voto, 3) poder elegir entre varios candidatos, 4) igual, elegir entre distintas propuestas programáticas, 5) aceptar los resultados y 6) respetar los derechos de las minorías.

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Una respuesta a LA DEMOCRACIA AUTORITARIA DEL CORREISMO vs. LA DEMOCRACIA DINÁMICA DEL MOVIMIENTO POPULAR

  1. Patricio dijo:

    La única forma de medir la democracia es la toma de decisiones efectiva por los ciudadanos, por tanto, todos los demás indicadores mencionados por el autor, están en función de éste. Por otro lado, se olvida de la libertad. Hay dos clases: la positiva que consiste en la posibilidad de actuar de acuerdo a la voluntad individual y está muy condicionada a la distribución del poder político y económico y la negativa que es la ausencia de prohibiciones y está limitada por el respeto a las demás personas. Por tanto, la democracia se debería definir como la maximización de las libertades tanto positivas como negativas.

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