No sé si se dio cuenta, amigo lector, que mientras el Mashi estuvo por las Europas y las calles del Ecuador se comenzaron a calentar con la protesta de la oposición, ninguna figura del régimen correista fue capaz de tranquilizar a la nación. Pues bien, esa es la tragedia de todo régimen caudillista: el caudillo como alfa y omega del proceso.
En las circunstancias actuales ha quedado claro que podría ser más fácil controlar las trepidaciones del Cotopaxi que las causadas por la ausencia del líder. Sin el caudillo la nación entra en un tremedal de incertidumbre, como que nadie sabe qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Claro, cuando el régimen se ha atrevido a pulsar uno de los nervios más sensibles de esta sociedad tradicional y conservadora.
Es que los falsos revolucionarios del régimen deberían comprender que en todo es posible la reforma, menos en tres aspectos: la tradición, la familia y la propiedad. Para entrar en esos terrenos hay que ser verdaderamente revolucionarios.
Resulta ridículo retirar de la Asamblea Nacional los proyectos de ley arguyendo la próxima visita del Papa porque eso sólo demuestra cuán endebles son las convicciones “revolucionarias” del caudillo, demuestra que la Revolución Ciudadana tiene atrás suyo sólo a una clientela encandilada por el brillo de su héroe y no a un pueblo ideológicamente preparado para ponerle el pecho a la tormenta.
Hoy por hoy la izquierda revolucionaria tiene que construir una alternativa para impedir que del caos político que se aproxima la derecha tradicional, o la nueva derecha, hundan en la nada los avances hechos por el correismo. A la izquierda del caudillo -que tiene que volver del extranjero para impedir que se hunda su obra-, sólo puede estar la revolución socialista.