Había una vez un lejano planeta en la comba infinita del universo que había encontrado la paz. Los planetas vecinos mandaban frecuentemente delegados a averiguar cómo había logrado su rey tanta maravilla y el rey les repetía, sin titubear, la fórmula infalible de su éxito: el diálogo, todo lo hemos logrado con el diálogo.
Primero dialogaban el rey y su corte, se ponían de acuerdo para estar claros en cuáles eran sus derechos y los privilegios que debían defender. Sabían que no podían ceder ni un milímetro en cuanto al manejo del poder político se refería, ni permitir que se cuestionara su legitimidad. Todos los asuntos restantes eran susceptibles de diálogo.
Dialogaban los ejércitos del rey y la piedra angular de sus reflexiones era la fidelidad, la defensa del sistema establecido. Tenían la elocuencia del poder militar con sus naves fotodeslizantes que todo lo podían destruir en un segundo.
Y dialogaban también los trabajadores, la gente común que después de siglos de lucha se habían convencido que nada podían hacer, que lo único que les quedaba era el diálogo. El rey les había convencido, por medio del diálogo precisamente, de que era preferible la explotación a la muerte por hambre.
Cuando los delegados llegaban a este planeta maravilloso se encontraban con un espectáculo impresionante: había mesas de diálogo por todas partes. En una estaba Mónica con Jaime, en otra Paúl con Mauricio, en otra el rey con los militares, y así, por todas partes, miles de mesas, dialogando, dialogando
Los delegados interplanetarios regresaban admirados a recomendar a sus respectivos reyes el diálogo como único camino para alcanzar la paz.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 4, marzo, 2015, Quito