Es exactamente lo contrario de ser pelucón, no sólo por lo que se viste, sino por lo que se piensa. Es encontrarles ricos a los llapingachos con chorizo, a las guatitas con cuchara y a los secos de la mama Miche, viajar en bus, vivir en La Tola, Chimbacalle, La Ecuatoriana o Chillogallo; comprarles a tus guaguas los zapatos del colegio en La Ipiales, nacer en el Hospital del Sur, hacer las putas colas del Seguro, estudiar en el patrón Mejía, cantar con El Más Querido, saberte de memoria todas las de JJ, bailar reggaetón y perrear donde se pueda; tomar norteño, irte en peregrinación al Quinche, vocear, todos los días en el aire de Quito, los mil productos que nos ayudan a sobrevivir; morirnos en el Pablo Arturo Suárez o en el Hospital del Seguro y enterrarnos en San Diego. Ser auquista es una mescolanza increíble de lo más rico, puro y auténtico de la quiteñidad.
Yo soy quiteño nacionalizado, no más, pero mi papá, a los tres años, me hizo probar las empanadas de morocho del Olímpico una tarde que jugaban el Aucas con la Liga. Ya tu mama te bautizó en la iglesia me dijo-, ahora yo te bautizo en nombre de papá Aucas. Desde entonces mi corazón auuuulla de felicidad cada vez que sale El Ídolo a la cancha. En las buenas y en las malas -para nosotros los del pueblo, más malas que buenas-, siempre.
Pero ya estamos otra vez en la A. Que tiemble pelucolandia, liguistas, chullas, barcelonistas, que el ídolo del pueblo ha vuelto a las canchas.
Todavía no vamos a hacer la revolución -como a algunitos les gusta prometer-, a pesar de que sólo tenemos camiseta y corazón, pero fieles hasta la muerte gritaremos auuuténticamente: ¡Aucas, revolución, digo, Marañón o la guerra! ¡Hasta la victoria siempre! Patria o muerte ¡Venceremos!
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 19, Nov., 2014, Quito