Los estudiantes de la Central tienen la costumbre de matar el hambre comiendo en el mercado de Santa Clara, en los famosos agachaditos o, caminando un poquito más, servirse una gorda en las chancrosas de la Amazonas. El placer de darle gusto al cuerpo después del estudio, a partir de ahora será mucho más caro. ¡Es que al paternalismo de Mashi Rafael se le ha ocurrido velar por su salud!
Me viene a la mente ese personaje de Muerte en Venecia que, sin saber por qué, a su edad y su posición, siente unas ganas irrefrenables de pecar, de estar del lado del mal. Nada, ni nadie, pueden impedirle que experimente el pecado, porque ese instinto es parte constitutiva de su libertad. La cultura occidental imprime en el ser humano una dualidad maniquea que lo acompaña desde la cuna a la tumba sin que pueda escapar de esa jaula. El individuo está atrapado entre esos dos extremos y libra, toda su vida, según sus creencias, una dura batalla para acercarse a la virtud y alejarse del pecado.
A lo largo de la historia la moral dominante ha visto surgir prebostes, jefes, que se atribuían la misión de enseñar a comportarse a sus subordinados. Torquemada, Calvino, Stalin son las cumbres más visibles de esta conducta. Detrás de cada uno de ellos lo que queda son los más dramáticos ejemplos del dolor humano.
No podremos cambiar el ser mientras no derrumbemos la cárcel maniquea del bien y del mal. Cuando lo hagamos se esfumará la libertad porque seremos todos libres; mientras tanto, cualquier control que impongan los nuevos Calvinos será un atentado a la libertad individual de ver el mal como parte de la realidad. ¿O no?
Por eso mis estudiantes me han dicho que, a pesar del Mashi, seguirán yendo a las chancrosas a pedir: ¡Una gorda, por favor!
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en:
La Hora, 3, septiembre,2014, Quito.