El poder de los terratenientes durante la época colonial y después de la fundación de la república no admitía dudas. Las matanzas de indios que se registran en la historia ecuatoriana no sólo que fueron justas para los terratenientes, sino necesarias. Había que mantener a los indios alzados en su sitio, so pena de que se socaven las bases de nuestra sociedad piadosa y cristiana.
Pero a pesar de que el indio pasó de la literatura (Huashipungo) a la realidad política (levantamiento indígena de los noventa) todavía las élites no entienden que el indio es parte integrante de nuestra nacionalidad y que como tal debe ser tratado. La Revolución ciudadana se llena la boca hablando del Sumak Kawsay, pero en la práctica se niega a reconocerlo. Trata a lo indio como lo hicieron los españoles y los terratenientes, como algo fuera de su concepto de Estado, de sociedad y de civilización.
No sólo que esa actitud es equivocada, sino que es además discriminatoria y colonialista. No se trata de civilizar a los indios, convirtiéndoles en nuevas piezas del mercado, se trata de crear las condiciones para que ellos perpetúen sus formas de vida que se demuestran superiores a las que caracterizan al capitalismo, se trata de rescatar unas bases civilizatorias que el capitalismo ha querido ahogar por más de quinientos años.
Es en esta perspectiva que la resistencia en Sarayacu se va convirtiendo en un símbolo de la lucha popular. La mentalidad colonialista del mishu presidente hace esfuerzos por identificar resistencia con atraso, rebeldía con salvajismo, dignidad con pobreza, sin comprender que el Sumak Kawsay de los pueblos indígenas es antagónico al extractivismo capitalista, ni que la plurinacionalidad es el respeto a lo diferente.
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La Hora, 30/abril/2014, Quito