Nunca estaré lo suficientemente agradecido a ese lejano amigo boliviano que, siendo yo estudiante de filosofía y letras en la universidad de La Habana, me aconsejo que cambiara de ciencia y me dedicara a la Historia. Con nostalgia dejé mi fuerte vocación literaria y me dediqué al estudio del pasado.
Considero que en la historia está todo. Si se comprende cómo el ser humano ha luchado para sobrevivir, se puede comprender la esencia de nuestra especie, su grandeza y sus limitaciones. La lucha por la sobrevivencia es la lucha por la producción y, producir, es transformar la naturaleza. Para poder hacerlo se necesita instrumentos. Durante miles de años este proceso no ha revestido peligro para el planeta; pero, en apenas doscientos años, el capitalismo ha revertido este proceso. Hoy la humanidad se encuentra al borde del abismo.
¿Puede el ser humano vivir sin destruir?, ¿puede desarrollar una ciencia y una tecnología que no le condenen a la muerte? Creo que en la Historia está la respuesta. Si se puede, nos dice, siempre y cuando volvamos a ver a la naturaleza como a un ser vivo y no como a una mercancía.
Pocos libros de Historia enfocan con rigor y seriedad esta temática, muchos lo hacen de manera superficial, más por manierismo académico que por aportar a la toma de conciencia.
Hay en el gobierno actual hombres como Domingo Paredes que entienden desde lo esencial los alcances civilizatorios del Sumak Kawsay, así lo demuestra la publicación de un último libro sobre nuestra dependencia científica y tecnológica que se suma a otro anterior sobre ciencia y tecnología precolombina.
Pero tanta claridad histórica y conceptual me lleva a preguntarme si una golondrina podrá hacer verano en la vorágine extractivista del régimen correista.
¡Ojalá que así fuera!
Publicado en
La Hora, 11/Diciembre/2013, Quito