Cuando una mula tiene en el lomo una sarna los campesinos suelen hacerles una cura radical con creso. Cura de caballo, le llaman. El pobre animal se estremece del ardor y, aquellos que contemplan el espectáculo, suelen cerrar los ojos para no verlo.
Los desalojos que el gobierno de Correa hace en los barrios ilegales se parecen a esas curas. Todo un doloroso espectáculo que no quisiéramos verlo nunca. Las causas de este doloroso mal de las invasiones son múltiples, pero la de fondo es la pobreza.
La pobreza rural, en primer lugar. La causa de estos males citadinos está en el campo. El gobierno, según nos dice el INEC, considera pobres a quienes tienen un ingreso diario menor a tres dólares, o sea, noventa dólares mensuales. La pobreza nacional se ubica cerca del 24% y la del campo en casi un 41%. De cada cien campesinos más de cuarenta viven con menos de tres dólares diarios.
¿Es eso vida? No. Una revolución se tiene que hacer en el agro. Si el campesino tiene la tierra, condiciones óptimas para la producción agrícola, escuelas, hospitales y está protegido contra los embates de la naturaleza, no necesita emigrar a las ciudades.
La pobreza citadina es la otra fuente de las invasiones. En los suburbios se reproduce la pobreza. Las estadísticas de escolaridad demuestran que en los barrios marginales se concentra la ignorancia. La ignorancia es la madre de la delincuencia, del crimen, de las bajas pasiones.
Un gobierno revolucionario comienza su obra por ahí. La raíz del problema social está en el campo. El discurso extractivista oculta esta verdad y nos sigue prometiendo lo imposible.
Si no queremos más curas de caballo, ataquemos la raíz de los males sociales que es la pobreza del agro. Ahí está la verdadera revolución social.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 31/julio/2013, Quito