Es preciso tomar conciencia del estado terminal en que se encuentra la civilización actual. Donde pongamos los ojos, podremos ver los signos del deterioro. En la economía, en las finanzas, en la moral, en la ecología, en el medio ambiente, en la propia gente que habita, ahora sí, este valle de lágrimas.
Se necesitan ojos universales para captar el fenómeno. La tierra está enferma, la ha enfermado el capital. Esta criatura, que ahora agoniza, creyó que nunca llegaría su fin. Con los ojos cerrados al futuro se acostumbró a devorarlo todo y en su prepotencia desperdició los recursos hasta su extinción. Su infinito orgullo le hace rechazar la muerte y quiere aferrarse a la vida consumiendo lo que a duras penas se ha podido salvar.
Nunca el capitalismo respetó la vida de los pueblos. El mercantilismo criminal de los europeos saqueó América, mató y esclavizó a sus habitantes; el capitalismo industrial decimonónico de los yanquis sacrificó y redujo a los pueblos indios del norte, esclavizó a la población africana y después convirtió en neo colonias a los pueblos iberoamericanos, todo para su gloria y esplendor.
¿Qué le puede importar a este anciano agónico la suerte de unos cuantos indios que todavía duran en la selva amazónica del Ecuador? Nada le importa, nunca le ha importado, jamás le importará. Para consumir, tenemos que extraer, ha dicho siempre la lógica del capital. Ahora Correa lo traduce fácil: no podemos ser mendigos sentados en un saco de oro.
Desde la lógica de los intereses del capital ese argumento es irrebatible. Esa forma de pensar es la que nos ha puesto al borde del abismo. Sólo podemos oponernos a esa lógica desde la óptica de una nueva civilización. No hacerlo equivale a aplaudir nuestra propia muerte.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 10/abril/2013, Quito