La suerte de toda sociedad es la reforma permanente, como la de todo organismo vivo, pero en ese proceso constante de cambio hay etapas en que el cambio adquiere características revolucionarias. Para el cambio de las reformas se necesita plena conciencia de los valores paradigmáticos que rigen la marcha de la sociedad; para el cambio revolucionario se necesita la conciencia política de que esos paradigmas ya no sirven y deben de ser cambiados. Si bien es cierto que el cambio es permanente, no es lo mismo el cambio de la reforma que el cambio revolucionario.
El cambio de la reforma se va dando en la etapa de equilibrio que toda sociedad tiene entre las fuerzas del pasado y aquellas que desde su seno mismo comienzan a desarrollarse. Es el movimiento dialéctico inevitable del conjunto social. Sociedades estratificadas como las del Egipto antiguo parecen estáticas en el tiempo; las sociedades occidentales, todas, han cambiado dinámicamente, hasta constituirse en lo que son.
Pero la reforma nunca ha sido eterna, culmina cuando el cambio revolucionario se hace necesario. Nadie lo puede evitar, pero necesita de la acción consciente del ser humano, sin ella se impone el caos. Esta lucha corta y violenta es inevitable y en un minuto revolucionario la Historia logra lo que cincuenta años reformistas no pudieron hacer.
En el gobierno del Mashi Rafael no hay conciencia del cambio revolucionario, él mismo y sus correas boys creen que están viviendo el paraíso de las reformas. Ignoran el abecé de la política revolucionaria. Si oyen a Lenin decir que sólo combates encarnizados, guerras civiles, pueden librar a la humanidad del yugo del capital, se tapan los oídos y se santiguan. Prefieren la tranquilidad de las aguas reformistas; pero los que vemos de frente la realidad sabemos que esos sueños no son eternos.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en
La Hora, 30/enero/2013, Quito
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