Era un país tan, pero tan desgraciado que el primero que se atrevió a alzar la voz se convirtió en líder. Las masas hambrientas de pan y de justicia no preguntaron quién era y lo siguieron. Tenía los ojos verdes y, cuando los entrecerraba, parecía que estaba viendo el futuro.
Hizo mucho ruido al comenzar su gestión de mandatario. Se peleó con tirios y troyanos, escogiendo los sábados para no dejar títere con cabeza. En los primeros tiempos, las masas hambrientas de pan y de justicia, estaban entusiasmadas con tan aguerrido gladiador. Aplaudan, aplaudan, no paren de aplaudir orquestaban los dirigentes menores y, por mucho tiempo, las masas aplaudieron; pero un día, que no fue sábado, en medio del silencio y del cansancio las masas comenzaron a pensar con su propia cabeza. ¿Qué queda después de los aplausos?, se preguntaron. Su furia centenaria les contestó que la misma hambre de pan y de justicia.
Se alejaron del líder de ojos verdes. Decidieron marchar y organizarse; pero notaron que seguían los aplausos. Si no somos nosotros, ¿quiénes siguen aplaudiendo?, se preguntaron. Entonces descubrieron que en toda sociedad hay siempre un sector de pequeño burgueses arribistas que son expertos en estar del lado del poder. No les importa la patria, sólo el dinero, los cargos y el prestigio social. En su infinita inconciencia terminaron convirtiendo en Dios a su líder. Ahora se frotan las manos diciendo que la revolución de los pequeño burgueses, aliados con los de siempre, sacará al país de la miseria.
Pero las masas hambrientas de pan y de justicia han descubierto que una revolución es popular o no lo es y que una auténtica revolución barrerá, llegado el momento, la falsa revolución de los pequebu, seguro
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en La Hora 15/Marzo/2012