
En estos enredados asuntos de la conciencia posmoderna lo que más conviene es ser directos y sencillos. Posmodernismo es para mí, como dice el término, todo aquello que se ubica por delante del modernismo, lo que nos lleva, inevitablemente, a preguntarnos qué es el modernismo. En la misma línea de sencillez y claridad, lo moderno es el régimen capitalista que hundió, a finales del siglo XVIII, al imperio feudal. La modernidad comienza a estar cargada de años, quiero decir, ha entrado en su etapa de vejez y decadencia. El régimen capitalista, por su naturaleza económica, no tiene aire para durar mil o más años, como sucedió con el feudalismo o con el régimen esclavista. La naturaleza dinámica de la economía capitalista acelera el desarrollo en diez años lo que los regímenes precedentes lo hicieron en cien. Doscientos años después de su surgimiento estamos ante una economía globalizada, en la que el poder político se ha vuelto, también, único y global. No importa dónde está el epicentro del poder, si en Asia, América o Europa, lo concreto es que hay una tendencia planetaria a la concreción de un gobierno mundial cuya finalidad última es controlar las fuentes de subsistencia que le quedan a la humanidad. Los matices que cada bando tiene en ese propósito son los que le dan contenido al conflicto actual del mundo. Para sostener los niveles de consumo de la actual civilización puede ser el objetivo de uno de ellos, recuperar lo perdido y mantener niveles de sostenibilidad para preservarla, puede ser el objetivo del otro, en ambos casos para sostener una misma civilización, en la que todos estamos inmersos sin posibilidad de escape o de cambio.
Desde esa perspectiva la posmodernidad no ha llegado todavía, en razón de que el capitalismo no ha terminado de pasar, porque es lo que está pasando. Cierto que ahora no es igual a lo que fue en el siglo XIX, ni tampoco a lo que fue en el siglo XX, pero sigue siendo el mismo sistema cuya estructura de concentración de la riqueza social y explotación de la fuerza de trabajo no ha variado en lo esencial. Como un árbol que en sus orígenes fue semilla, luego arbusto y finalmente árbol maduro y pleno. Diferente en cada etapa, pero la misma semilla. Las tres grandes etapas de la semilla del capitalismo son: 1) capitalismo de libre concurrencia (s. XIX); 2) capitalismo monopólico (s XX década de los setenta); 3) capitalismo financiero o especulativo (fines sXX hasta nuestros días) Cada etapa tiene sus rasgos característicos, pero por razones didácticas nos interesa la última.
El capitalismo financiero o especulativo se mueve en la esfera de la circulación. Mueve masas astronómicas de capital que sus dueños las manipulan como si fueran mercancías. Las prestan para incrementarlas por medio de los intereses. Las naciones menos desarrolladas son la fuente principal del negocio especulativo. Ofrecen “créditos para el desarrollo” que en la práctica nunca cumplen ese objetivo. Al cabo del tiempo el resultado es más deuda menos desarrollo; pero este sistema no es sólo una fórmula contable. Los préstamos siempre van condicionados a que los gobiernos receptores adopten políticas que no sólo tienen que ver con los movimientos financieros, sino con la adopción de estilos de vida colectivos que copian, en el subdesarrollo, los hábitos de consumo de los países desarrollados. Esta práctica está condenando, irremediablemente, a la muerte a la civilización capitalista, porque próximo está el día en que los recursos serán menores que las necesidades. Si seguimos por este camino nunca llegará la posmodernidad o, tal vez, la posmodernidad sea equivalente al “paisaje después de la batalla”. Un panorama de muerte, desolación y derrota de la humanidad.
El virus del capitalismo está metido en el alma de las inmensas masas planetarias. En Asia como en Europa, en América como en África el capitalismo financiero ha logrado uniformar la conducta y las reacciones de los individuos. En los cuatro puntos cardinales del planeta los individuos reaccionan como autómatas a los requerimientos del capitalismo corporativo financiero. Igual un japonés, como un argentino o un alemán sienten necesidad de consumir Coca Cola con hamburguesa y lo mismo un norteamericano, como un ecuatoriano o un francés defienden apasionadamente el modelo democrático que el capitalismo corporativo considera apropiado y correcto. Sin saber por qué, la gente defiende lo que desde su nacimiento le han dicho que es lo normal. Uno en un millón tiene capacidad para distanciarse de esta estandarización de la conciencia y ese uno, casi siempre, termina sucumbiendo en el océano de lo normal.
Pesa como un yunque sobre la conciencia individual la reflexión aristotélica de que la “comunidad precede al individuo”. Nacemos en el seno de una familia que, al momento de nuestro nacimiento, ya tiene formadas sus concepciones religiosas, filosóficas, culturales, gustos, tradiciones y costumbres que a su vez han sido adquiridas del entorno social en el que esa familia se desenvuelve. Las nuevas generaciones heredan esas costumbres, ideas y tradiciones, es lo que se llama el establishment que asimilamos, más que heredamos, sin que jamás nos distanciemos de esa herencia, conformándose, de esa forma, el individuo promedio, que, sin querer queriendo, se ocupa de reproducir, con el solo hecho de existir, el sistema general en el que vive. La masa actúa sobre la masa, pero esa masa está presa en el sistema que la oprime.
La posmodernidad tiene sentido, dentro del capitalismo, sólo en la conciencia de aquellos individuos que son capaces de volar fuera de la inmensa jaula del sistema, que toman conciencia de que la libertad está más allá del establishment y que el individuo no puede estar condicionado por la masa porque sin esa conciencia es imposible la libertad. El individuo que tiene conciencia de estos dos elementos ha sido capaz de romper la jaula y se convierte al instante en un luchador. La contemplación y pasividad no son parte de su personalidad. Empujará el carro de la libertad hasta triunfar o morir.
Esto es lo que se llama conciencia política. Ese individuo que se niega a dar caridad a un niño mendigo, porque piensa que tiene que terminar la mendicidad infantil, o que sabe que la pobreza tiene su raíz en la explotación, o que la corrupción no está en los individuos, sino en el sistema que crea las oportunidades, es el que está preparado para construir un nuevo mundo, es el individuo que trae en sus mochilas la posmodernidad, porque posmodernidad equivale a nueva vida. Esa nueva vida es la sociedad poscapitalista, aquella en la que los seres humanos dejarán de tener la necesidad existencial de comportarse y vivir según el estilo de vida que nos exportan las grandes corporaciones del capitalismo mundial. Individuos con raíces, no como el hombre promedio actual que vive en una mansión construida sin cimientos, en el aire.
17-07-2019
La «postmodernidad» probablemente nunca llegaría, si se continuá con la expansión poblacional y el derroche de recursos, el cambio poblacional continuaría y lo más probable es la extinción de la especie humana junto con otras millones de especies, es decir el apocalipsis; siento ser pesimista pero todo apunta allá.
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