Dentro de la sociedad capitalista la mujer es como la última sobreviviente del régimen feudal. La liberación de las fuerzas productivas que se produjo con la revolución burguesa a finales del siglo XVIII, no llegó a la familia, dentro de ella, como en una burbuja, la mujer siguió siendo una especie de esclava con privilegios. Tenía derecho a criar a sus hijos, pero no lo tenía a protestar por las decisiones de su amo, ninguna libertad económica, peor soberanía sexual. En el hiper-capitalismo actual, ni aún después de las conmociones de la década de los años sesenta, de libros como el Segundo Sexo y de la lucha permanente de las feministas, la esencia de la familia sigue siendo la misma.
Las iglesias tienen la misión de preservar este núcleo familiar, saben que aunque se produzcan conmociones a su alrededor, si no se afecta el mismo, se tiene garantizada la conservación del sistema en su conjunto. Igual hace el Estado. Si así no fuera, amable lector, ¿cómo explicaríamos los siguientes hechos?:
Un marido abandonado por su mujer llega en la noche y de dos tajos le cercena las manos “para que jamás toques el miembro de otro hombre”, le dice. Otro celoso mata a machetazos a su mujer en presencia de sus tres hijos; otro le tira ácido en el rostro advirtiéndole que nunca será de otro hombre; otro bárbaro incendia la humilde casita de su ex mujer y los calcina a ella y sus pequeños; otro la encadena y la tiene encerrada por años en un sótano, miles de millones de hombres ejercen sobre sus mujeres una violencia sicológica sin límites.
¿Todo esto llegará a su fin con la ley enviada por Lenin a la Asamblea? Mientras no se cambie el tipo de familia y se deje de incubar el áspid del machismo en su seno, eliminarlo será imposible.
La Hora, 30-08-2017