Antes de Cristo estuvieron los juegos olímpicos griegos que fueron concebidos como un gran espectáculo de masas. Lo organizaban las élites patricias para consumo de los esclavos. Después de Cristo, en Roma, el circo era el espectáculo preferido. Desde el siglo I de nuestra era, cuando el coliseo de Roma se construyó, el espectáculo se volvió brutal. Los emperadores usaron la lucha y la muerte como la forma más persuasiva de advertir a los esclavos cual iba a ser su suerte si renegaban de su condición. No los mataban por cristianos, sino porque su libertad ponía en peligro el sistema esclavista.
Durante el medioevo las competiciones entre caballeros sirvieron también para condicionar a la plebe al ejercicio de la guerra, esta vez en nombre del Dios al que antes se había denostado y perseguido. El espectáculo siempre como un elemento dinámico de la dominación.
Las olimpiadas modernas son ahora un evento que involucra a todo el planeta, pero sobre todo a los grandes intereses económicos mundiales. Lejos quedó el ideal de competir por el honor.
No es eso lo que puede desprenderse de un mega espectáculo deportivo como es el mundial de futbol, en el que la meta principal es el lucro. Ganan ofensivamente los futbolistas, los entrenadores, las multinacionales y, sobretodo, la FIFA, en cuyas interioridades se esconden los secretos más bien guardados de nuestra época. El futbol como circo, como espectáculo cimero cuyo fin último es anestesiar el dolor de la pobreza, ocultar los malos olores de la desigualdad social, ponerle aceite a la colosal maquinaria de la dominación capitalista. En el coliseo romano entraban cincuenta mil esclavos, hoy la televisión embrutece, frente al aparato, a más de mil millones de personas. Es la imagen moderna de la dominación.
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La Hora, 9/julio/2014, Quito