Los pueblos del feudalismo soñaban con una libertad que al fin les vino en forma de libre empresa y derechos ciudadanos. La libertad de empresa es una conquista revolucionaria si se tiene en cuenta el estado de opresión servil en el que vivían las masas en el antiguo régimen feudal. La civilización que tenemos ahora, es, en esencia, resultado de esa libertad.
Pero esa libertad de empresa ha educado la mente del ser humano en la idea de que todo está permitido. La libertad de empresa ha terminado por convertirse en una amenaza mortal para la humanidad. Es esa libertad la que justifica la idea de que la naturaleza y sus recursos son inagotables. Hoy estamos descubriendo, dramáticamente, que esa concepción está equivocada y que necesitamos cambiarla de urgencia si no queremos desaparecer de la faz de la tierra.
Tiene que ser sustituida por un nuevo paradigma de civilización que tenga como base un nuevo concepto de libertad, el de la libertad como conciencia de la necesidad de preservar y reproducir los recursos finitos de la naturaleza. Una concepción civilizatoria que parta de este principio sólo podrá hacerse si se conculca drásticamente la libertad de las grandes empresas transnacionales del mundo.
Esto sólo es posible si cada pequeña nación rompe con la lógica de la acumulación del capitalismo mundial. Ecuador, por ejemplo, debe negarse a firmar convenios de explotación minera a gran escala. La explotación de los minerales estratégicos y otros como el oro o el cobre reproduce y mantiene viva la concepción del desarrollo que al gran capital mundial le conviene, obligando a nuestros pueblos a ser parte de su juego.
La nueva idea civilizatoria vuelve sus ojos a la tierra. Lo verdaderamente revolucionario es tener valor para salirse del rebaño del capital industrial mundial.
JORGE OVIEDO RUEDA
Publicado en La Hora
1/Febrero/2012