Hay verdades que no necesitan demostración, por ejemplo, que la luna es redonda, porque sólo es necesario alzar a ver al cielo para comprobarlo. O en filosofía política, que el entorno socio-económico en el que nacemos condiciona, desde que somos concebidos, nuestra formación. Es un determinismo histórico ineludible.

Hace dos mil quinientos años Aristóteles lo dejó escrito. Nuestra civilización, la que es resultado de tres corrientes culturales que convergen en el tiempo, la griega, la romana y la hebreo-musulmana, viene condicionando nuestra personalidad histórica desde entonces. Somos su producto. Aún los filósofos fundadores del racionalismo científico, no han podido escapar a este determinismo cultural-civilizatorio. Ni siquiera el más formidable crítico de sistema capitalista, como fue Marx, lo ha hecho. En el nivel conciencial, nacer es heredar. Heredamos lo que es bueno y malo para nuestros progenitores. Así ha sido desde el principio de los tiempos.
Cuando en el siglo XIX se consolida el capitalismo como sistema, el nuevo Estado va creando, progresivamente, una superestructura jurídica cuyo fin es normar la vida civilizada de la nueva sociedad. Rousseau lo llamó Contrato Social. Tres fuerzas poderosas intervienen en la construcción de esa nueva realidad jurídica: la Iglesia, guardiana de las tradiciones feudales incorporadas con un nuevo envoltorio a la modernidad, la libre empresa como alma generadora de un nuevo concepto de libertad y la fuerza militar como guardiana del nuevo orden. Juntos van delineando la imagen y la esencia de lo que será la civilización del capital.
¿Para quiénes lo hacen? No son los dueños del poder los que van a poner en peligro este nuevo ordenamiento. Lo hacen para mantener inmovilizados a quiénes no se ven favorecidos por esta transformación, las masas de trabajadores de la ciudad y del campo que son los que tienen que poner el lomo para sostener la marcha de esta formidable maquinaria social.
Se le llama “código de la democracia” a ese conjunto de reglas y normas que moldean al ciudadano correcto, fiel cumplidor de las leyes, defensor de su Patria, de Dios y de las leyes.
En la práctica esa montaña de leyes, normas y reglas se traduce en un comportamiento estandarizado de toda la población, que consiste en aceptar disciplinadamente las normas. La sociedad entera, en su aparente caos, está rígidamente disciplinada.
Sales a trabajar, cumples tus ocho horas de trabajo, regresas cansado a tu casa, te sientas frente al televisor, juegas unos minutos con tus hijos, mal atiendes a tu mujer y te echas a dormir. Al otro día la misma rutina. Todos los medios masivos de comunicación, el sistema educativo y la cultura en general, derrochan inteligencia para defender este orden de cosas.
Probabilísticamente, uno de cada cien mil habitantes es capaz de romper el cerco. La inmensa mayoría se acomoda plácidamente en el rebaño, lo que trae como consecuencia que las víctimas de la opresión se convierten inconscientemente en defensores del status.
Ese uno de cada cien mil habitantes es la esperanza de la humanidad. Hay dos vías para romper el cerco: la genialidad individual que nos lleva al inconformismo, no a la rebeldía, sino a estar inconforme con ese estilo de vida que corta sus alas y lo condena a vivir una vida de miseria material y espiritual y una segunda vía que es el estudio serio de una ideología revolucionaria y crítica del capitalismo. La única ideología científica es el marxismo.
Hoy la ideología extrema de la derecha mundial ha iniciado una ofensiva para reducir la ideología revolucionaria a una secta criminal y vengativa, cuya finalidad última es la destrucción de la civilización en que vivimos. Los libertarios se han convertido, ellos si, en una secta fascista que no encuentra otra solución que exterminar al pensamiento de izquierda, sin excusas ni contemplaciones. Hasta el aspecto físico de Milei simboliza esta cavernaria aspiración.
El derecho a la inteligencia que tenemos los seres humanos de izquierda es romper el férreo cerco del determinismo histórico y saltar del rebaño. Luchar por un mundo mejor es nuestro derecho a la inteligencia.
Jorge Oviedo Rueda
18-07-2024

Increíble: entre afirmaciones verdaderas desliza usted una afirmación fascista: «Probabilísticamente, uno de cada cien mil habitantes es capaz de romper el cerco.La inmensa mayoría se acomoda plácidamente en el rebaño…» Es decir Ud. se considera parte de esa minoría privilegiada súper-inteligente y los demás somos «un vulgar rebaño. Solo le falto decir para ser mas hitleriano que merecemos la extinción… Y se atreve a calificar a los libertario de «fascistas». Que ironía.
Y después hace otra afirmación: «La única ideología científica es el marxismo.» po
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Usted debe ser platónico y aristotélico y católico, apostólico y romano y también latino de corazón y judío que son los creadores de esta civilización que nos esclaviza y nos está matando. Para salir de esos límites se necesita valentía intelectual y tener una propuesta civilizatoria que supere esa inevitable herencia. Usted es parte de ese rebaño, yo no. Si, haber salido de ese círculo es mi inteligencia. Usted se ha quedado ahí. Califíquese usted mismo.
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Ud. solo es parte del rebaño de Borregos que piensan como les dice su «amo-patron» Correone.
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Le contesto por educación, pero usted ofende, no polemisa. Si pretende que baje a su nivel, se equivoca. Mi cerebro no se arrastra.
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Nada mas ofensivo que creerse un «superhombre» que solo ocurre uno de 100000 veces.
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