Hace más de un siglo y medio Marx y Engels publicaron El Manifiesto Comunista. Fue escrito para difundir las ideas de un pequeño grupo de obreros que se hacían llamar Liga de los Comunistas, entonces pequeños e insignificantes en el contexto político de la Alemania de ese entonces. En él, creo yo, están esbozadas las principales concepciones del marxismo, pese a lo cual, en ninguna otra parte de su vasta obra, los creadores de la doctrina marxista se refirieron específicamente, a la creación de un partido para la revolución proletaria. En el Manifiesto y en toda su obra, Marx y Engels concibieron que el proletariado, unido por la ideología anticapitalista, era, por si, el partido revolucionario, conformado no por una clase en sí, sino por una clase para sí.

Será a raíz de la experiencia de la Comuna de París que Marx reflexiona sobre los instrumentos que el proletariado necesita para alcanzar y sostener el poder. En su ensayo titulado La Guerra Civil en Francia llega a la conclusión de que la clase obrera debe organizarse como un partido para vencer a la burguesía, teoriza sobre este tema, pero no deja ni un manual ni una guía para la construcción del partido revolucionario.
Medio siglo más tarde y desarrollando de forma práctica las ideas de Marx, Lenin nos legará ideas concretas sobre la construcción de lo que él llamo un partido de “nuevo tipo”, creando una teoría apropiada para las circunstancias históricas que vivía la Rusia zarista de comienzos del siglo XX. Sostuvo, lúcidamente, la necesidad de la alianza obrero-campesina en los soviets junto a piquetes de obreros armados y soldados revolucionarios. El partido de “nuevo tipo” alcanzó el triunfo en el seno de la sociedad más atrasada de la Europa de entonces, gracias a las ideas marxistas enriquecidas por el genio político de Lenin que supo adaptarlas a las específicas circunstancias de la realidad rusa.
En estos casi doscientos años transcurridos desde la publicación del Manifiesto Comunista, la burguesía mundial ha pretendido refutar al marxismo, sin que haya llegado a afectar ninguno de sus fundamentos. Sus más manidos argumentos son dos: que el marxismo no es una ciencia y que, a estas alturas, es ya una teoría obsoleta.
El marxismo es una ciencia que se sostiene en la dialéctica materialista y está vigente en tanto Marx nos legó un método de análisis que se aplica a la naturaleza, a la sociedad y al pensamiento. Otra cosa es que sus seguidores hayan hecho de sus ideas un catecismo y hayan hecho con ellas un lecho de Procusto en el cual, lo que sobra se lo mutila y lo que falta se lo estira. La correcta interpretación de sus ideas va de la realidad a la teoría y vuelve después a la teoría enriquecida por la experiencia. En otras palabras, nos advirtió que sólo la práctica es el criterio de la verdad.
Así como en la lucha obrera de comienzos del siglo XX Lenin fue capaz de ampliar y enriquecer las ideas de Marx, hoy, un siglo después, a los revolucionarios latinoamericanos nos queda el reto de adaptar el marxismo a nuestras concretas circunstancias históricas. Contamos con la invaluable experiencia de procesos revolucionarios triunfantes y, también, muchos fracasos. Esa riqueza es la que nos debe servir para acertar en la teoría revolucionaria que nos debe guiar en la lucha contra la opresión del capital.
La revolución cubana de 1959 es un punto de partida obligado para adentrarnos en este tema. Los guerrilleros de Sierra Maestra patearon el tablero de los partidos consulares de la izquierda latinoamericana. La insurrección de Fidel Castro fue una “revolución en la revolución”, un rompimiento con las reglas del Frente Amplio auspiciado por el Partido Bolchevique. Castro demostró que se podía derrotar a la tiranía sin enarbolar las banderas de la lucha proletaria, sino simplemente insurgiendo contra la tiranía, enraizados en las tradiciones de lucha de su pueblo. Lo que se pudo hacer en Cuba, el Che Guevara no pudo repetirlo en Bolivia, pero la izquierda se enriqueció con estas experiencias.
En Chile Salvador Allende triunfó democráticamente después de varios intentos demostrando que la unidad de las fuerzas revolucionarias era un requisito indispensable para el triunfo. La garra imperialista echó abajo el triunfo allendista, pero también ese caso enriqueció la experiencia de la izquierda latinoamericana.
Con el nuevo milenio y, en base a estas experiencias, en Venezuela surgió una nueva alternativa de izquierda que fue el progresismo. Lo esencial de esta posición de izquierda es haber aceptado actuar en la democracia burguesa con sus mismas reglas. La propuesta desató una corriente de triunfos que puso a la derecha contra la pared y cuyos ecos todavía causan preocupación a las fuerzas reaccionarias.
En el marco de esa corriente progresista latinoamericana triunfó en el Ecuador el movimiento Revolución Ciudadana a cuya cabeza estuvo el liderazgo de Rafael Correa Delgado. Una década de triunfos electorales y de fuerte respaldo popular. Los logros alcanzados en ese período sólo los desconocen las fuerzas de la derecha y nadie, en su cabal juicio, puede desconocer su trascendencia histórica. Ocho años después de tres gobiernos de la más cavernícola derecha, ha llegado el momento de considerar seriamente una reorganización de la fuerza progresista que sigue manteniendo un caudal electoral impresionante.
El primer nivel del análisis se tiene que centrar en la necesidad de construir el instrumento partidario necesario para triunfar electoralmente y sostener el triunfo ya en el gobierno.
NO UN PARTIDO DE NUEVO TIPO, SINO UN NUEVO PARTIDO
El movimiento 26 de Julio en Cuba fue el motor inicial de la revolución. Su programa no fue revolucionario, más bien patriótico y reformista como se desprende de la lectura de la defensa hecha por Fidel C astro después del asalto al cuartel Moncada: en los planteamientos programáticos de la Unidad Popular en Chile se habla de reformas progresivas conducentes a un régimen socialista; tampoco los programas del PT en Brasil o el MAS en Bolivia se enfrascan en procesos revolucionarios radicales, sino en un proceso político que vaya de menos a más, hasta alcanzar las metas de una sociedad diferente, pos neoliberal, en todos los casos.
La Revolución Ciudadana en el Ecuador no es una excepción. Tuvo el acierto de retomar el proceso liberal trunco iniciado por Eloy Alfaro que se encaminaba a reformas socialdemócratas que permitieran la construcción de un Estado de Bienestar semejante a los europeos surgidos después de la segunda guerra mundial. La reforma del Estado, la construcción de la infraestructura vial, el fortalecimiento de los sectores de la salud y la educación fueron parte del proyecto socialdemócrata que, dadas las circunstancias regionales, era un proceso encaminado al socialismo, aunque con muy buen criterio la RC habló siempre de pasar a un Estado pos neoliberal. La reacción de la derecha en estos últimos ocho años ha socavado las bases del progresismo de izquierda y dado un salto para atrás en la marcha de la Historia.
La tarea que se presenta es rehacer el espíritu inicial de la RC, pero ya no como un movimiento, sino como un Partido Revolucionario, destinado no a reformar la sociedad ecuatoriana, sino a transformarla, saliendo al paso a esa reaccionaria posición de una “tercera vía que ahora manejan con tanto entusiasmo los enemigos de la RC
Esta tarea histórica no la puede llevar adelante ni un caudillo ni un movimiento político, lo tiene que hacer un partido político de sólida estructura orgánica y definida ideología revolucionaria. Ese partido no existe. Hay que crearlo. Es la experiencia histórica la que nos guía y el marxismo como teoría enriquecida con los elementos de nuestra realidad
LA EXPERIENCIA HISTÓRICA. [JO1]
El Ecuador de hoy nada tiene que ver con la Cuba de 1959, peor con la Rusia zarista de comienzos del siglo XX, ni con Chile ni con México. Es una realidad específica que comparte rasgos comunes con los países de la región y, de forma más particular, con los del área andina, Pero sus problemas tienen los componentes que le dan su Historia, sus tradiciones, sus costumbres y hasta su geografía. Esto significa que la solución a sus problemas tiene que ser creadas, no copiadas.
El problema del partido es uno entre los muchos que los revolucionarios ecuatorianos tienen que resolver. Y del cual nos ocuparemos en este artículo.
Un Partido para la revolución nunca se ha creado en el Ecuador. Partidos con ideología de izquierda si, pero jamás con proyección revolucionaria. Fueron siempre parte del juego democrático y jamás se definieron como antisistema. Las clases dominantes se dieron el lujo de tratarlos como a sus enemigos, pero siempre controlados por su poder. Cuando Correa irrumpe en el escenario político nacional, el olfato burgués termina detectando que en ese movimiento se anida la semilla de su destrucción. Por eso apunta sus armas contra él. Pero la propia RC no se da cuenta inmediata de cuanto potencial abriga su posición. Actúa movida por el prestigio de sus líderes y por el hálito popular que lo respalda. No tiene el cuidado de construir el vehículo con el cual pueda viajar al futuro. Se construye un movimiento político abierto, propenso a la infiltración del oportunismo y de la corrupción, inevitables cuando del poder se trata. El sesgo meramente electoral lo convierte en un movimiento administrativo dedicado a gestionar las obras que el subdesarrollo económico mantiene represadas. Esas limitaciones afloraron cuando llegó a su fin el mandato de Rafael Correa y el movimiento se vio en la necesidad de cambiar sus dirigentes. Su líder máximo y la misma estructura del movimiento tuvieron que confiar en militantes que no tenían la firmeza ideológica que se necesita para sostener un proceso. El resultado fue la transferencia del poder a las clases dominantes.
A estas alturas está claro que para avanzar al futuro hay que construir un partido orgánico e ideológicamente poderoso, dúctil en su lucha contra las élites e incapaz de romperse en su enfrentamiento.
Orgánicamente sólido quiere decir organizado territorialmente, desde las parroquias hasta las estructuras provinciales, regionales y nacionales, confiadas a cuadros probados de la militancia ciudadana. Orgánico quiere decir que todas las instancias de dirección responden a la dirección inmediatamente superior a su jerarquía, desde las parroquias hasta las direcciones nacionales y estas a su vez, a los órganos del poder partidario establecidos, como son el buró nacional, las asambleas regionales o provinciales y la convención general del partido que se realiza periódicamente o de forma extraordinaria.
Un partido de esta naturaleza no es un partido de “nuevo tipo” como Lenin planteaba, es un partido para el cual el sujeto de la revolución no es solamente la clase obrera, sino una alianza popular conformada por todos los sectores explotados por el capital industrial y financiero que ahora dirigen el mundo. Esto no es una mera declaración volitiva, es la experiencia práctica de casi veinte años de lucha del progresismo que, en la práctica, se ha demostrado ser la izquierda posible en el Ecuador.
Se tierne que pasar a construir un partido semi abierto, capacitado para la lucha electoral, pero con los mecanismos orgánicos que le permitan volverse mas cerrado y selectivo en la medida que la lucha de clases se vaya agudizando.
Esto sólo es posible si la estructura orgánica se sostiene en una ideología revolucionaria, que para nosotros los ecuatorianos, por ser parte de la macro realidad andina, integra las ideas del marxismo revolucionario con nuestras tradiciones de lucha y pensamiento ancestral que se reflejan en el equilibrio estructural nacido de una equitativa distribución de la riqueza social, en el sentido raigal de la propiedad colectivista y del trabajo como fuente primigenia de la vida colectiva.
Un nuevo partido acepta en su estructura la existencia de una base de simpatizantes, otra de militantes y otra de cuadros dirigentes, todos los cuales tienen que pasar por un proceso de educación política de acuerdo a su nivel. Nadie puede estar fuera de estas estructuras organizativas, desde el último simpatizante hasta el máximo dirigente. Es el partido el que ejerce el control ideológico y en esto no debe haber lugar a dudas ni a discusión. Esa es la armazón estructural de un partido que se amolda a nuestras particulares circunstancias históricas.
Este es el partido que se tiene que construir si se quiere cambiar una terca realidad que nos mantiene atados al pasado colonial y que pretende ceñirnos a los apetitos del neocolonialismo imperialista.
Un partido revolucionario es la forma de superar las deficiencias demostradas en estos últimos veinte años.
HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE
Jorge Oviedo Rueda
06-12-2025
